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sábado, 8 de septiembre de 2012

El pastor de la albufera

Cerca de la albufera valenciana, que refleja el límpido cielo azul de levante, hace ya muchos años iba un pastorcillo a apacentar sus cabras. Era casi un niño, y cuenta la leyenda que vivía solo en una pobre cabaña construida por él en esa estrecha faja de terreno que se recorta entre la laguna y el mar.
Todos los días paseaba por la dehesa, con su ganado por única compañía, entre los pinos y las zarzas. Cuando el sol calentaba de firme, el pastorcillo se sentaba plácidamente al pie de un recio arbusto, para solazarse con el sonido melódico de su flauta. Al eco de la música acudía siempre una pequeña culebra, que permanecía junto al muchacho largo rato haciéndole compañía. Tan solícito era el reptil, que día tras día se fue entablando entre ambos una rara corriente amistosa, que llegó a inquietar a los vecinos. El muchacho, deseoso de poder llamar a su compañera de alguna forma, le puso por nombre Sancha. Y tanta fidelidad le demostró el animal, que el pastorcillo llegó a aficionarse a ella hasta el extremo de agradecerle su visita como si se tratase de una amiga. El reptil, por su parte, sabía demostrarle su complacencia siguiendo alegremente el ritmo de las melodías que su amigo entonaba con su flauta.
Así transcurrieron algunos meses, durante los cuales los dos extraños compañeros se sintieron aliviados en su soledad. Pero el pastor cumplió un día la edad reglamentaria para prestar el servicio militar, y no tuvo más remedio que abandonar sus cabras, su flauta y lo que para él fue más triste: la compañía de su amiga Sancha.
Lejos de la dehesa pasó diez años, que le sirvieron para hacerse un hombre. Encontró nuevos y variados amigos en su vida militar; pero el recuerdo de Sancha, el único ser que le hiciera compañía en sus largas horas de soledad, no se apartó de su mente.
Deseoso de volver a verla y de evocar en la Albufera los recuerdos de sus primeros años de juventud, se dirigió un día hasta allí. Caminó por la dehesa un buen rato, entre zarzas y matorrales, hasta llegar al pie del arbusto donde se sentaba años atrás para tocar su flauta. Llamó entonces a Sancha, y tras un difuso rumor de hojas secas, la culebra apareció ante él; pero ya no era el pequeño reptil de antaño, sino que su cuerpo había crecido en tal proporción, que el joven militar, atemorizado, quiso huir. Mas no le fue posible, porque Sancha, más rápida, se abalanzó hacia él para abrazarle, y se enroscó alrededor de su cuerpo. Sintió el militar, pálido de terror, que el abrazo del reptil se estrechaba hasta dificultarle la respiración; mas no tuvo defensa alguna. Sancha, estrujándole cada vez con más calor, le quebró los huesos y acabó asfixiando con su viscoso cuerpo a su gran amigo.

107. anonimo (valencia)

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