En tiempos de la dominación árabe, cuando en
Castilla reinaba Fernan o III y en Aragón Jaime I, en la España musulmana el poder
estaba dividido en pequeños reinos de taifas, uno de los cuales era el de
Murcia, gobernado por el sayid Abu
Zeit.
Un día, Abu Zeit decidió identificar y
conocer la condición de los numerosos cautivos cristianos que tenía en las
mazmorras de su fortaleza para calcular el rescate que podía pedir por la
liberación de los más notables. Uno de aquellos cautivos era un sacerdote
llamado Ginés Pérez Chirinos, que había llegado de Cuenca y había sido encarcelado
por recorrer el reino predicando la doctrina cristiana. Cuando el sayid lo interrogó acerca de su oficio,
el sacerdote le contestó que el suyo era celebrar la misa, lo que suscitó la
curiosidad del musulmán.
-Me interesa mucho conocer la religión cristiana
y los ritos que en ella se celebraban. Nunca los he presenciado -le dijo el sayid. Deseo saber cómo es lo que
llamáis la misa y qué significado le dais. Celébrala ante mí.
-Con mucho gusto os complacería, señor -le
aseguró el cura, pero para ello me faltan los objetos litúrgicos y las
vestimentas apropiadas.
El rey ordenó entonces que le indicase
cuáles eran tales objetos y vestiduras, que él se ocuparía de conseguirlas. Y
así lo hizo el cautivo cristiano.
Unos días después, los emisarios que el rey
Abu Zeit había enviado en busca de lo necesario para la misa llegaron con los
encargos para el cura Chirinos, que tuvo que preparar un pequeño altar y
vestirse para la ceremonia que iba a celebrarse en el salón principal del
alcázar.
Y estaban ya encendidas las velas
sacramentales y todo dispuesto para comenzar la ceremonia, cuando descubrió
que, por distracción suya o por descuido de los encargados, faltaba la cruz que
debía presidir el altar. Así se lo hizo saber al rey árabe, que unos pasos más
atrás contemplaba sus preparativos en silencio:
-No puedo celebrar misa. Falta el crucifijo
en el altar, señor -dijo el sacerdote.
En aquel mismo momento, un fuerte resplandor
iluminó la estancia e inmediatamente desde una de las ventanas superiores
descendió, sostenida por dos ángeles hasta posarse en el altar, la cruz que
Chirinos necesitaba para decir su misa.
Aquella cruz era la que había pertenecido a
Santa Helena, la madre del emperador Constantino y, tras largas vicisitudes,
había llegado a poder del emperador de Alemania, quien por incumplir la promesa
de participar en la santa cruzada fue excomulgado por el papa. Y ello explicaba
el milagro de que la sagrada cruz hubiera desaparecido de su poder para ser
trasladada en aquel mismo momento al altar que había dispuesto el cura Chirinos
para su misa. Ante la maravillosa aparición, el sayid y toda la corte se
bautizaron. Y dicen que Abu Zeit tomó el nombre de Vicente Bellvís.
Tiempo después, Alhamar-al-Nasrí, del reino
de Granada, aprovechó la ocasión propicia para amenazar al nuevo taifa
murciano. Éste recurrió al vasallaje de Fernando II, rey de Castilla y León.
Así, en 1243, el infante Alfonso vino a Murcia y tomó posesión del territorio.
Y Caravaca pasó a ser un fuerte bastión cristiano en la frontera con los
musulmanes y se constituía en cabecera militar y religiosa de la comarca.
Tras la unificación de España y el
descubrimiento de nuevas tierras, la
Cruz de Caravaca continuó siendo signo de la fe que inspiró
las conquistas y atrajo a la ciudad a muchas órdenes religiosas: jerónimos,
franciscanos, jesuitas. Y así, su imagen se expandió a los confines del Imperio
español cargado de valor, un valor que ha perdurado hasta nuestra época.
Pero sucedió que una noche de febrero de
1934 fue robada, y tal hecho consternó a la ciudad. Era el Miércoles de Ceniza
cuando, por la mañana, se descubrió el sagrario abierto y vacío sin la
reliquia. Los ladrones sólo dejaron el estuche en que se guardaba. Y por más
que se buscó, nadie daba con ella. Quién la robó y por qué sigue hoy siendo un
enigma, y la cruz que desde entonces se venera no es la original.
106. anonimo (murcia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario