La lejanía de los tiempos olvidó en cendales de niebla
el lugar del suceso que vamos a relatar, por más que algunos meollos quieran
ver el escenario en la meseta de Eiros, parroquia de San Félix de Mirallo, muy
próxima a los límites de los concejos de Tineo y Allande.
Lo que hoy es ubérrimo praderío, fue en tiempos un
montículo boscoso, en cuyo picacho se levantaba desafiante un viejo castillo; a
sus pies un verde sinfin, coloreado por las viviendas de los colonos.
El mérito mayor del dueño del castillo era haber unido
a todos los pobladores del valle en una causa común: el odio hacia su persona.
Sanguinario, despótico, solitario, sin familia y sin amigos, vivía en la sola
compañía de una viejecita que le servía. Muchas tardes se le veía pasear, por
entre las almenas de su torre, atento a todo lo que acontecía en sus dominios.
Un día aciago, a un muchacho, hijo de uno de sus colonos
de la Ablaneda ,
se le ocurrió encender una fogata. Las llamas subieron pronto alegres,
chisporrotean tes,. a confundirse con la neblina del atardecer. Desde su
atalaya alcanzó a observar el hidalgo de Mirallo aquel inusitado espectáculo
y, vomitando ira por los ojos, ordenó traer a su presencia al culpable. Confesó
el colono la falta de su hijo e impetró clemencia del altivo señor. No hubo
perdón y aquel hombre de corazón de piedra, al decir de los lugareños, mandóle
azotar. Se excedieron los verdugos y flaqueáronle las fuerzas al humilde
labrantín, produciéndose la muerte a los pocos momentos.
Horrorizado el niño ante el cadáver de su padre, mezclando
en sus ojos desamparo, lágrimas y rabia, gritóle al noble:
-¡Maldito seas!
La imprecación del infante tuvo un eco prodigioso.
A los pocos días, sin que hubiera noticia de
enfermedad alguna, moría el señor del Valle de Mirallo; tras él su fiel servidora.
Ante los asombrados ojos de los habitantes de la comarca, el picacho se fue
desmoronando y con él el castillo, cual si fuera construido sobre arena.
Cuentan las crónicas aldeanas, esas crónicas amenas
que escuchamos en sabrosas pláticas a los viejos, que más de una vez algún
vecino de Eiros, al cruzar en la noche la despoblada meseta, llegó a oír las
quejas del señor de Mirallo, como si lo estuvieran azotando [1].
Leyenda naturalista
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] Información recogida, el 11
de junio de 1970, de Albina Menéndez, de la Piñera , de ochenta y dos años de edad. El 24 de
julio de 1983 visitamos el praderío en la amable compañía de don Francisco
Morán Bouso, guardia mayor de ICONA, que había dirigido las obras del actual
pastizal; ya no pudimos localizar unos sillares de piedra que habían aparecido
el año 1968 cuando se efectuaban las obras.
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