EN EL
NOMBRE DE ALA, EL CLEMENTE, EL MISERICORDIOSO.
Esta
es la historia del rey Tabiu el-Awal, que hizo la ciudad de Medina, la Me dina del profeta, Alá le bendiga
y le dé la salvación, antes de su venida.
Cuenta
Abú Caid, siervo de al-Malik ibn Muhamad, que este rey Tabiu el-Awal fue con
sus huestes a derribar la ciudad de la
Meca , honrada sea por Alá. Y era muy poderoso, pues era de
los primeros en grandeza y reinos; tenía muchos ministros, pero entre todos uno
llamado Amariqa, que regía sus huestes. Armó un ejército de treinta mil
hombres de a caballo y trescientos mil peones, y conforme iba ganando las
tierras, de cada lugar o ciudad que conquistaba escogía diez sabios. Cuando
llegó a la Meca
llevaba consigo cuatro mil sabios. Y los de la Meca en lugar de salir a recibirle, se
dispusieron a defender su ciudad.
Enojóse
el rey y llamó a su ministro Amariqa a quien le dijo:
-¿Qué
es esto? ¿Por qué nos reciben así en esta ciudad?
Dijo
el ministro:
-Señor,
son árabes torpes, no os entienden; tienen una casa que llaman el santuario y
guardan en ella muchas maravillas y adoran a todos los ídolos menos a Alá.
Dijo
el rey:
-¿De
verdad todo esto es así?
Respondió
el ministro:
-Sí,
de verdad.
Descendió
el rey a la huerta de la Meca
con su hueste, y pensó y se propuso derribar la casa del santuario y matar a
los hombres, robar las mujeres y capturar a las criaturas.
Dice
el narrador que aquella noche Alá, tan grande es su poder, le envió un dolor de
cabeza y de ojos tal que le salía por las narices un agua tan maloliente que no
había quién la soportase, tan fuerte era su hedor.
Dijo
el rey a su ministro Amariqa:
-Junta
a los sabios y médicos para que estudien mi mal.
Y
todos fueron reunidos y ninguno de ellos encontraba solución. Y pasaron los
cuatro mil sabios y ninguno de ellos pudo siquiera estar con él por el mal olor
que despedía.
Dijo
el rey:
-He
reunido a todos mis sabios y ninguno puede curar mi mal.
Uno de
ellos respondió:
-Oh,
rey, nosotros curamos las cosas de la tierra, no las del cielo, y ésta es del
cielo. Nosotros no podemos remediarla.
Dicen
que el rey quedó en gran pesar, y fuéronse los sabios y el rey se iba poniendo
peor. Y cuando se hizo la noche uno de los sabios fue al ministro Amariga y le
dijo:
-Ministro,
entre tú y yo ha de haber un secreto: y es que le digas al rey que si él me da
su palabra de cumplir lo que le demande, yo le sanaré.
El
ministro se alegró mucho y lo felicitó. Lo llevó ante el rey y dijo:
-Rey,
este sabio dice que si le das tu palabra de cumplir lo que te demande sin celar
cosa ninguna, él te sanará.
Alegróse
mucho el rey con aquellas noticias y le prometió grandes recompensas.
Dijo
el sabio:
-Rey,
es menester quedar en secreto los dos solos.
Y
cuando estuvieron solos añadió el sabio:
-Rey,
dime la verdad, ¿has tenido voluntad de hacer algún daño o mal al santuario de la Meca ?
Contestó
el rey:
-Sí,
por Alá. Tengo voluntad de derrocarla y robar sus tesoros, sus hombres y sus
mujeres. Dijo el sabio:
-Debes
saber, rey, que tu mal tiene ahí su causa, porque el dueño de esta casa es un
gran señor poderoso, al que nada se le escapa: sabe lo secreto y lo público,
sabe tu voluntad. Pero si tú sacas de tu corazón lo que tenías pensado, estoy
seguro de que apartará de ti la enfermedad y tendrás el bien de este mundo y
del otro.
El rey
dijo:
-Tomo
tu consejo y aparto de mi corazón todo mal pensamiento.
Dice
el narrador que no había salido el sabio de donde estaba cuando el rey ya era
sano como si no hubiera padecido nunca mal alguno, perdonado por el deseo de
Alá. Y salió sano y salvo profesan-do la religión de Abraham, la paz sea con
él. Y como presente el rey mandó colgar cada año siete paños de brocado en el
santuario por amor a Alá.
