Escondido tras el follaje de una exuberante vegetación
y adormecido a la sombra de las montañas, se halla el pueblo del Condado,
municipio de Laviana, arrullado por la sempiterna cantinela del Nalón que se
desliza perezosamente, como deleitándose en las caricias de la feraz vega. En
el espejo de sus aguas saltan risas y suspiros de hermosas xanas que,
cantando, en las luminarias mañaneras de San Juan, peinan sus cabellos de oro.
El Condado tiene su origen en el año 856 y debe su fundación
al rey Ordoño I, al decir de la tradición. Conserva del pasado el torreón
romano, las ruinas de la leprosería de San Lázaro de Colmillera y la
casa-palacio de recios muros, ancha portalada y alegre solana, lar de esta
aleccionadora leyenda.
Vivía en esta casa solariega un noble caballero, dueño
y señor de vidas y haciendas. En la principal fachada campeaban los gloriosos
escudos con que los reyes habían recompensado los servicios de sus
antepasados.
Ocurrió una noche de cruel invierno. Los vientos azotaban
con violencia las paredes; el aullido de los lobos erizaba los cabellos. Hay
nieve. Cuando más arreciaban los gemidos del viento, haciendo crujir puertas y
ventanas, dejáronse oír unos recios golpes en los portones palaciegos. Saltó
el hidalgo con presteza del lecho y se asomó a la ventana. Un anciano, cubierto
de harapos, muerto de frío y de angustia, suplica por Dios albergue para
aquella noche.
Por respuesta, el seco sonido de una ventana al
cerrarse con brusquedad. Luego, silencio.
Pocos días después organizaba el hidalgo una cacería a
la que eran invitados los infanzones del valle.
Subían ya la pronunciada ladera que conduce a Peña mayor.
La nieve, espesa, hace penoso y lento el caminar. El hidalgo del Condado, a
quien apasiona la caza, habíase separado de sus compa-ñeros en persecución de
una hermosa pieza. Caía la noche. Al verse en la imposibilidad de reunirse con
sus amigos, decide pasar la noche en una aldea, a escasa distancia de aquel
lugar. Encaminóse a la primera casa y llamó a la puerta, sin obtener respuesta.
Lo mismo pasó en las demás. Unicamente en una vio una cabeza asomada a una
ventana, que luego se cerraría con estrépito. Luego, sólo los pasos y el piafar
inquieto de su caballo.
Aléjase con la esperanza de hallar otra aldea,
mientras juraba terribles maldiciones de venganza. Las tinieblas habían
invadido el suelo; la fatiga va minando ya sus fuerzas cuando, de pronto, se
estremece de terror al sentir el tétrico aullido de los lobos que, hambrientos
y desafiantes, acechan a su presa.
-¡Señor, no me abandones! -musitó ahogadamente.
Ve, entonces, ante él una blanca figura, cubierta con
túnica, rasgadas frente y manos por horribles heridas, que dulcemente le
reprocha:
-¿Por qué me llamas ahora, tú que rechazas al que en
mi nombre a ti acude?
-¡Perdón, Señor, perdón...! -acierta a balbucir el
infeliz, cayendo en tierra.
Un rayo de luz hiere su retina y abre los ojos. Mira
en torno suyo y comprueba con asombro, que se halla en una iglesia. Entonces,
en un arranque de sinceridad, postróse de rodillas para dar gracias a Dios por
haberle salvado. Una voz sosegada, la del Santo Cristo, dando respuesta a la
pregaria, le susurra:
-¡Que la paz sea contigo!
Comentaban, días más tarde, extrañados, los lugareños
del Condado el cambio brusco que, sin causa aparente que lo justificara, se
había obrado en su señor. El motivo de aquellos comentarios era el ver
desaparecidos de la casona solariega los gloriosos escudos, y en su lugar una
tosca inscripción en el dintel de la ventana:
«Auxilium
meum a Domino
Qui fecit
coelum el terram».
(PSAL. 120)
Bajo otra que, no hacía mucho tiempo, se había cerrado
con estrépito tras un pobre mendigo que, temblando de frío v soledad, pedía
humilde cobijo para una noche, había labrado esta sentencia:
«Dará
posada a los pobres
El que
habitara esta casa,
Y no la
ocupe ni herede
El que no
quisiera darla».
(AÑO 1725)
Y cuenta la tradición que nunca viajero alguno
encontró cerradas las puertas de la orgullosa casona [1].
Leyenda religiosa
0.100.3 anonimo (asturias) - 010
[1] Nos relató la leyenda, el 12
de agosto de 1961, don Joaquín Iglesias González, de tan grata recordanza,
canónigo peniterciario de Covadonga, natural del Condado. También nos aportaron
datos don Luciano López García-Jove y don Gumersindo Castaño. Tal como aparece
la narración, no hay relación cronológica entre hecho legendario y epigrafia;
mas preferimos ser fieles al dictado popular, sin aliños o aditamentos,
siempre perjudiciales en estos casos.
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