Anka era el
cacique de una tribu quichua de las que ocupaban el territorio de nuestro país
que hoy llamamos Santiago del Estero.
La selva,
poblada por gigantes de troncos recios y grandes copas siempre verdes, de cuyas
ramas colgaban como encajes las lianas y las enredaderas, les proporcionaba el
alimento necesario para su subsistencia.
El tacu, el
árbol sagrado de los bravos indígenas, era la planta completa. Les daba sus
bayas doradas que ellos transformaban en patay o en aloja o que comían al
natural gustando su sabor dulce y agradable.
Anka tenía un
hijo: Puca-Sonko, que desde pequeño acompañó a los hombres de la tribu en las
incursiones a la selva, en la caza del jaguar, del venado y del quirquincho, adquiriendo
así una fortaleza física y una destreza como sólo la vida sana, en contacto
directo con la naturaleza es capaz de proporcionar.
Así llegó
Puca-Sonko a ser un muchacho fuerte y audaz cuyos brazos nervudos de acero
bruñido manejaban el arco y la flecha, la lanza y el hacha con la maestría del
más aguerrido y valiente de los guerreros de su padre.
En las luchas
contra otras tribus belicosas que pretendieron despojarlos de sus posesiones,
el muchacho demostró su sin igual amor a la tierra de sus antepasados, dando
pruebas concluyentes de coraje y de audacia.
En tiempos de
paz, la vida transcurría plácida y serena en el seno de la tribu de Anka, el
cacique venerado por todos, Dedicados a labrar la tierra, a la tejeduría y a la
alfarería, fueron sorprendidos por la infausta noticia de que importantes
ejércitos de viracochas venían del norte en son de conquista.
Interrumpieron
entonces sus labores para dedicarse a trazar planes de acción tendientes a
combatir al enemigo que se acercaba y cuyas armas -ellos ya las conocían-
parecían creadas por Zúpay para ayudarlos en sus conquistas.
Anka llamó a
su hijo. Se lamentó de que su edad y su precario estado físico le impidieran
encabezar las filas de guerreros que combatirían a los extranjeros, pero
confiaba en Puca-Sonko, que lo reemplazaría en la dirección de la lucha, pues
unía a su bravura indómita una viveza y una perspicacia incomparables.
Escuchó
Puca-Sonko los sabios consejos de su padre y confiado y decidido a vencer en la
contienda, partió con sus huestes en busca de los intrusos.
Mucho tuvieron
que luchar, pero al fin la astucia y su gran conocimiento del terreno lograron
el triunfo sobre la inteligencia y la fuerza de los extranjeros, que debieron
retirarse impotentes para realizar sus propósitos.
Pasó el
tiempo. La paz volvió a reinar en la tribu y la vida de trabajo recomenzó.
El viejo
cacique, cuya vida declinaba de día en día, sintió acercarse el final de su
existencia.
La alarma
cundió entre los que lo rodeaban y de inmediato se envió a llamar al hechicero.
Presto acudió
el machi y debemos agregar que bien provisto, tal como acostumbraba hacerlo
siempre.
A fin de dar
visos de verdad a su tratamiento, recogía una piedrecita, una espina, un gusano
o cualquier objeto que le fuera posible llevar en la boca y con él así
escondido, se presentaba ante el enfermo.
Esto mismo
hizo en la presente ocasión, en que llevaba, debajo de la lengua, oculto a las
miradas de todos, un gusano hallado junto a su toldo.
Entró a la
casa del cacique moribundo chupando la pipa, que sólo rara vez dejaba de fumar.
Se acercó al
enfermo y, como si realmente conociera el mal que aquejaba al anciano, aplicó
sus labios al pecho del curaca, chupando con fuerza. Parecía que esto bastaba
para arrancar del cuerpo la dolencia que lo aquejaba.
Después de
realizar varias veces esta operación se levantó, acercó a su nariz polvo de
semillas de servil y aspiró con fuerza, lo que le produjo gran excitación y un
estado particular. Parecía hallarse poseído por algún espíritu extraño.
Hizo después
diversos gestos, profirió gritos destemplados y elevó sus brazos con
movimientos nerviosos.
Una vez
cumplido este ritual, entre espumarajos arrojó el gusano que aun guardaba en su
boca y dijo con voz monótona, mostrándolo a los presentes, ahora descansando en
la palma de su mano:
-¡Cuánta razón
tenías al quejarte, Anka! Este coro roía tus entrañas produciéndote
sufrimientos y desazón. Míralo. Aquí está... Desde ahora tus males han
terminado. Descansarás tranquilo y recuperarás la salud.
