En una aldea del valle vizcaíno de Arratia
llamada Igorre, en uno de sus caseríos conocido como Garamendi, vivía un hombre
alto y robusto de nombre Silvestre, Chilibristo.
Y fuerza, ¡Jesús, María y José!, qué fuerza tenía. Era capaz de llevar el carro
cargado a la espalda, y cuesta arriba, desde Urkusu hasta Garamendi, así es que
ya os podréis figurar.
En cierta ocasión, se encontró un peine a la
orilla de un arroyo, lo guardó en su pecho y prosiguió adelante nuestro buen
Silvestre. Y en esto, le dijo una lamia [1]:
Chilibristo,
dame ese peine en seguida,
que
si no, atentaré contra tu vida.
Silvestre agarró a aquella lamia por el
gaznate y se la llevó a su casa, a Garamendi. Aquel ser lamia sentía, como suelen
sentir todas, auténtica pasión por la leche, la volvía loca. Pero en la casa
pasaban días y más días sin que sus moradores lograran hacerla decir una sola
palabra. Parecía estar muda. Hasta que un buen día en que ella estaba en la
cocina la leche empezó a hervir en el perol. Y para que no se echara a perder,
la lamia aquella se puso a decir:
Lo
blanco arriba, lo blanco abajo.
Entonces la forzaron con brusquedad para que
siguiera hablando. Uno le preguntó cómo podían aniquilarse las lamias. Y ella
respondió:
Las
lamias sólo se destruirán
cuando
se aren todos los arroyos
con
una yunta de pardos novillos
nacidos
la mañana de San Juan.
Las palabras de aquella lamia pronto se
esparcieron de barrio en barrio, y se registraron todas las cuadras del valle de
Arratia en busca de novillos pardos nacidos la mañana de San Juan.
Durante aquellos días, las yuntas de
novillos pardos se dedicaron a arar el seno de los arroyos con más ímpetu que
si desmenuzaran terrones en los campos para espantar así a las lamias.
Desde entonces no ha vuelto a aparecer ni
una sola por aquella comarca
108. anonimo (pais vasco)
[1] En la mitologia grecolatina, ser fabuloso que se
representaba con cabeza de mujer y cuerpo de dragón.
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