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miércoles, 29 de agosto de 2012

Historia del rey tabiu el-awal

EN EL NOMBRE DE ALA, EL CLEMENTE, EL MISE­RICORDIOSO.

Esta es la historia del rey Tabiu el-Awal, que hizo la ciudad de Medina, la Me­dina del profeta, Alá le ben­diga y le dé la salvación, antes de su venida.
Cuenta Abú Caid, siervo de al-Malik ibn Muhamad, que este rey Tabiu el-Awal fue con sus huestes a derribar la ciudad de la Meca, hon­rada sea por Alá. Y era muy poderoso, pues era de los primeros en grandeza y reinos; tenía muchos ministros, pero entre todos uno lla­mado Amariqa, que regía sus huestes. Armó un ejército de treinta mil hombres de a caballo y trescientos mil peones, y conforme iba ganando las tierras, de cada lugar o ciudad que conquis­taba escogía diez sabios. Cuando llegó a la Meca llevaba consigo cuatro mil sabios. Y los de la Meca en lugar de salir a recibirle, se dispusieron a defender su ciudad.
Enojóse el rey y llamó a su ministro Amariqa a quien le dijo:
-¿Qué es esto? ¿Por qué nos reciben así en esta ciudad?
Dijo el ministro:
-Señor, son árabes torpes, no os entienden; tienen una casa que llaman el santuario y guar­dan en ella muchas maravillas y adoran a todos los ídolos menos a Alá.
Dijo el rey:
-¿De verdad todo esto es así?
Respondió el ministro:
-Sí, de verdad.
Descendió el rey a la huerta de la Meca con su hueste, y pensó y se propuso derribar la casa del santuario y matar a los hombres, robar las muje­res y capturar a las criaturas.
Dice el narrador que aquella noche Alá, tan grande es su poder, le envió un dolor de cabeza y de ojos tal que le salía por las narices un agua tan maloliente que no había quién la soportase, tan fuerte era su hedor.
Dijo el rey a su ministro Amariqa:
-Junta a los sabios y médicos para que estu­dien mi mal.
Y todos fueron reunidos y ninguno de ellos encontraba solución. Y pasaron los cuatro mil sabios y ninguno de ellos pudo siquiera estar con él por el mal olor que despedía.
Dijo el rey:
-He reunido a todos mis sabios y ninguno puede curar mi mal.
Uno de ellos respondió:
-Oh, rey, nosotros curamos las cosas de la tierra, no las del cielo, y ésta es del cielo. Noso­tros no podemos remediarla.
Dicen que el rey quedó en gran pesar, y fué­ronse los sabios y el rey se iba poniendo peor. Y cuando se hizo la noche uno de los sabios fue al ministro Amariga y le dijo:
-Ministro, entre tú y yo ha de haber un secreto: y es que le digas al rey que si él me da su palabra de cumplir lo que le demande, yo le sanaré.
El ministro se alegró mucho y lo felicitó. Lo llevó ante el rey y dijo:
-Rey, este sabio dice que si le das tu palabra de cumplir lo que te demande sin celar cosa nin­guna, él te sanará.
Alegróse mucho el rey con aquellas noticias y le prometió grandes recompensas.
Dijo el sabio:
-Rey, es menester quedar en secreto los dos solos.
Y cuando estuvieron solos añadió el sabio:
-Rey, dime la verdad, ¿has tenido voluntad de hacer algún daño o mal al santuario de la Meca?
Contestó el rey:
-Sí, por Alá. Tengo voluntad de derrocarla y robar sus tesoros, sus hombres y sus mujeres. Dijo el sabio:
-Debes saber, rey, que tu mal tiene ahí su causa, porque el dueño de esta casa es un gran señor poderoso, al que nada se le escapa: sabe lo secreto y lo público, sabe tu voluntad. Pero si tú sacas de tu corazón lo que tenías pensado, estoy seguro de que apartará de ti la enfermedad y ten­drás el bien de este mundo y del otro.
El rey dijo:
-Tomo tu consejo y aparto de mi corazón todo mal pensamiento.
Dice el narrador que no había salido el sabio de donde estaba cuando el rey ya era sano como si no hubiera padecido nunca mal alguno, per­donado por el deseo de Alá. Y salió sano y salvo profesan-do la religión de Abraham, la paz sea con él. Y como presente el rey mandó colgar cada año siete paños de brocado en el santuario por amor a Alá.
