Cuenta una leyenda de la costa vizcaína que,
entre los miembros de la pequeña, y piadosa comunidad de franciscanos que
habitaban antaño la isla de Izaro, había un fraile joven e impulsivo que se
enamoró perdidamente de una muchacha de Bermeo que vivía en un caserío algo
apartado del pueblo y próximo a la costa.
Cada noche el fraile cruzaba a nado el trozo
de mar que separaba la isla de la costa, para reunirse secretamente con su
amada. Para eso, la joven colocaba una luz en una de las ventanas del caserío,
dando así aviso a su enamorado de que todos dormían y de que tenía el camino
libre.
Pero sucedió que, una de tantas noches, un
familiar de la muchacha había descubierto las intrigas de la pareja y, aunque
no dijo nada a nadie, decidió actuar por su cuenta.
Esa misma noche cambió de lugar la luz de la
ventana haciéndola lucir en un lugar algo más apartado de la costa, donde las
olas se estrellan impetuosamente.
El impulsivo fraile, que nada sospechaba, se
lanzó al agua como de costumbre, y cuando quiso darse cuenta de que algo
extraño estaba sucediendo, era ya demasiado tarde: había ido a estrellarse
inevitablemente contra los rompientes de Matxitxako.
Su cuerpo fue hallado destrozado y devorado
por las aves marinas. Ignorando lo de sus amores con la bermeana -quien no
pudiendo soportar la pérdida de su amado también se había arrojado contra las
rocas hasta acabar devorada por el mar, la gente del lugar sospechaba que
aquello podía haber sido castigo de Dios o venganza del mismísimo diablo por
maltratar en vida a las gaviotas...
Lo cierto es que los frailes se fueron del
lugar y, desde entonces, son muchos los que aún escuchan, como una letanía, los
gritos de dolor provinientes de la isla abandonada.
108. anonimo (pais vasco)
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