Había una vez un labrador valenciano al que
todas las cosas le salían mal; la buena suerte al parecer, no quería aliarse
con aquel hombre. Llegó a perder la considerable hacienda que le habían dejado
sus padres, y un día, visiblemente desesperado y viéndose casi en la miseria,
exclamó con todas las fuerzas que le quedaban:
-¡Me entregaría en cuerpo y alma al diablo!
Al momento, como nacido en el mismo aire,
apareció ante él un extraño caballero. Iba vestido de negro, con gran elegancia
y cuidado, y despedía un ligero olor a azufre.
-¿Qué has dicho?
-¡Que me daría al diablo!
-Y ¿por qué? -indagó el extraño caballero.
-Porque antes de verme en la total
indigencia prefiero pactar con Satanás.
-Pues, si es eso lo que deseas, aquí me
tienes.
-¿Tú? -exclamó con extrañeza. ¿Tú eres
Satanás? ¡No te creo! ¡Me estás engañando?
-¿Es que acaso no has visto que he surgido
de pronto de la nada? Pídeme lo que desees y té lo concederé. ¿Qué quieres?
-Oro, mucho oro... -pidió el campesino.
-De acuerdo, lo tendrás -aseguró el maligno.
Éste se mostró dispuesto a satisfacer el
deseo del campesino si, transcurrido cierto tiempo, le entregaba su alma, y le
ofreció una bolsa de la cual podría sacar cuanto oro se le antojase.
El labrador aceptó la transacción
prometiéndole entregar su alma y su cuerpo a Satanás cuando no hubiese
algarrobas en el algarrobo.
Pasaron el invierno y la primavera.
Nuestro hombre se encontró más rico de lo
que jamás pudo soñar; disfrutaba alegremente de su fortuna, pero no olvidaba su
obligación de socorrer a cuantos acudían a él con demanda de alimentos o de
ayuda económica.
Vino agosto y el calor hizo madurar las
algarrobas.
Y, cuando se hubo terminado la recolección,
el diablo se presentó de nuevo ante él. Pero no fue recibido con lamentos, ni
gritos ni desesperación, como se cree que suele ocurrir en circunstancias
semejantes, sino que el hombre lo recibió con buen humor, cosa que al visitante
le hizo sentirse algo preocupado ante tal recibimiento.
Como el labriego no diera muestras de que
había llegado la hora de cumplir el pacto que tuvo con Satanás, éste le hizo
ver que no quedaba por recoger ni una algarroba en toda la comarca.
Y comenzaron a discutir: uno decía que había
cumplido el tiempo convenido, el otro porfiaba e insistía en que no. Y como
ninguno daba su brazo a torcer, decidieron dar una vuelta por el campo.
-¿Ves cómo no ha quedado ni una algarroba?
-observaba el diablo mirando en su entorno.
Pero el campesino, señalando las tiernas
algarrobas, las que brotan por San Juan, después de que el árbol florece por la
primavera, exclamó:
-¿Y eso qué es? Cuando Dios quiera que en un
año no nazcan, ven por mí. Pero mientras tanto, ya ves que antes de que un
fruto madure ya está otro en camino, y así nunca se cumplirá el pacto que
hicimos.
El diablo, echando fuego por nariz y boca,
se marchó furioso, maldiciendo al árbol por culpa del cual había sido engañado
por primera vez. Y desapareció dejando un fuerte olor a azufre.
107. anonimo (valencia)
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