Sin embargo,
contra tales afirmaciones del machi, esa misma noche, el cacique murió.
Reunido el
Consejo de Ancianos entregó el poder a Puca-Sonko, que reemplazó a su padre
como curaca de la tribu.
Al poco tiempo
volvieron a llegar rumores de que ejércitos de hombres blancos, en camino desde
el norte, avasallaban a los pueblos indígenas que encontraban a su paso.
Fue lo
suficiente para que los súbditos de Puca-Sonko, enca-bezados por él mismo y
siguiendo sus ejemplos de audacia y de bravura, no pensaran sino en prepararse
para hacer frente y expulsar de sus dominios a los odiados extranjeros.
El chasqui que
llegó con la confirmación de la noticia de su arribo venía impresionado por el
aspecto marcial de los españoles, cuyos cascos de metal bruñido relumbraban al
sol. También sus corazas refulgían con brillo de oro al ser alcanzadas por los
rayos de Inti.
Y llegó el día
en que la selva se pobló de ruidos extraños, de retumbar de cascos de caballos,
de chocar de armas y de voces que hablaban un idioma desconocido...
Los españoles
estaban muy cerca de la aldea. Habían decidido acampar a la salida de la selva.
Allí establecieron su cuartel.
La rapidez del
chasqui, cuyas ágiles piernas y su gran resistencia le permitían recorrer
largas distancias en relativamente cortos espacios de tiempo, hizo posible que
los indígenas de la tribu de Puca-Sonko conocieran el arribo de los españoles
al tiempo que éstos realizaban las tareas de instalación.
Los indígenas
aprovecharon la nueva para prepararse. No querían ser tomados desprevenidos.
Esa noche
Puca-Sonko no durmió. Por primera vez debía enfrentar, como jefe supremo de su
tribu, a un enemigo tan peligroso como era el extranjero. Por eso su mente no
dejó un momento de elaborar proyectos. Deseaba salir airoso de tan difícil
situación salvando sus posesiones y el bienestar de su pueblo.
Después de
mucho luchar consigo mismo, decidió poner en práctica un plan audaz y por demás
arriesgado pero con el que le pareció tener más probabilidades de triunfo.
Decidido,
llamó a los guerreros más importantes. Era medianoche y todos dormían en la
aldea indígena.
Cuando
estuvieron reunidos, el curaca así les habló:
-Como lo
afirmó el chasqui que vino del norte un ejército de viracochas ha acampado a la
salida de la selva, instalando allí su cuartel. Sin duda piensan atacarnos,
dirigiendo desde allí las operaciones. Pero he decidido que no les demos tiempo
para que procedan así, sino que, por el contrario, tomándolos por sorpresa y
aprovechando que se hallan preparando su instalación, seremos nosotros quienes
iniciaremos el ataque, única forma que puede favorecer nuestra acción. Los
extranjeros son muchos y sus armas seguras y diabólicas aniquilarán a nuestros
hombres. Si a nuestro brío y a nuestra bravura no agregamos astucia y
sagacidad, estamos perdidos... ¡ellos serán los vencedores!
Un rumor de
voces indignadas acompañó sus últimas palabras. El más importante de los
guerreros respondió:
-Señor...
imparte tus órdenes que nosotros estamos dispuestos a cumplirlas. ¡No dejaremos
de luchar, mientras estemos con vida, hasta que hayamos expulsado al último
viracocha!
Rápido se
hicieron los preparativos. La tribu estuvo en pie en contados minutos.
La noche sin
luna favoreció a los nativos, que así encubiertos por la oscuridad marcharon
decididos a exterminar a los intrusos.
Comenzaba a
clarear cuando llegaron cerca de su punto de destino. Se distribuyeron de
acuerdo a las órdenes del curaca y con empuje fiero se lanzaron al ataque de la
guarnición.
Sin embargo, y
contra todas las suposiciones de los jefes indígenas, en el cuartel de los
españoles no se hallaban despre-venidos.
Hombres
avezados en la lucha contra el indio, al que venían combatiendo desde tanto
tiempo atrás, sabían que era necesario estar siempre alerta si no se quería ser
víctima del ataque sorpresivo y astuto de los naturales.
Y se entabló
la contienda recia, tenaz, salvaje...
