Lo dejó escrito Cabal: «Don Opas se multiplica en Covadonga,
como si la venganza popular juzgase poco para su traición un solo castigo» [1].
Y no se olvidó de consignarlo Armando Cotarelo y Valledor: «Opas fue rastrero,
espía, traidor y sacrílego; pero sobre su memoria, como estigma de perpetuo
oprobio, pesa hace doce siglos el triple anatema de la tradición, la historia y
el arte»[2].
Había estallado la tempestad. Bien guarecido don Opas,
encendido de rabia y de coraje, veía cómo los guerreros de Pelayo atacaban a
los moros con furia, sin tregua y cuerpo a cuerpo. Silbaban las flechas
disparadas por los arcos, caían las piedras de las alturas y resbalaban los
caballos en el lodo o bajo el golpe mortal de las espadas.
Espantables eran las voces de las víctimas; aquí pedía
alguien auxilio, allá se ahogaba un moro y acullá un tercero imploraba a gritos
la misericordia de Alá. El relámpago, con su voz fosforescente, daba tétrico
color a los montones de cadáveres, mientras las aguas tintas en sangre empezaban
ya a salirse de su curso. Los defensores de la patria a grandes voces
victoreaban a Pelayo, héroe glorioso de aquella tremenda lucha.
En aquel momento don Opas espoleó a su caballo en dirección
a Cangas. Como alma que lleva el diablo, en espectacular galope, corrió por
entre robles y rocas, volándole la capa agitada por el viento. Prosigue en su
veloz carrera. De repente, frenó el caballo, se apeó de un salto y empezó a
notar cómo su cuerpo se endurecía como roca...
Asomaban, entonces, en el firmamento las estrellas vespertinas.
Y por si esto fuera poco, el pueblo, que siempre hizo
justicia a los infames, le condenó además, sin apelación, a los infiernos.
Así, «en cierto relieve existente en las arquivoltas de la antigua portada de
Santa Eulalia de Abamia, que representan una figura entre llamas y un sayón
tirando de su luenga caballera, cree ver la del odioso arzobispo arrastrado por
el demonio» [3].
Leyenda naturalista
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
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