Hace muchos años, la región que se
extiende desde el río Utonde (Bata) hasta más allá del poblado de Kam Esacunan
(Micomiseng) era de las más pobladas del Continente guineano. Sus habitantes se
caracterizaban por ser altos, fuertes, muy negros en su mayoría y dedicados a
la caza y a la pesca; la agricultura estaba poco exten-dida. Llevaban una vida
feliz, exenta de grandes necesidades, e ignoraban la existencia de los blancos
y de otras razas.
Dos vecinos del poblado de Ayamiken
recorrían la enmarañada selva persiguiendo su caza favorita: los monos. De
pronto, un ruido poco habitual en esos parajes cautivó su atención: los
cazadores, cuando están en plena actividad, caminan sigilosos como el gato montés
que se apresta para caer sobre su presa. El primer reflejo de los cazadores fue
ocultarse.
A los pocos instantes, vieron cómo
por la trocha que ellos llevaban, con andar cansino y fatigoso, avanzaban,
apartando con los fusiles las flexibles ramas, dos blancos: eran soldados
alemanes que habían logrado fugarse de la guerra del Camerún. Fiados en un mapa
militar, habían atravesado Río Campo y se dirigían a la ciudad de Bata.
Los cazadores se miraron asustados.
El más valeroso dijo al otro:
-Estos son de la «raza fantasma»;
-que es como llamaban a los blancos los pocos que tenían noticia de su
existencia.
Instintivamente, ambos a una,
determinaron matarlos, pues su presencia allí no tenía explicación. Con la
agilidad y rapidez del hombre del bosque, dispararon sus flechas y aprestaron
sus lanzas. Uno de los soldados cayó mortalmente herido y el otro logró llegar
a Bata, después de muchas penalidades a través de la selva. En Bata dio parte a
las autoridades coloniales, entonces alemanas, de que un negro había matado a
su colega.
La venganza fue horrible: «todo
varón mayor de trece años y las mujeres más robustas de la región tenían que
morir a manos de los soldados alemanes, destacados desde Bata con tan cruel
misión».
Los soldados, como tornado
exterminador, fueron ejecutando la orden, con rigor implacable, desde Pembe, a
orillas del Utonde, hasta el poblado de Kam Esacunan (Micomiseng), pasando
antes por Punta Mbonda. Ningún varón con más de trece años logró escapar a las
bayonetas, a no ser aquellos que encontraron un escondrijo en el bosque, o
refugio en el extranjero.
El destacamento alemán encontró a
la mayoría de los hombres en los poblados, porque días antes se había dado la
orden de que no se tocasen las tumbas, (Nkú), único medio de comunicación entre
los poblados de la selva. Sólo el suegro de Mbogo Nsogo desobedeció la orden y
comunicó con las sonoras notas del Nkú que su poblado era invadido por el enemigo;
que se preparasen los otros para la resistencia.
El gran héroe Nbogo Nsogo organizó
a los hombres de su tribu Esamengón. Los armó con las mortíferas armas del
país, y, al frente de ellos, salió a enfrentarse con el enemigo.
Con la rapidez del incendio y el
sigilo de la selva, la resistencia de Nbogo Nsogo se extendía por los poblados
a donde aún no habían llegado las tropas alemanas.
Varios jefes de tribus vecinas y de
allende las fronteras ofrecieron ayuda a Nbogo Nsogo. La lucha de guerrillas,
los asaltos por sorpresa, las enferme-dades, y el dejamiento de las bases
diezmaban a diario las filas alemanas... Las Autoridades de Bata tuvieron que
capitular y fimar la paz con Mbogo Nsogo.
Cuando en 1968 Guinea Ecuatorial
accedió a la
Independencia , el pueblo volvió sus ojos atrás para reconocer
los rostros y los hechos que la habían conseguido. Entre esos héroes y
acontecimientos, la personalidad de Mbogo Nsogo y de sus hombres brillan con
luz propia.
La ciudad de Bata ha sabido
reconocer la gesta dedicando a Mbogo Nsogo una de sus principales calles, la
que une la Plaza
de Correos con el Estadio de la
Libertad , nombre este último en consonancia con la existencia
de MBOGO NSOGO.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
No hay comentarios:
Publicar un comentario