La venceja, con gritos alegres y
alborotados chillidos, había vuelto a su viejo nido.
Después de limpiarlo y arreglarlo,
puso sus huevos. Después los incubó. Al fin, cuando ya hubieron nacido sus
hijos, comenzó a volar del nido al cielo y del cielo al nido, para alimentar a
su numerosa familia.
En cambio, el vencejo volaba. Había
volado durante los trabajos domés-ticos, después mientras ella empollaba, y
volaba aún, todos los días, del alba al crepúsculo, sin darse un instante de
reposo.
-¿Por qué siempre estás volando?
-le preguntaron un día.
-Porque a mí no me gusta trabajar
-respondió.
(de Leyendas: Inconstancia. H. 10 v.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
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