Hace muchos, muchos años, en la ciudad de
Guadalajara, que por entonces era más pequeña, y se llamaba Wad-al-Hayara, la
mayoría de sus moradores eran mahometanos y estaba rodeada de murallas. Para
evitar que los enemigos que venían del norte se adentraran por sus calles y lo
destrozaran todo, vivía al cargo de las llaves de las puertas de la ciudad un
moro viejo y respetable llamado Alí, que tenía el cargo de alamín, es decir, de
guardián de las puertas y los puentes. Residía Alí en el gran torreón que
vigilaba el puente sobre el arroyo que descendía desde los altos del sotillo. Y
con él vivía su única hija, llamada Aixa, que era bella y joven. La muchacha
acudía todos los días por la tarde con sus cántaros a coger el agua de una
fuente cercana, que quedaba fuera de las murallas.
Un día la vio pasar un capitán cristiano de
los que merodeaban por la zona y se enamoró de ella. Este capitán se llamaba
don Millán y montaba siempre un caballo pardo. Como Aixa era tan bella, también
se enamoró de ella un criado del valí de la ciudad, y este joven mahometano se
dedicaba a seguirla con la mirada. En cambio, el caballero cristiano un día se
acercó a la joven Aixa y le declaró su amor, consiguiendo de ella que además se
hiciera cristiana y acudiera a los ritos que los mozárabes de la ciudad
celebraban en una iglesia llamada Santo Tomé que había al otro lado de la
ciudad y que hoy se conoce como el santuario de la Virgen de la Antigua.
Don Millán tenía pensado ayudar a su
general, don Alvar Fáñez de Minaya, a conquistar la ciudad de Wad-al-Hayara.
Para ello, había conseguido convencer a Aixa de que le diera una copia de las
llaves de las puertas de la ciudad impresas en cera, para que él pudiera hacer
copias y una noche abrir las puertas y permitir que entrara en la ciudad el
ejército cristiano.
Así pues, una tarde Aixa bajó a por agua y
se encontró con don Millán, y tras su habitual coloquio amoroso, la joven
entregó al caballero las copias de las llaves de la ciudad. Pero, como el
enamorado criado del valí la seguía a todas partes, contempló furioso el
furtivo encuentro y sin dudarlo sacó una flecha de su carcaj, la apuntó en el
arco y la disparó al caballero Millán, pero con tan mala suerte, que en ese instante
Aixa se movió levemente y la flecha se clavó en su corazón y cayó muerta al
instante.
Asustado, el caballero echó a correr en su
caballo, y el criado, con el alma rota, no dudó en ahorcarse allí mismo.
Ya entrada la noche, al ver que Aixa no
regresaba al torreón, su padre llamó a los vecinos y emprendieron la búsqueda,
hasta que la encontraron muerta de un flechazo, y a su enamorado moro, ahorcado
cerca de ella. Todo fueron consternación y lloros, todo un inmenso dolor, al
que se sumó, a la mañana siguiente, la impresión cruel de ver que los
cristianos se habían apoderado de la ciudad, pues habían entrado sigilosamente
durante la noche gracias a la copia de las llaves que Aixa había entregado al
capitán. Alvar Fáñez ocupó la ciudad, y don Millán, roto de dolor también, se
fue de allí
102. anonimo (castilla la mancha)
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