Habitaba en Berbes un viejo procurador que había reunido
una fortuna estafando al prójimo en cuantas ocasiones se le presentaron. Para
conseguir sus aviesos proyectos se valía de la ocultación de importantes
documentos que celosamente guardaba en una viga.
Pasaron los años; el procurador consiguió almacenar un
gran caudal, pero sin disfrutar de él, porque su espíritu mezquino se lo
impedía, y así murió, sin el menor escrú pulo de conciencia. Como era de
suponer, el demonio esperaba con ansia su alma para conducirla al infierno en
una de cuyas calderas fue echada.
Mientras tanto, uno de sus últimos clientes lloraba la
muerte del procurador, porque unos documentos que le eran imprescindibles para
resolver sus asuntos habían caído en manos de aquél y nadie podía ya
recuperarlos. El buen hombre se lamentaba de su mala suerte, viéndose
arruinado, cuando un día que se torturaba con la obsesionante idea, fue
sorprendido por la aparición de un hombrecillo diminuto que penetró en su
habitación seguido de dos mulas. Cortésmente le invitó a subir en una de ellas,
haciendo él lo propio y, dando a las mulas la señal de partida, se vio
arrebatado el buen hombre en una maravillosa y fantástica. carrera. En unos
instantes llegaron a lo más profundo de los infiernos.
Se apearon de los mulos, y el hombrecillo le condujo
hasta una gran caldera en la que se estaba retorciendo entre las llamas el alma
del empecatado procurador. Éste, al encontrarse sorprendentemente enfrente de
una de sus muchas víctimas, sintió todavía más punzantes los dardos acusadores
de su conciencia que le remordían sin tregua ni reposo a causa de la gran
cantidad de malas acciones que había cometido durante su estancia en el mundo.
Queriendo enmen-dar una parte del daño que había hecho, le explicó al
atribulado y estupefacto cliente, que aquellos papeles que buscaba por
necesitar tanto los encontraría en el techo de su casa, contando hasta la terce-ra
viga a partir de la puerta.
Complacido el buen hombre por la inesperada información,
obte-nida de manera no menos inespérada y sorprendente, se dispuso a salir lo
más aprisa posible de aquel espantoso antro. Entonces, el apóstol Santiago le
hizo saber que el infierno se encontraba en lo más profundo de la tierra, y que
para salir de él tenía que ascender a través de una cuerda. El Apóstol le puso
la soga en las manos y el buen hombre inició su larguísima ascensión hasta
llegar a Galicia.
Cuando puso los pies en suelo firme, se sintió tremendamente
cansado y abatido. La subida había sido trabajosa y necesitaba reponer fuerzas.
Dispuesto a saciar el hambre se dirigió a una taberna
para com-prar algo; pero cuando puso en el Mostrador las pocas monedas que
llevaba en el bolsillo, se las rechazaron diciéndole que ya estaban fuera de
circulación hacía más de cien años. Asustado el hombre al comprobar que
aquellos minutos que él había estado en el infierno constituían un siglo para
el mundo, se encaminó, mohíno, hasta Ver-bes, y ya repuesto del estupor, se dispuso
a continuar su vida nor-mal. Fue en primer término a la casa del procurador
cuya alma que-maba entre las impenitentes llamas del averno, extrajo de la viga
indicada los documentos y con ellos pudo recuperar su perdida fortuna y vivir
en paz el resto de sus días.
105 anonimo (galicia)
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