Erase una vez un príncipe que nunca se reía
por culpa de una maldición. Sólo el día que encontrara las tres naranjas de
amor volvería a recuperar su alegría y sus ganas de reír. Por eso andaba a caballo
buscándolas por todas partes. Las buscaba por todos los jardines que
encontraba, pero no había conseguido dar con ellas. Cuando preguntaba, en unos
sitios le decían que nunca las habían visto y en otros que sí, pero que ya no
quedaba ninguna; y él seguía buscando sin desmayo, hasta que un día llegó a
otro jardín, donde salió a recibirle un jardinero y a él, como a todos los que
encontrara anteriormente, le preguntó:
-¿Tiene usted noticia de las tres naranjitas
del amor?
Y el jardinero le contestó:
-Sí que tengo, que hay tres en el árbol.
El hijo del rey no cupo en sí de gozo y se
las compró y se fue con ellas.
Pero el camino de vuelta era muy largo, pues
se había alejado mucho en la búsqueda, y al cabo de tanto cabalgar, el hijo del
rey tuvo sed y decidió abrir una de las naranjitas; y cuando la abrió se
encontró con que era una muchacha con un niño en brazos. La muchacha era muy
hermosa y llevaba el pelo suelto y le dijo al hijo del rey:
-¿Tienes agua para lavarme, peine para
peinarme y paño para secarme?
-No los tengo -dijo el hijo del rey.
Entonces la muchacha se convirtió en paloma
y se marchó volando con el niño.
El hijo del rey quedó entristecido y guardó
cuidadosamente las otras dos naranjas jurándose no volver a hacer uso de ellas
hasta llegar a palacio; pero el camino era tan largo que la sed pudo más que él
y decidió abrir la segunda naranja.
Cuando la abrió, apareció una muchacha aun
más hermosa que la anterior, con un niño en brazos y el pelo suelto, que le
dijo:
-¿Tienes agua para lavarme, peine para
peinarme y paño para secarme?
-No los tengo -dijo el hijo del rey, y la
muchacha se convirtió en paloma y echó a volar llevándose consigo al niño.
El príncipe se llenó de pesadumbre y estaba
aún más triste que antes, pero siguió cabalgando con la esperanza de llegar
pronto al palacio. Y estando de camino le ocurrió que llegó a un lugar donde le
vendieron una vasija, un peine y un paño para secar.
Y otra vez tuvo mucha sed y se hallaba
todavía a mucha distancia del castillo, pero esta vez encontró una fuente y
bebió de ella. Y cuando hubo saciado la sed le entró una curiosidad
irresistible por ver qué contenía la tercera naranja; así que la abrió y salió
otra muchacha, ésta aun más bella que las anteriores, con un niño en brazos,
que le dijo:
-¿Tienes agua para lavarme, peine para
peinarme y paño para secarme?
Y el hijo del rey le dijo que sí, y le
ofreció agua de la fuente en la vasija, el peine y el paño. Entonces ella le
dijo:
-Pues contigo me he de casar.
Entonces el príncipe le dijo que él debía adelantarse
a palacio para hablar con sus padres y preparar la boda y, apenas tuviera dadas
las órdenes, volvería por ella para llevarla consigo. Y a ella le pareció bien
y quedó esperando junto a la fuente.
Al cabo del rato llegó a la fuente una mujer
mayor con un cántaro a recoger agua y, al mirar al agua y ver reflejado el
rostro de la muchacha, creyendo que era el suyo se decía:
-Siendo yo tan guapa ¿por qué he de venir a
recoger agua?
Hasta que vio a la muchacha y se enfadó a
causa del engaño y le dijo:
-Baja, muchacha, que yo he de peinarte.
-No, no -decía la muchacha-, que ya estoy
peinada.
Pero tanto porfiaba la mujer que al fin bajó
y la otra, que era una bruja, empezó a peinarla y en éstas extrajo un alfiler
de su bolso y se lo clavó en la cabeza.
Y nada más clavarle el alfiler, la muchacha
se volvió paloma y echó a volar, pero dejó al niño.
Entonces la mujer cogió al niño y se sentó a
esperar al hijo del rey. Volvió por fin el hijo del rey y se extrañó de ver a
aquella mujer vieja y fea y le dijo:
-Con lo guapa que eras, ¿cómo te has vuelto
fea y arrugada?
-Pues ha sido del sol y del aire, pero soy
la de siempre. Ya se me quitará y me quedaré como antes.
El hijo del rey se la llevó a palacio, pero
no estaba nada convencido y ya no le gustaba aquella mujer a la que había dado
su palabra.
Y resultó que la paloma llegó un día al
jardín del palacio y estaba revoloteando por allí cuando apareció el jardinero,
y dirigiéndose a él, le preguntó:
-¡Jardinero del rey! ¿Cómo le va al niño con
la reina mora? Y el jardinero le contestó:
-Unas veces canta, otras veces llora.
Y la paloma dijo, levantando el vuelo:
-¡Y su triste madre por los campos sola!
Así sucedió un día y otro día hasta que el
jardinero, extrañado, se lo dijo al hijo del rey y éste le encargó que
preparase un lazo y atrapara a la paloma.
Y dicho y hecho, al otro día el jardinero se
presentó con la paloma.
El hijo del rey la tomó en sus manos y la
vio tan entristecida que comenzó a acariciarla; y la reina mora, su esposa, le
decía:
-Déjala volar, deja que se vaya.
Pero el hijo del rey contestaba:
-No, no, pobre paloma.
Y le acariciaba la cabeza. Y al
acariciársela, la paloma temblaba de dolor. Y volvió a acariciarle la cabeza y
volvió a temblar de dolor, y así otras tantas veces más ante la irritación de
la reina mora. Hasta que el hijo del rey dijo, palpándole la cabeza a la
paloma:
-¿Qué tiene aquí?
Había topado con algo duro y, mirándolo
bien, vio que era una cabeza de alfiler; tomándola con dos dedos, se lo arrancó
y en ese mismo momento se convirtió en la bella muchacha que había dejado en la
fuente y que le contó todo lo que había sucedido.
Y el rey casi se desmaya al saber que había
estado haciendo vida con una bruja, pero en seguida la mandó prender, la
sacaron al patio, cortaron mucha leña y allí mismo la quemaron.
De este modo el hijo del rey pudo casarse al
fin con la muchacha y todos vivieron felices.
104. anonimo (extremadura)
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