Erase una vez un viejo ermitaño que
vivía en el bosque con la sola compañía de un pájaro de los llamados
calandrias.
Un día, dos escuderos se llegaron a
él y le invitaron a seguirles hasta el castillo, donde su señor estaba
gravemente enfermo.
El viejo, seguido por la calandria,
fue con los escuderos y pronto se encontró en la habitación del enfermo.
Cuatro doctores, moviendo la
cabeza, hablaban entre sí.
-No hay nada que hacer -murmuró el
que parecía más importante. Ya está muriéndose.
El viejo ermitaño, sin pasar de la
puerta, observó a la calandria, que había ido a posarse sobre el alto alféizar
y miraba desde allí al enfermo.
-Curará -dijo entonces el ermitaño.
-¡Pero cómo puede este villano
afirmar tal cosa! -exclamaron a un tiempo los doctores.
El moribundo abrió los ojos, vio la
calandria que lo contemplaba, y trató de sonreír.
Pero poco a poco sus mejillas se
colorearon, le volvieron las fuerzas y, ante el estupor de los presentes, dijo:
-Me siento un poco mejor.
Al poco tiempo, el señor del
castillo, ya restablecido completamente, se fue al bosque para dar las gracias
al viejo mago.
-No me lo agradezcáis -dijo el
ermitaño. Ha sido el pajarillo quien os ha curado. La calandria -añadió- es un
pájaro muy sensible: si cuando se encuentra ante un enfermo, no lo mira y
vuelve la cabeza hacia otro lado, significa que no hay esperanza; si en cambio
lo mira, como ha hecho con vos, quiere decir que el enfermo no morirá. Así, con
su mirada, la calandria lo ayuda a curarse.
Como la sensible calandria, el amor
virtuoso no mira las cosas feas y tristes, sino que convive con las nobles y
honestas. Los pájaros tienen por patria una florida selva y la virtud tiene
como patria un corazón gentil.
El verdadero amor se revela ante la
adversidad; es como una luz que resplandece tanto más cuanto más negra es la
noche.
(de Leyendas: Amor de virtud. H. 5 r.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
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