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martes, 18 de diciembre de 2012

El castillo de mirallo

La lejanía de los tiempos olvidó en cendales de niebla el lugar del suceso que vamos a relatar, por más que algunos meollos quieran ver el escenario en la meseta de Eiros, pa­rroquia de San Félix de Mirallo, muy próxima a los límites de los concejos de Tineo y Allande.
Lo que hoy es ubérrimo praderío, fue en tiempos un montículo boscoso, en cuyo picacho se levantaba desafiante un viejo castillo; a sus pies un verde sinfin, coloreado por las viviendas de los colonos.
El mérito mayor del dueño del castillo era haber unido a todos los pobladores del valle en una causa común: el odio hacia su persona. Sanguinario, despótico, solitario, sin fa­milia y sin amigos, vivía en la sola compañía de una viejeci­ta que le servía. Muchas tardes se le veía pasear, por entre las almenas de su torre, atento a todo lo que acontecía en sus dominios.
Un día aciago, a un muchacho, hijo de uno de sus colo­nos de la Ablaneda, se le ocurrió encender una fogata. Las llamas subieron pronto alegres, chisporrotean tes,. a confun­dirse con la neblina del atardecer. Desde su atalaya alcanzó a observar el hidalgo de Mirallo aquel inusitado espectácu­lo y, vomitando ira por los ojos, ordenó traer a su presencia al culpable. Confesó el colono la falta de su hijo e impetró clemencia del altivo señor. No hubo perdón y aquel hombre de corazón de piedra, al decir de los lugareños, mandóle azotar. Se excedieron los verdugos y flaqueáronle las fuer­zas al humilde labrantín, produciéndose la muerte a los po­cos momentos.
Horrorizado el niño ante el cadáver de su padre, mez­clando en sus ojos desamparo, lágrimas y rabia, gritóle al noble:
-¡Maldito seas!
La imprecación del infante tuvo un eco prodigioso.
A los pocos días, sin que hubiera noticia de enfermedad alguna, moría el señor del Valle de Mirallo; tras él su fiel servidora. Ante los asombrados ojos de los habitantes de la comarca, el picacho se fue desmoronando y con él el casti­llo, cual si fuera construido sobre arena.
Cuentan las crónicas aldeanas, esas crónicas amenas que escuchamos en sabrosas pláticas a los viejos, que más de una vez algún vecino de Eiros, al cruzar en la noche la despoblada meseta, llegó a oír las quejas del señor de Mira­llo, como si lo estuvieran azotando [1].

Leyenda naturalista

0.100.3 anonimo (asturias) - 010




[1] Información recogida, el 11 de junio de 1970, de Albina Menéndez, de la Piñera, de ochenta y dos años de edad. El 24 de julio de 1983 visita­mos el praderío en la amable compañía de don Francisco Morán Bouso, guardia mayor de ICONA, que había dirigido las obras del actual pasti­zal; ya no pudimos localizar unos sillares de piedra que habían aparecido el año 1968 cuando se efectuaban las obras.

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