Mateo de Murga, marqués de Linares tuvo un
único hijo, quien desde muy joven dispuso de una gran fortuna y la disfrutó sin
ninguna medida. Llegado a la edad de establecer una familia, el padre aconsejó
a su hijo de manera que en su elección primase el amor frente a otros
intereses. Nunca un consejo paterno fue tan bien recibido por un hijo, pues
éste estaba profundamente enamorado de una joven hermosísima pero sumamente
humilde. Se trataba de la hija de la estanquera de la calle de Hortaleza, que
había fallecido recientemente. El marqués, al conocer la identidad de la futura
esposa de su hijo, cambió el semblante y dio por concluida la reunión,
asaltando a su hijo un mar de dudas ante la actitud de su padre.
Pero poco tiempo tuvo para hacerse más
preguntas, pues al día siguiente fue enviado con destino a Londres con el
pretexto de solucionar un negocio de gran importancia que requería su presencia
en la capital inglesa. Durante largo tiempo esperó allí en vano las
instrucciones de su padre; lo que recibió fue un correo comunicán-dole el
fallecimiento del mismo. Regresó a Madrid, y el joven se sumió en un estado de
profunda tristeza del que poco a poco fue saliendo gracias a la presencia y el
cariño de su novia, cuyo amor se había mantenido en la forzada separación.
Ambos jóvenes se casaron con celeridad en una sencilla ceremonia, como
correspondía al reciente luto sufrido.
Los años fueron consolidando su amor, y la
felicidad reinaba en el palacio, cuando un día el joven marqués, hojeando unos
papeles de su padre, encontró una carta, con su caligrafía inconfundible,
dirigida a él, con su dirección de Londres. Sintió un vuelco en el corazón y
las manos le temblaban al abrir la carta.
En la misiva, el padre confesaba al hijo que
siendo joven y poseído por un amor correspondido, tuvo una hija con otra mujer.
La niña creció sin conocer la identidad de su padre ni recibir, por expreso
deseo de su madre, ayuda alguna. Las casualidades de la vida hicieron que se
tratase de la mujer que hoy era la esposa de su hijo. El joven marqués no pudo
seguir leyendo pues se desmayó sobre la mesa del escritorio. Así lo encontró su
esposa, quien, preocupada, preguntó a su marido por la causa de ese desmayo.
Sin medir palabras, él le entregó la carta. Después de leerla, y entre
sollozos, pudo pronunciar las últimas palabras de su madre en el lecho de
muerte:
«Maldigo al causante de mi desgracia y a
toda su descendencia, que todo lo que emprendan se venga abajo».
A partir de ese momento la vida de los
jóvenes esposos cambió por completo. Vivieron separados bajo el mismo techo
hasta su muerte. La única heredera de la fortuna fue una niña adoptada por los
marqueses y bautizada con los apellidos de Avecilla Agudo. Su imagen puede verse
en un gran cuadro ovalado del salón de baile, acompañada de otra pequeña y
conocido como Las señoritas de Avecilla.
Deshabitado el palacio durante muchos años,
la imaginación popular ha inventado a fantasmas que recorrían sus solitarios
salones. Bien es cierto que las circunstancias familiares eran las más
propicias para dar rienda suelta a las elucubraciones: amoríos entre posibles
hermanos, una hija adoptada, muertes precipitadas de sus moradores...
Así, durante los años de su restauración
hasta albergar la Casa
de América, se hicieron famosas las psicofonías
grabadas en sus salones por equipos supuestamente científicos. Los medios de
comunicación no tardaron en expandir la noticia de estos fenómenos
paranormales. Lo que sí está fuera de duda es que el Palacio de Linares es
quizás hoy día la leyenda más popular del Madrid de nuestro tiempo.
127. anonimo (madrid)
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