Un águila real, ya vieja, que vivía
desde hacía muchos años solitaria sobre una altísima peña, sintió que la hora
de la muerte se acercaba. Con un potente grito llamó a sus hijos, que vivían
sobre las peñas más próximas, y cuando los tuvo reunidos en torno a ella los
miró uno a uno y dijo:
-Yo os he alimentado y criado para
que desde pequeños fueseis capaces de mirarsl sol. He dejado morir de hambre a
aquellos de vuestros hermanos que no podían soportar su visión. Por eso
vosotros sois dignos de volar más alto que las demás aves. El que no quiera
morir, que no se acerque jamás a vuestro nido. Todos los animales deben teneros
miedo, pero vosotros no haréis ningún daño a los que os respeten, sino que les
dejaréis comer los restos de vuestras presas.
-Ahora estoy a punto de dejaros,
pero no moriré en mi nido; volaré a lo más alto, hasta donde me lleven mis
alas; me dirigiré hacia el sol como si pudiera llegar a él, y sus rayos
inflamados quemarán mis viejas plumas; me precipitaré hacia la tierra y caeré
dentro del agua. Pero de aquel agua, milagrosamente, renaceré rejuvenecida,
dispuesta a recomenzar mi existencia. Esa es la naturaleza de las águilas y
nuestro destino.
Dicho esto, el águila real
emprendió su vuelo: majestuosa y solemne dio vuelta en torno de la peña donde
estaban sus hijos; después, de pronto, se dirigió hacia lo alto para quemar en
el sol sus alas ya cansadas.
Este es el resumen de toda una vida de dignidad, con las virtudes que
las fábulas y leyendas anteriores han ido ensalzando: confianza en las propias
fuerzas, respeto hacia los demás, exigencia con uno mismo, educación de los
hijos, conciencia de la proyección futura de nuestros actos y voluntad férrea
de cumplir con nuestro deber.
(de Leyendas: Águila. H. 12 v.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
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