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miércoles, 29 de agosto de 2012

El quebracho colorado

Anka era el cacique de una tribu quichua de las que ocupaban el territorio de nuestro país que hoy llamamos Santiago del Estero.
La selva, poblada por gigantes de troncos recios y grandes copas siempre verdes, de cuyas ramas colgaban como encajes las lianas y las enredaderas, les proporcionaba el alimento necesario para su subsistencia.
El tacu, el árbol sagrado de los bravos indígenas, era la planta completa. Les daba sus bayas doradas que ellos transformaban en patay o en aloja o que comían al natural gustando su sabor dulce y agradable.
Anka tenía un hijo: Puca-Sonko, que desde pequeño acompañó a los hombres de la tribu en las incursiones a la selva, en la caza del jaguar, del venado y del quirquincho, adquiriendo así una fortaleza física y una destreza como sólo la vida sana, en contacto directo con la naturaleza es capaz de proporcionar.
Así llegó Puca-Sonko a ser un muchacho fuerte y audaz cuyos brazos nervudos de acero bruñido manejaban el arco y la flecha, la lanza y el hacha con la maestría del más aguerrido y valiente de los guerreros de su padre.
En las luchas contra otras tribus belicosas que pretendieron despojarlos de sus posesiones, el muchacho demostró su sin igual amor a la tierra de sus antepasados, dando pruebas concluyentes de coraje y de audacia.
En tiempos de paz, la vida transcurría plácida y serena en el seno de la tribu de Anka, el cacique venerado por todos, Dedicados a labrar la tierra, a la tejeduría y a la alfarería, fueron sorprendidos por la infausta noticia de que importantes ejércitos de viracochas venían del norte en son de conquista.
Interrumpieron entonces sus labores para dedicarse a trazar planes de acción tendientes a combatir al enemigo que se acercaba y cuyas armas -ellos ya las conocían- parecían creadas por Zúpay para ayudarlos en sus conquistas.
Anka llamó a su hijo. Se lamentó de que su edad y su precario estado físico le impidieran encabezar las filas de guerreros que combatirían a los extranjeros, pero confiaba en Puca-Sonko, que lo reemplazaría en la dirección de la lucha, pues unía a su bravura indómita una viveza y una perspicacia incomparables.
Escuchó Puca-Sonko los sabios consejos de su padre y confiado y decidido a vencer en la contienda, partió con sus huestes en busca de los intrusos.
Mucho tuvieron que luchar, pero al fin la astucia y su gran conocimiento del terreno lograron el triunfo sobre la inteligencia y la fuerza de los extranjeros, que debieron retirarse impotentes para realizar sus propósitos.
Pasó el tiempo. La paz volvió a reinar en la tribu y la vida de trabajo recomenzó.
El viejo cacique, cuya vida declinaba de día en día, sintió acercarse el final de su existencia.
La alarma cundió entre los que lo rodeaban y de inmediato se envió a llamar al hechicero.
Presto acudió el machi y debemos agregar que bien provisto, tal como acostumbraba hacerlo siempre.
A fin de dar visos de verdad a su tratamiento, recogía una piedrecita, una espina, un gusano o cualquier objeto que le fuera posible llevar en la boca y con él así escondido, se presentaba ante el enfermo.
Esto mismo hizo en la presente ocasión, en que llevaba, debajo de la lengua, oculto a las miradas de todos, un gusano hallado junto a su toldo.
Entró a la casa del cacique moribundo chupando la pipa, que sólo rara vez dejaba de fumar.
Se acercó al enfermo y, como si realmente conociera el mal que aquejaba al anciano, aplicó sus labios al pecho del curaca, chupando con fuerza. Parecía que esto bastaba para arrancar del cuerpo la dolencia que lo aquejaba.
Después de realizar varias veces esta operación se levantó, acercó a su nariz polvo de semillas de servil y aspiró con fuerza, lo que le produjo gran excitación y un estado particular. Parecía hallarse poseído por algún espíritu extraño.
Hizo después diversos gestos, profirió gritos destemplados y elevó sus brazos con movimientos nerviosos.
Una vez cumplido este ritual, entre espumarajos arrojó el gusano que aun guardaba en su boca y dijo con voz monótona, mostrándolo a los presentes, ahora descansando en la palma de su mano:
