Cuando el pelícano partió para ir a
buscar su comida, una serpiente, bien escondida entre las ramas, comenzó a
deslizarse hacia el nido.
Los pequeños dormían tranquilos.
La serpiente se acercó y con un
resplandor malvado en los ojos inició la matanza. Un mordisco venenoso a cada
uno y los pobrecitos entraron inmediatamente en el sueño de la muerte.
La serpiente, satisfecha, volvió a
su escondite para divertirse con la vuelta del pelícano.
Así fue, porque poco después el ave
regresó.
Al ver el desastre comenzó a
llorar, y su lamento era tan deses-perado que todos los habitantes del bosque
lo escuchaban conmovidos.
-¿Qué sentido tiene ya mi vida sin
vosotros? -decía el pobre padre mirando a sus hijos asesinados. ¡Yo también
quiero morir con vosotros!
Y con el pico comenzó a rasgarse el
pecho, justo sobre el corazón. La sangre brotaba a oleadas por la herida,
bañando a los pequeños muertos por la serpiente.
Pero, poco después, el pelícano, ya
moribundo, se sobresaltó. Su sangre cálida había vuelto a la vida a sus
hijitos. Su amor los había resucitado. Y entonces, feliz, expiró.
El sacrificio por los hijos es una consecuencia sublimada del amor
paterno-filial. Pero también en cualquiera de los grados del afecto es parte
sustancial la capacidad de entrega, de posposición del propio bienestar al de
la persona amada.
(de Leyendas: Pelícano. H. 13 r.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
No hay comentarios:
Publicar un comentario