Inmóvil sobre una hoja, la oruga
miraba a su alrededor: unos cantaban, otros corrían, aquellos volaban; todos
los insectos estaban en continuo movimiento. Sólo ella, pobrecita, no tenía
voz, ni corría, ni volaba.
Con gran fatiga conseguía moverse,
pero tan despacio, que cuando pasaba de una hoja a la otra le parecía que había
dado la vuelta al mundo.
Sin embargo, no envidiaba a nadie.
Sabia que era una oruga, y que las orugas debían aprender a hilar una saliva
finísima para tejer con arte maravilloso su casita.
Por eso, con mucho afán, empezó su
trabajo.
En poco tiempo la oruga se encontró
envuelta en un tibio capullo de seda y aislada del mundo.
-¿Y ahora? -se dijo.
-Ahora, espera -le respondió una
voz. Ten aún un poco de paciencia, y ya verás.
En el momento justo la oruga se
despertó y ya no era una oruga.
Salió del capullo con dos alas
preciosas, pintadas de vivos colores, y rápidamente voló a lo más alto del
cielo.
No es bueno juzgar a los demás, ni a uno mismo, por las apariencias.
Detrás de un exterior vulgar y feo puede ocultarse la virtud más bella. Esta
fábula, además, nos enseña a tener confianza en nosotros mismos y a creer en la
efectividad futura de un trabajo continuo, en apariencia inútil.
(de Leyendas: Oruga - De la virtud en general. H. 17 v.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
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