Los cazadores hablaban del
unicornio como de un animal misterioso.
-¿Es un animal o un espíritu? -se
preguntaban.
Efectivamente, aquel extraño
caballito con un cuerno en medio de la frente, aparecía unas veces aquí y otras
allí, pero nadie conseguía sorprenderlo.
-Salvaje y curioso -decía un cazador.
-Seguramente es un mensajero del
infierno, venido a la tierra para espiarnos -añadía otro.
-No puede ser, es demasiado bello
para ser un espíritu infernal. Debe ser un ángel -replicaban los demás.
Una muchacha, sentada aparte bajo
una pérgola, escuchaba en silencio, hilando la lana, y sonreía. Ella conocía
muy bien al unicornio, lo sabía todo acerca de él, era amigo suyo.
En esto, después de que los hombres
se marcharon, el animal apareció detrás de un macizo y corrió hacia la
muchacha, se tumbó a su lado, apoyó el hocico sobre su regazo y se puso a
mirarla con ojos de enamorado.
El unicornio, el salvaje y feroz
cuadrúpedo, el que escapaba tan hábilmente de todas las trampas, sentía
debilidad por las muchachas; a todas amaba, y cuando se daba cuenta de que
estaban solas, se acercaba sin miedo para admirarlas de cerca.
Después del primer encuentro, se
volvía dócil como un animal doméstico y buscaba con el hocico una caricia.
Pero este amor extraordinario fue
su perdición.
Los cazadores se dieron cuenta y un
día, sin saberlo la muchacha, le tendieron una celada y lo mataron.
El amor vuelve dócil al más salvaje, imprudente al juicioso y
descuidado al más precavido. Pero a menudo tiene el efecto contrario: da
imaginación al más cerrado, rejuvenece al viejo, y al débil fortalece y lleva a
triunfar en los más dificiles empeños.
(de Leyendas: Intemperancia. H. 11 v.)
1.082. Da Vinci, Leonardo - 012
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