-¡Cuánta razón tenías al quejarte, Anka! Este coro roía tus entrañas produciéndote sufrimientos y desazón. Míralo. Aquí está... Desde ahora tus males han terminado. Descansarás tranquilo y recuperarás la salud.
Sin embargo, contra tales afirmaciones del machi, esa misma noche, el cacique murió.
Reunido el Consejo de Ancianos entregó el poder a Puca-Sonko, que reemplazó a su padre como curaca de la tribu.
Al poco tiempo volvieron a llegar rumores de que ejércitos de hombres blancos, en camino desde el norte, avasallaban a los pueblos indígenas que encontraban a su paso.
Fue lo suficiente para que los súbditos de Puca-Sonko, enca-bezados por él mismo y siguiendo sus ejemplos de audacia y de bravura, no pensaran sino en prepararse para hacer frente y expulsar de sus dominios a los odiados extranjeros.
El chasqui que llegó con la confirmación de la noticia de su arribo venía impresionado por el aspecto marcial de los españoles, cuyos cascos de metal bruñido relumbraban al sol. También sus corazas refulgían con brillo de oro al ser alcanzadas por los rayos de Inti.
Y llegó el día en que la selva se pobló de ruidos extraños, de retumbar de cascos de caballos, de chocar de armas y de voces que hablaban un idioma desconocido...
Los españoles estaban muy cerca de la aldea. Habían decidido acampar a la salida de la selva. Allí establecieron su cuartel.
La rapidez del chasqui, cuyas ágiles piernas y su gran resistencia le permitían recorrer largas distancias en relativamente cortos espacios de tiempo, hizo posible que los indígenas de la tribu de Puca-Sonko conocieran el arribo de los españoles al tiempo que éstos realizaban las tareas de instalación.
Los indígenas aprovecharon la nueva para prepararse. No querían ser tomados desprevenidos.
Esa noche Puca-Sonko no durmió. Por primera vez debía enfrentar, como jefe supremo de su tribu, a un enemigo tan peligroso como era el extranjero. Por eso su mente no dejó un momento de elaborar proyectos. Deseaba salir airoso de tan difícil situación salvando sus posesiones y el bienestar de su pueblo.
Después de mucho luchar consigo mismo, decidió poner en práctica un plan audaz y por demás arriesgado pero con el que le pareció tener más probabilidades de triunfo.
Decidido, llamó a los guerreros más importantes. Era medianoche y todos dormían en la aldea indígena.
Cuando estuvieron reunidos, el curaca así les habló:
-Como lo afirmó el chasqui que vino del norte un ejército de viracochas ha acampado a la salida de la selva, instalando allí su cuartel. Sin duda piensan atacarnos, dirigiendo desde allí las operaciones. Pero he decidido que no les demos tiempo para que procedan así, sino que, por el contrario, tomándolos por sorpresa y aprovechando que se hallan preparando su instalación, seremos nosotros quienes iniciaremos el ataque, única forma que puede favorecer nuestra acción. Los extranjeros son muchos y sus armas seguras y diabólicas aniquilarán a nuestros hombres. Si a nuestro brío y a nuestra bravura no agregamos astucia y sagacidad, estamos perdidos... ¡ellos serán los vencedores!
Un rumor de voces indignadas acompañó sus últimas palabras. El más importante de los guerreros respondió:
-Señor... imparte tus órdenes que nosotros estamos dispuestos a cumplirlas. ¡No dejaremos de luchar, mientras estemos con vida, hasta que hayamos expulsado al último viracocha!
Rápido se hicieron los preparativos. La tribu estuvo en pie en contados minutos.
La noche sin luna favoreció a los nativos, que así encubiertos por la oscuridad marcharon decididos a exterminar a los intrusos.
Comenzaba a clarear cuando llegaron cerca de su punto de destino. Se distribuyeron de acuerdo a las órdenes del curaca y con empuje fiero se lanzaron al ataque de la guarnición.
Sin embargo, y contra todas las suposiciones de los jefes indígenas, en el cuartel de los españoles no se hallaban despre-venidos.
Hombres avezados en la lucha contra el indio, al que venían combatiendo desde tanto tiempo atrás, sabían que era necesario estar siempre alerta si no se quería ser víctima del ataque sorpresivo y astuto de los naturales.