Este fue el primer rey que hizo colgar paños en el santuario de la Meca hasta hoy. Y mandó que se guardasen al despedirse con su hueste de los de la casa. Y se fue en varias jornadas hasta un prado fresco que tenía una fuente que se llamaba Yazrib, y por esta fuente tuvo nombre la ciudad de Medina. No había nada edificado ni árboles por ser tierra viciosa, y el rey se asentó con su hueste en aquella fuente. Y los sabios y el que sanó al rey y el ministro Amario;a se apartaron y tomaron el parecer de no salir del prado aunque el rey lo mandase.
Al otro día el rey mandó levantar el real y jun­tos los sabios le dijeron:
-Señor, no partiremos de este lugar aunque a todos nos mandes sentenciar, y preferimos morir en esta fuente deshonrados. El día que salimos de nuestras casas fue con la voluntad de venir aquí que por nuestro saber conocimos que llegaríamos con tu hueste a este lugar de la fuente, y pues Alá, tan alto es, nos ha hecho gra­cia de conocerla, tenemos la intención, todos los sabios juntos, de aguardar aquí al bienaventu­rado Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, pues tenemos la esperanza de alcanzar su venida, si no nosotros, nuestros hijos.
Cuando el rey supo aquello, dijo a su ministro Amariqa:
-¿Qué te parece esto? ¿Te parece que pode­mos seguir sin ellos? No he de dejarlos y sino van por la fuerza que pierdan la vida.
Al momento se fue Amariça y reunió a los sabios y les contó lo que el rey decía. Contesta­ron los sabios:
-Amariça, dile al rey que la honra de esta fuente y de una ciudad que aquí se fundará es tan grande en el poder de Alá que nos obliga a morir aquí, y la causa es un profeta muy aventajado en el favor de Alá, que tendrá su morada en ella y se llamará Mahoma. Será señor del verdugo de vir­tudes, y corona de la camella y de la honra, señor del punto que señala la Meca, y del Corán y de la religión y de la creencia verdadera. Su lema será: "No hay Dios sino Alá, y Mahoma es su profeta." Nacerá en la Meca, ha de criarse en Bani Ga'ad y vendrá a vivir aquí. Bienaventurado el que lo alcance y le obedezca y crea en sus palabras, en este mundo y en el otro. Nosotros hemos de tener por esto gloria perdurable.
Cuando oyó todo esto el ministro Amariqa tuvo también deseos de quedarse con ellos en aquella fuente. Fue al rey y le dijo:
-Señor, no debes porfiar con los sabios; ni ellos ni yo partiremos de aquí hasta la muerte.
Maravillóse el rey de aquello y preguntó cuál era la causa que a tal voluntad les movía.
Entonces Amariça le contó todo lo que los sabios le habían manifestado, y cuando el rey lo supo se irritó terriblemente con los sabios por­que no se lo habían dicho antes. Determinó que­darse con ellos un año, movido por el deseo de alcanzar a Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación.
Y mandó traer a muchos carpinteros y levantó en dicho lugar cuatro mil casas para los cuatro mil sabios, para cada uno la suya con todo lo necesario. Y cuando la ciudad estuvo acabada escribió una carta con letras de oro que decía así:
"Pasemos a lo principal. Te saludo Mahoma. Yo creo en Alá y en su libro que descenderá sobre ti; soy de tu religión y de tu tradición. Creo en Alá, poderoso sobre todas las cosas, y en lo que has traído de tu señor referente a los manda­mientos de la religión.
Creo todas estas cosas y si alcanzo a conocerte, buenaventura para mí; y si no, te ruego por Alá, aquel que te aventajó sobre todas las criaturas, que pidas por mí el día del juicio y no olvides que soy de tu comunidad y de los primeros que te siguieron antes de tu venida. Soy de tu religión y de tu padre Abraham."
Y selló la carta con un sello de oro y se la dio al sabio que lo sanó diciendo:
-Te mando que permanezcas aquí y guardes esta carta hasta que se la entregues a Mahoma si lo alcanzares, y si no, encomiéndasela a una per­sona fiel y se guarde de unos a otros hasta que venga Mahoma y se la den en sus manos.
Y mandó llamar a todos los sabios y les dijo:
