Camilo Morgade era un cestero de la Limia , de los que todavía
llevaban chaleco encarnado de paño de casa con mangas y ribetes de trencilla
negra.
Su oficio de construir y remendar cestos de vergas le
permitía tener continuas conversaciones al tiempo que cumplía con sus labores.
Si no tenía quien le escuchase hablaba solo, refiriéndose a sí mismo historias
que por sabidas casi había olvidado.
Dice la leyenda que una mañana soleada, mientras
fabricaba un costoso y elaborado cesto, Camilo Morgade contó la siguiente
historia a quien quiso escucharla:
-Nuestro Señor Jesucristo -hablaba el cestero- tuvo
madre y no tuvo padre. Pero Santa Ana tuvo padre y no tuvo madre.
¿Que cómo fue?
Pues Santa Ana era hija de un hortelano, el cual, cuando
la tuvo, ya era Santo. Aquel hortelano tenía un jardín, y en el jardín un man-zano.
Y un día, paseando por el jardín, cogió una de las manzanas que allí había y la
comió. Y la navaja con que la cortó, después de usarla, la limpió pasando la
hoja por uno de sus muslos.
De allí a poco, notó que en el muslo, en el sitio por
donde había pasado la navaja, se le formaba un pequeño tumor. Primero anduvo
en él con los dedos a ver si podía reducirlo. Pero en lugar de reducirse, le
crecía más.
Y tuvo aquel extraño y sorprendente tumor durante
doscientos setenta días, y al término de ellos, desapareció.
Pero después vio que andaba por el jardín una niñita
preciosa y fue hacia ella; pero la niña echó a correr y el Santo corrió detrás
de ella, y cuanto más corría el Santo, más corría la niña, y cuando le parecía
que iba a alcanzarla se esfumaba de entre sus dedos como por arte de magia.
Aquella noche el santo hortelano oyó en sueños una voz
que le decía:
-Cuando veas la niña no corras que la espantas. Llámala
diciendo: «Hija mía, ven aquí», y la niña vendrá, porque es hija tuya, y como
hija tuya la has de criar y tener.
Así lo hizo y aquella niña fue Santa Ana.
De mayor, Santa Ana se casó y vivió muy feliz con su marido;
pero pasaron los años y ya les estaba llegando él tiempo de separarse, porque
había la ley de que un matrimonio que llevara tantos años sin tener hijos debía
separarse. Mas Santa Ana y su esposo se amaban tanto, que de ninguna manera se
querían separar: Entonces determinaron huir de aquel país y marcharse a otro
donde no hubiera ley semejante; y, en efecto, emprendieron viaje.
En el camino se les apareció el Arcángel San Gabriel,
el cual les dijo que no siguiesen adelante; antes bien, que se volviesen a su
casa, pues no tendrían que separarse, ya que Santa Ana daría pronto a luz una
niña.
Y así fue, y aquella niña resultó ser la Virgen María.
Siendo la
Virgen aún pequeña, sus padres, por temor a los herejes, la
pusieron en una casa de campo solitaria en el reino de Litaría, provincia de
Bévora, casa muy humilde, para que, los herejes no pudieran sospechar que se
encontraba allí tan gran Señora.
Allí fue a donde vino el Arcángel San Gabriel y le
dijo:
-Dios te salve, María. Llena eres de gracia. Tendrás un
hijo y le pondrás Jesús.
Ella repuso:
-¿Cómo puede ser eso si yo no he de usar de varón...?
Y San Gabriel, añadió:
-No temas, María, que el Verbo Divino se hacerá hombre
y habita-rá entre nosotros.
Aquí termina el breve Evangelio apócrifo del cestero de
la Limia.
Cuando la fe está viva en un país, forja bellas
historias que aunque sean inciertas, no dejan por eso de tener algo de santas.
105 anonimo (galicia)
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