Y se entabló la contienda recia, tenaz, salvaje...
Gritos estridentes, alentando a la lucha, se mezclaban con el estampido de los arcabuces. Se habían enfrentado la bravura de unos, con el coraje de los otros.
Rodaban los heridos alcanzados por el fuego de las armas españolas y caían éstos atravesados por las flechas mortíferas de los naturales.
Pero llegó un momento en que los indígenas, vencidos por la superioridad de número y de elementos, seguros de sucumbir ante el poder nefasto y arrollador de las armas extranjeras, abandonaron la lucha, dispersándose en todas direcciones.
En la confusión, nadie reconocía a sus jefes, y sintiéndose víctimas de algún enviado de Zúpay, sólo atinaban a huir, a huir del poder absoluto de las armas enemigas.
Sembrado quedó el campo de muertos y de heridos.
Cuando la calma hubo vuelto dos indígenas hallaron muerto, junto al tronco de un árbol, a Puca-Sonko, oculto por un cerco de jarilla y de sunchos.
Yacía sobre un charco de sangre y sin duda había llegado hasta allí arrastrándose, a juzgar por el rastro dejado sobre las piedras.
La parte inferior del tronco estaba tomando un color rojo. Se diría que la sangre perdida por el curaca era absorbida por el árbol, gracias a lo cual su sangre bravía seguiría circulando por un cuerpo vivo al que daría su fortaleza y su bravura.
Y según creencia de los indios así debió ocurrir, porque días más tarde todo el tronco había tomado un color rojo que hasta ese momento no tenía. Al mismo tiempo su dureza se hizo tan extra-ordinaria como había sido extraordinaria la bravura del cacique Puca-Sonko.
Así, de acuerdo a la convicción de los quichuas, nació el quebracho, árbol que puebla las selvas del norte argentino y que constituye la planta más útil de nuestra flora.
Referencias
El quebracho, conocido también con el nombre de quiebrahacha, es un árbol que debe su nombre a la extraordinaria dureza de su tronco.
El quebracho colorado se caracteriza por el color rojo de su madera, a diferencia del quebracho blanco, cuya madera es de este color.
En nuestro país se conocen dos especies de quebracho colorado: el chaqueño y el santiagueño.
El primero es un árbol que mide entre 10 y 20 metros de altura. Las ramas están, muchas veces, provistas de espinas agudas y fuertes. Las hojas son simples, enteras, unidas a la rama por un pequeño pecíolo. Las flores son pequeñas, de color amarillo verdoso. El fruto es una sámara leñosa.
Esta especie abunda en el noreste de nuestro país, en Formosa, Chaco, Corrientes, Misiones y norte de Santa Fe.
A diferencia de la especie chaqueña, el quebracho colorado santiagueño alcanza menos altura, unos quince metros más o menos, su corteza es oscura y las hojas compuestas.
Habita la región noroeste de nuestro país: Jujuy, Tucumán, Salta, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Córdoba.
Ambos árboles constituyen una de nuestras principales riquezas forestales. Su madera, extraordinariamente dura, muy rica en tanino, tiene especial resistencia a la humedad, por lo que en muchos casos reemplaza con ventaja al hierro, como sucede con los durmientes de ferrocarril, postes, pilotes y el que se usa en trabajos hidráulicos.
Se utiliza también para leña y para fabricar carbón.
El tanino que se extrae del tronco del quebracho colorado constituye un importante producto de exportación. Se envía en gran cantidad a Italia, Alemania, Francia y Estados Unidos de Norte América.
Es muy útil en el curtido de cueros, pues evita que se pudran.
Con lo expuesto, nos es fácil comprobar la gran utilidad de esta planta y la riqueza que representa para la economía de nuestro país.

Vocabulario:
ANKA: Rebelde, osado, atrevido.
TACU: Algarrobo.
PUCA-SONKO: Corazón rojo.
VIRACOCHAS: Nombre que daban los quichuas a los españoles.
ZÜPAY: El demonio.
MACHI: Hechicero, curandero.
CORO: Gusano.
CHASQUI: Correo.
INTI: Sol.
CURACA: Cacique.
Esta leyenda fue extraída de la Biblioteca "Petaquita de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo XVII: SHIRIK (Flor del Aire)

Material compilado y revisado por la educadora argentina Nidia Cobiella

050. anonimo (quechua)

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