Cuenta la leyenda que un día llegaron al
hospicio de Santo Domingo de la
Calzada tres peregrinos extranjeros que hacían el Camino: un
matrimonio y su joven y apuesto hijo.
La criada de aquella hospedería se
encaprichó del joven, pero al verse rechazada por él, loca de rabia por el
desaire, buscó el modo de vengarse de él y simuló el robo de un valioso cáliz
de plata que ella misma puso en el morral del muchacho.
Cuando se descubrió aquel grave delito que
los jueces achacaron al joven peregrino, y ante la impotencia tanto de él como
de sus padres, el pobre chico fue condenado a muerte. Así que lo colgaron en la
horca sin remedio y sin que nadie creyera en su inocencia. Tras aquella injusta
ejecución, sus padres apenados prosiguieron el camino hacia Santiago de
Compostela.
Al cabo del tiempo, los padres ya de regreso
de su peregrinación, fueron a visitar el lugar de la ejecución para despedirse
del cuerpo inerte de su hijo antes de partir definitivamente hacia su país.
Pero, cuando llegaron al lugar exacto, se encontraron una increíble sorpresa...
El joven, que todavía colgaba de la horca, les habló con gesto tranquilo y
sonriente. ¡No estaba muerto!
Todavía pendiendo de la soga, el muchacho
les comentó que el milagro de que siguiera con vida se había debido a la
intervención del santo y que ahora su misión era informar a todos de lo
ocurrido para que le descolgasen de tan incómoda posición, pues quedaba
demostrado que ésa era la voluntad del santo.
-Corred a contarlo sin tardanza -les dijo a
sus padres.
Llenos de alegría, corrieron al encuentro
del corregidor, que en ese mismo momento se encontraba en una cena con unos
amigos.
-¡Señor, ha ocurrido un milagro! ¡Nuestro
hijo vive! -irrumpieron dando gritos en medio del festín.
Y el corregidor, que se disponía en ese
mismo instante a trinchar un gallo y una gallina para disfrute de los
comensales, se burló de los peregrinos diciéndoles:
-Tan vivo debe de estar vuestro hijo como
estas dos piezas que tengo en el plato.
En ese mismo instante, el gallo y la gallina
saltaron de la mesa y, ante la sorpresa de todos los presentes, recuperaron sus
plumas y se pusieron a cantar.
En recuerdo de aquel milagro, los ciudadanos
de Santo Domingo de la Calzada
guardaron desde entonces un gallo y una gallina vivos en uno de los altares de
la catedral. Para el peregrino o viajero que llega al lugar, es muy curioso
escuchar el cacareo de las aves en medio del silencio solemne del templo, sobre
todo cuando se celebra misa, ya que es entonces cuando parecen más activas e
inquietas.
Y desde aquellos tiempos, los peregrinos
intentan conseguir como preciada reliquia una pluma de las aves para
prendérsela en el sombrero y que le acompañe como símbolo devoto durante el
Camino. Esta pluma tiene tanta importancia para algunos de ellos como la vieira
o la calabaza. Así que, cuando llegan al lugar, además de admirar la
arquitectura de la catedral, no dejan de mirar por doquier hasta descubrir, en
uno de los altares, a esas aves que alborotan el silencio del lugar.
129. anonimo (la rioja)
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