Cuando volvió al nido, con un
gusanito en la boca, el jilguero no encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien,
durante su ausencia, se los había robado.
El jilguero empezó a buscarlos por
todas partes, llorando y trinando; todo el bosque resonaba con sus desesperados
reclamos, pero nadie respondía.
Un día, un pinzón le dijo:
-Me parece que he visto a tus hijos
en casa del campesino.
El jilguero voló lleno de
esperanza, y en poco tiempo llegó a casa del campesino. Se posó en el tejado: no
había nadie. Bajó a la era: estaba desierta.
Pero al levantar la cabeza vio una
jaula en la ventana. Sus hijos estaban dentro, prisioneros.
Cuando lo vieron, agarrado a los
palos de la jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los libertase. Él trató de
romper con el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.
Entonces, llorando con desconsuelo,
los dejó.
Al día siguiente volvió el jilguero
de nuevo a la jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los
barrotes, los besó uno tras otro, por última vez.
Había llevado a sus crías una yerba
venenosa, y los pajaritos murieron.
-Mejor morir -dijo- que perder la
libertad.
(de Leyendas: Jilguero. H. 63 v.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
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