Este
fue el primer rey que hizo colgar paños en el santuario de la Meca hasta hoy. Y mandó que
se guardasen al despedirse con su hueste de los de la casa. Y se fue en varias
jornadas hasta un prado fresco que tenía una fuente que se llamaba Yazrib, y
por esta fuente tuvo nombre la ciudad de Medina. No había nada edificado ni
árboles por ser tierra viciosa, y el rey se asentó con su hueste en aquella
fuente. Y los sabios y el que sanó al rey y el ministro Amario;a se apartaron y
tomaron el parecer de no salir del prado aunque el rey lo mandase.
Al
otro día el rey mandó levantar el real y juntos los sabios le dijeron:
-Señor,
no partiremos de este lugar aunque a todos nos mandes sentenciar, y preferimos
morir en esta fuente deshonrados. El día que salimos de nuestras casas fue con
la voluntad de venir aquí que por nuestro saber conocimos que llegaríamos con
tu hueste a este lugar de la fuente, y pues Alá, tan alto es, nos ha hecho gracia
de conocerla, tenemos la intención, todos los sabios juntos, de aguardar aquí
al bienaventurado Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, pues tenemos la
esperanza de alcanzar su venida, si no nosotros, nuestros hijos.
Cuando
el rey supo aquello, dijo a su ministro Amariqa:
-¿Qué
te parece esto? ¿Te parece que podemos seguir sin ellos? No he de dejarlos y
sino van por la fuerza que pierdan la vida.
Al
momento se fue Amariça y reunió a los sabios y les contó lo que el rey decía.
Contestaron los sabios:
-Amariça,
dile al rey que la honra de esta fuente y de una ciudad que aquí se fundará es
tan grande en el poder de Alá que nos obliga a morir aquí, y la causa es un
profeta muy aventajado en el favor de Alá, que tendrá su morada en ella y se
llamará Mahoma. Será señor del verdugo de virtudes, y corona de la camella y
de la honra, señor del punto que señala la Meca , y del Corán y de la religión y de la
creencia verdadera. Su lema será: "No hay Dios sino Alá, y Mahoma es su
profeta." Nacerá en la Meca ,
ha de criarse en Bani Ga'ad y vendrá a vivir aquí. Bienaventurado el que lo
alcance y le obedezca y crea en sus palabras, en este mundo y en el otro.
Nosotros hemos de tener por esto gloria perdurable.
Cuando
oyó todo esto el ministro Amariqa tuvo también deseos de quedarse con ellos en
aquella fuente. Fue al rey y le dijo:
-Señor,
no debes porfiar con los sabios; ni ellos ni yo partiremos de aquí hasta la
muerte.
Maravillóse
el rey de aquello y preguntó cuál era la causa que a tal voluntad les movía.
Entonces
Amariça le contó todo lo que los sabios le habían manifestado, y cuando el rey
lo supo se irritó terriblemente con los sabios porque no se lo habían dicho
antes. Determinó quedarse con ellos un año, movido por el deseo de alcanzar a
Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación.
Y
mandó traer a muchos carpinteros y levantó en dicho lugar cuatro mil casas para
los cuatro mil sabios, para cada uno la suya con todo lo necesario. Y cuando la
ciudad estuvo acabada escribió una carta con letras de oro que decía así:
"Pasemos
a lo principal. Te saludo Mahoma. Yo creo en Alá y en su libro que descenderá
sobre ti; soy de tu religión y de tu tradición. Creo en Alá, poderoso sobre
todas las cosas, y en lo que has traído de tu señor referente a los mandamientos
de la religión.
Creo
todas estas cosas y si alcanzo a conocerte, buenaventura para mí; y si no, te
ruego por Alá, aquel que te aventajó sobre todas las criaturas, que pidas por
mí el día del juicio y no olvides que soy de tu comunidad y de los primeros que
te siguieron antes de tu venida. Soy de tu religión y de tu padre
Abraham."
Y
selló la carta con un sello de oro y se la dio al sabio que lo sanó diciendo:
-Te
mando que permanezcas aquí y guardes esta carta hasta que se la entregues a
Mahoma si lo alcanzares, y si no, encomiéndasela a una persona fiel y se
guarde de unos a otros hasta que venga Mahoma y se la den en sus manos.
Y
mandó llamar a todos los sabios y les dijo:
-Amigos
míos, quiero partir para mi casa; os ruego que haya concordia entre vosotros y
no haya malquerencia y os mando que estéis en esta ciudad hasta que venga
Mahoma y le hagáis entrega de ella en mi lugar.
Y
mandó al sabio que morase en la casa que había hecho el rey para sí, que era
casa de rey; y cuando viniese Mahoma mandó le aposentasen en ella y se la
diesen de su parte.
Acordado
todo esto, el rey con toda su hueste se despidió de los sabios con muchas
lágrimas por su deseo de conocer a Mahoma. Y anduvo sus jornadas hasta llegar a
la ciudad de Nifalcam, en tierras de la India , y en ella murió.
Y el
día que el rey murió, fue el día del nacimiento de Mahoma, Alá le bendiga y le
dé la salvación.
Y
moraba en la casa que hizo el rey para Mahoma un hijo de aquel sabio que sanó
al rey; y cuando Mahoma fue hombre hizo su pere-grinación a la ciudad. Y
cuando los de la ciudad supieron su venida, escogieron un hombre, principal, bueno
y de esclarecida razón para presentar la carta a Mahoma, que se llamaba Abú
Layli, y era de los creyentes. Y salió de la ciudad con cincuenta hombres
ancianos con sus cabalgaduras bien enjaezadas, por el camino de la Meca , haciendo sonar añafiles
y atabales con mucha alegría.
A una
legua de la ciudad se toparon con Mahoma y una tribu de los de Bani Sulaimán,
muy honrada gente. Y conoció Mahoma a Abú Layli y le dijo:
-Abú
Layli, la paz sea contigo. ¿Traes la carta del rey Tabiu el-Awal?
Dice
el narrador que cuando oyó esto Abú Layli estuvo mucho tiempó maravillado, sin
habla, y al fin dijo:
-¿Quién
eres? ¿Eres algún hechicero?
Mahoma
contestó:
-No
soy hechicero, sino mensajero de Alá. Me ha hecho saber de ti el fiel Gabriel,
la paz sea con él.
Al
momento dijo Abú Layli:
-Oh
Mahoma, mensajero de Alá, toma la carta y recíbela del rey Tabiu el-Awal que se
fue con tanto deseo de verte, rogándote que no le olvides el día del juicio
frente al rey verdadero.
Y la
tomó Mahoma y la entregó a Abú Bakri para que la leyese. Una vez leída dijo
Mahoma:
-Alegría,
alegría, alegría.
Entonces
mandó Abú Layli que volviesen a la ciudad e hiciesen saber que estaba muy cerca
Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salva-ción, para que saliesen chicos y
grandes a recibir al lucero resplandeciente. Y cuando entró en la ciudad
comenzó a decir:
-Alegría.
Alegría, gentes. Que ya viene nuestro bien. Salid a prisa, pequeños y grandes,
que quien lo vea hoy no será tocado por el fuego del infierno.
Y
cuando oyeron aquello dieron al mensajero gracias y albricias y salió toda la
gente a recibirlo con tanta alegría que no es posible describirla. Y llegó
Mahoma a la ciudad con tanto estruendo que sólo se oían glorificaciones y
plegarias, y parecía que toda la cohorte de los ángeles estaba allí. Lo cual
algunos sabios afirman que así fue en verdad, pues ángeles eran los que
glorificaban a Alá. Y así llegó a la casa que hizo el rey para Mahoma con tanta
alegría que no hay persona carnal que pueda contarlo.
Y
salió el hijo del sabio que sanó al rey, que moraba en la casa que el rey hizo
para Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, y le hizo entrega de ella
delante de toda la compaña con mucha humildad.
Después
de recibido Mahoma, sosegada la gente, mandó Abú Layli degollar vacas, carneros
y camellos para Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación. Se convidó a toda
la ciudad y estuvieron en fiestas y alegrías quince días, que no hacía la
gente otra cosa sino ir y venir a casa del profeta Mahoma, Alá le bendiga y le
dé la salvación.
¿Quiénes
vieron un placer semejante sino aquellos que Alá, tan alto es, les hizo la
gracia de encontrarse en aquel recibimiento y alcanzar el galardón? Póngamos
Alá por su piedad en la compaña de aquellos que alcanzaron y alcanzarán la
gloria perdurable por su piedad. Amén.
La paz
sea con vosotros y la bendición de Alá.
117. anonimo (morisco)
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