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martes, 18 de diciembre de 2012

El arca de las reliquias

Bajo palabra de honor, protestamos que el suceso mara­villoso que vamos a relatar está consignado en la ponderada Relazión histórica, erudita y philosófica de la muy noble, heróica y leal Villa de Luarca, en este Prin¿ipado de las Asturias, con noticia de algunos principales sucesos y notizias de antigüedades curiosas, fechada en 1767 y debida a la pluma y al ingenio del escri­bano don Joseph Peláez y Coronas, inserta en su «Prontua­rio de Escriptura».
Protestamos a la vez que lo propio refiere, en su obra Las famosas reliquias asturianas y Luarca, el muy curioso y docto historiador don Jesús Evaristo Casariego, vecino de la mis­ma Villa quien, siendo niño, escuchó el mencionado suceso de labios de «viejos marineros y ancianos pesquitas» [1].
Mostrábase la mar, aquella mañana invernal, brava, co­rajuda, con amenazantes cresterías y aceros; al mediodía, como ovejas dóciles al silbido del pastor, las nubes, en den­sos mohos blanquecinos, fueron metiéndose lentamente al poblado por la abertura estrecha del puerto, disipándose luego. La mutación, aunque un tanto misteriosa, había pa­sado desapercibida para la mayoría de las gentes.
Como muchas tardes estivales, también aquella, las gen­tes de mar se habían asomado al acantilado, sin otro re­cuerdo ni otra esperanza que el mar, por ese placer miste­rioso en que para nada entra la curiosidad ni la ambición, para contemplar el horizonte, el mismo que ajustaba su vi­da a las costumbres eternas.
Por entre el hermetismo característico de los hombres que han labrado su vida cabe la mar, cundió la sorpresa, el asombro: una embarcación de gran porte y extraño vela­men se acercaba a puerto, atracando instantes después. Pu­so pie en tierra un hombre fornido, de mediana edad, ata­viado al uso oriental y revestido de una especial autoridad, que solicitó la presencia de algún presbítero.
Hay un silencio como religioso. En los ojos de todos, ojos claros, serenos, limpios por brisas y honradez, rutilaba el misterio. Llegaron, al fin, los sacerdotes y tras breve parla­mento, con desmedido respeto, desembarcaron un arcón adornado con lustrosos herrajes que, sin equivocarse, todos los presentes creyeron repleto de tesoros. En un mar como domesticado, el navío volvió a tomar pulso a las aguas.
Cuenta el cronista que de las alturas bajaron los lobos, que se pusieron en adoración. Y «apareció uno muy grande que se puso a dar vueltas en torno al arca, parándose frente a ella y arrodillándose».
Ese mismo día el arca con sus santas reliquias, «que vi­nieron de Hierosalem», reemprendió viaje hacia la capital del reino, encontrando asiento para siempre en la Cámara Santa de la Santa Iglesia Basílica de San Salvador de Ovie­do. Al lugar de su arribada le pusieron el nombre de Luar­ca, que quiere decir tanto como el Lobo del Arca.

Leyenda marinera

0.100.3 anonimo (asturias) - 010



[1] El ms. de José Peláez Coronas, que se custodia en la Biblioteca Na­cional, secc. ms., sig. 9-6 036, fue incluido como apéndice en la obra de Jesús Evaristo Casariego, Las reliquias asturianas y Luarca, Oviedo 1966, pp. 73-81. El propio autor hace referencia a la leyenda en las pp. 58-59.

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