-Amigos míos, quiero partir para mi casa; os ruego que haya concordia entre vosotros y no haya malquerencia y os mando que estéis en esta ciudad hasta que venga Mahoma y le hagáis entrega de ella en mi lugar.
Y mandó al sabio que morase en la casa que había hecho el rey para sí, que era casa de rey; y cuando viniese Mahoma mandó le aposentasen en ella y se la diesen de su parte.
Acordado todo esto, el rey con toda su hueste se despidió de los sabios con muchas lágrimas por su deseo de conocer a Mahoma. Y anduvo sus jornadas hasta llegar a la ciudad de Nifalcam, en tierras de la India, y en ella murió.
Y el día que el rey murió, fue el día del naci­miento de Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación.
Y moraba en la casa que hizo el rey para Mahoma un hijo de aquel sabio que sanó al rey; y cuando Mahoma fue hombre hizo su pere-grina­ción a la ciudad. Y cuando los de la ciudad supie­ron su venida, escogieron un hombre, principal, bueno y de esclarecida razón para presentar la carta a Mahoma, que se llamaba Abú Layli, y era de los creyentes. Y salió de la ciudad con cin­cuenta hombres ancianos con sus cabalgaduras bien enjaezadas, por el camino de la Meca, haciendo sonar añafiles y atabales con mucha alegría.
A una legua de la ciudad se toparon con Mahoma y una tribu de los de Bani Sulaimán, muy honrada gente. Y conoció Mahoma a Abú Layli y le dijo:
-Abú Layli, la paz sea contigo. ¿Traes la carta del rey Tabiu el-Awal?
Dice el narrador que cuando oyó esto Abú Layli estuvo mucho tiempó maravillado, sin habla, y al fin dijo:
-¿Quién eres? ¿Eres algún hechicero?
Mahoma contestó:
-No soy hechicero, sino mensajero de Alá. Me ha hecho saber de ti el fiel Gabriel, la paz sea con él.
Al momento dijo Abú Layli:
-Oh Mahoma, mensajero de Alá, toma la carta y recíbela del rey Tabiu el-Awal que se fue con tanto deseo de verte, rogándote que no le olvides el día del juicio frente al rey verdadero.
Y la tomó Mahoma y la entregó a Abú Bakri para que la leyese. Una vez leída dijo Mahoma:
-Alegría, alegría, alegría.
Entonces mandó Abú Layli que volviesen a la ciudad e hiciesen saber que estaba muy cerca Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salva-ción, para que saliesen chicos y grandes a recibir al lucero resplandeciente. Y cuando entró en la ciudad comenzó a decir:
-Alegría. Alegría, gentes. Que ya viene nues­tro bien. Salid a prisa, pequeños y grandes, que quien lo vea hoy no será tocado por el fuego del infierno.
Y cuando oyeron aquello dieron al mensajero gracias y albricias y salió toda la gente a recibirlo con tanta alegría que no es posible describirla. Y llegó Mahoma a la ciudad con tanto estruendo que sólo se oían glorificaciones y plegarias, y parecía que toda la cohorte de los ángeles estaba allí. Lo cual algunos sabios afirman que así fue en verdad, pues ángeles eran los que glorificaban a Alá. Y así llegó a la casa que hizo el rey para Mahoma con tanta alegría que no hay persona carnal que pueda contarlo.
Y salió el hijo del sabio que sanó al rey, que moraba en la casa que el rey hizo para Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, y le hizo entrega de ella delante de toda la compaña con mucha humildad.
Después de recibido Mahoma, sosegada la gente, mandó Abú Layli degollar vacas, carneros y camellos para Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación. Se convidó a toda la ciudad y estuvie­ron en fiestas y alegrías quince días, que no hacía la gente otra cosa sino ir y venir a casa del profeta Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación.
¿Quiénes vieron un placer semejante sino aquellos que Alá, tan alto es, les hizo la gracia de encontrarse en aquel recibimiento y alcanzar el galardón? Póngamos Alá por su piedad en la compaña de aquellos que alcanzaron y alcanza­rán la gloria perdurable por su piedad. Amén.
La paz sea con vosotros y la bendición de Alá.

117. anonimo (morisco)

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