Gritos
estridentes, alentando a la lucha, se mezclaban con el estampido de los
arcabuces. Se habían enfrentado la bravura de unos, con el coraje de los otros.
Rodaban los
heridos alcanzados por el fuego de las armas españolas y caían éstos
atravesados por las flechas mortíferas de los naturales.
Pero llegó un
momento en que los indígenas, vencidos por la superioridad de número y de
elementos, seguros de sucumbir ante el poder nefasto y arrollador de las armas
extranjeras, abandonaron la lucha, dispersándose en todas direcciones.
En la
confusión, nadie reconocía a sus jefes, y sintiéndose víctimas de algún enviado
de Zúpay, sólo atinaban a huir, a huir del poder absoluto de las armas enemigas.
Sembrado quedó
el campo de muertos y de heridos.
Cuando la
calma hubo vuelto dos indígenas hallaron muerto, junto al tronco de un árbol, a
Puca-Sonko, oculto por un cerco de jarilla y de sunchos.
Yacía sobre un
charco de sangre y sin duda había llegado hasta allí arrastrándose, a juzgar
por el rastro dejado sobre las piedras.
La parte
inferior del tronco estaba tomando un color rojo. Se diría que la sangre
perdida por el curaca era absorbida por el árbol, gracias a lo cual su sangre
bravía seguiría circulando por un cuerpo vivo al que daría su fortaleza y su
bravura.
Y según
creencia de los indios así debió ocurrir, porque días más tarde todo el tronco
había tomado un color rojo que hasta ese momento no tenía. Al mismo tiempo su
dureza se hizo tan extra-ordinaria como había sido extraordinaria la bravura
del cacique Puca-Sonko.
Así, de
acuerdo a la convicción de los quichuas, nació el quebracho, árbol que puebla
las selvas del norte argentino y que constituye la planta más útil de nuestra
flora.
Referencias
El quebracho,
conocido también con el nombre de quiebrahacha, es un árbol que debe su nombre
a la extraordinaria dureza de su tronco.
El quebracho
colorado se caracteriza por el color rojo de su madera, a diferencia del
quebracho blanco, cuya madera es de este color.
En nuestro
país se conocen dos especies de quebracho colorado: el chaqueño y el
santiagueño.
El primero es
un árbol que mide entre 10 y 20 metros de altura. Las ramas están, muchas
veces, provistas de espinas agudas y fuertes. Las hojas son simples, enteras,
unidas a la rama por un pequeño pecíolo. Las flores son pequeñas, de color
amarillo verdoso. El fruto es una sámara leñosa.
Esta especie
abunda en el noreste de nuestro país, en Formosa, Chaco, Corrientes, Misiones y
norte de Santa Fe.
A diferencia
de la especie chaqueña, el quebracho colorado santiagueño alcanza menos altura,
unos quince metros más o menos, su corteza es oscura y las hojas compuestas.
Habita la
región noroeste de nuestro país: Jujuy, Tucumán, Salta, Santiago del Estero, La Rioja , Catamarca, Córdoba.
Ambos árboles
constituyen una de nuestras principales riquezas forestales. Su madera,
extraordinariamente dura, muy rica en tanino, tiene especial resistencia a la
humedad, por lo que en muchos casos reemplaza con ventaja al hierro, como
sucede con los durmientes de ferrocarril, postes, pilotes y el que se usa en
trabajos hidráulicos.
Se utiliza
también para leña y para fabricar carbón.
El tanino que
se extrae del tronco del quebracho colorado constituye un importante producto
de exportación. Se envía en gran cantidad a Italia, Alemania, Francia y Estados
Unidos de Norte América.
Es muy útil en
el curtido de cueros, pues evita que se pudran.
Con lo
expuesto, nos es fácil comprobar la gran utilidad de esta planta y la riqueza
que representa para la economía de nuestro país.
Vocabulario:
ANKA:
Rebelde, osado, atrevido.
TACU:
Algarrobo.
PUCA-SONKO:
Corazón rojo.
VIRACOCHAS:
Nombre que daban los quichuas a los españoles.
ZÜPAY:
El demonio.
MACHI:
Hechicero, curandero.
CORO:
Gusano.
CHASQUI:
Correo.
INTI:
Sol.
CURACA:
Cacique.
Esta leyenda fue extraída de la Biblioteca
"Petaquita de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo XVII: SHIRIK (Flor del Aire)
Material compilado y revisado por la educadora
argentina
Nidia Cobiella
050. anonimo (quechua)
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