En un pueblecito de la tribu de
Nsomo, vivía el solitario Edjan Evuna, quien, debido al exiguo número de
personas capaces de alternar en una conversación, se pasaba los días y las
noches con la boca cerrada.
La víspera de la Fiesta Patronal de
un poblado, distante veinte kilómetros del suyo, se puso en camino, deseoso de
compartir el día con sus amistades y conocidos. Pasó la mañana de la fiesta en
alegres conversaciones; avanzaba la tarde, amenizada por los baleles; pero
Edjan Evuna aún no había probado bocado. A eso de las seis, su padrino Abaga
Elá, lo invitó a su mesa. Ñame, sopa de maíz y pollo en salsa de cacahuete
prometían saciar copiosamente el hambre atrasada de Edjan.
Mas, ¡oh decepción!, apenas había
comenzado a comer, cuando le dijo el padrino:
-Puedes comer de todas las comidas,
menos del pollo.
Edjan, molesto por la prohibición,
intentó levantarse de la mesa, pero su mucha hambre le forzó a comer ávidamente
los manjares permitidos. No tuvo otra bebida que un jarro de agua clara.
Acabada la comida, dio las gracias
a Abaga, y sin humor para. concluir la fiesta, tomó el camino de su poblado,
ganoso de regresar cuanto antes. Entre las mil ideas que, cual furiosas
avispas, agitaban su mente, se volvía y revolvía una: cómo vengarse de la
prohibición de saborear el apetitoso pollo de su padrino. Después de pensarlo
mucho, dio con la solución.
-Me comeré yo solo -se dijo- el
gallo de mi corral.
Llegado a casa, le faltó tiempo
para armarse de un palo, matar el gallo y aderezarlo en sabroso guiso. Habría
que acompañarlo con el alegre y sazonador topé, que recogió de las palmeras de
la finca vecina de la casa. Nada faltó a la preparación del banquete: ni el
refrescante baño, ni el excitante- aperitivo, ni la tranca detrás de la puerta,
para que ningún importuno estorbase la labor gastronómica o le obligase a
compartir lo que él consideraba irrepartible.
Aún no se había sentado a la mesa,
cuando alguien llamó a la puerta.
-¿Quién va?, -preguntó displicente
Edjan.
-Soy tu amigo Eyimi Ondó,
-contestaron desde fuera.
-Lo siento, amigo, -le respondieron
desde dentro. Ayer comisteis y bebisteis hasta saciaros, pero a mí no me
invitasteis. Ahora estoy -reparando lo que entonces no hice. No insistas; pues
no abriré ni a mi propio abuelo.
Eyimi Ondó partió maldigiriendo el
merecido reproche. A los pocos instantes, fue Ndon Mbá quien golpeó la puerta.
Edjan preguntó, nuevamente:
-¿Quién es?
-Soy tu hermano Ndon Mbá; tengo que
comunicarte algo interesante.
-Vuelve mañana, pues estoy
comiendo.
Insistía Ndon en que le abriese la
puerta; pero Edjan lo avergonzó con estas palabras:
-En vuestra fiesta me
considerasteis como un mirlo blanco; no me convidasteis; por eso ahora me
convido a mí mismo. Cuando haya acabado de comer, volveremos a ser hermanos.
Ndon Mbá cabizbajo y sin palabras
regresó a su casa. Minutos después, el adivino Esimi pulsó a la puerta de Edjan
Evuna, que no se hizo de rogar para abrirla, tratándose de quien se trataba.
Ambos compartieron la parte del gallo que quedaba, así como de la botella.
Al despedirse, Esimi entregó a
Edjan una botella de agua misteriosa y le dijo:
Con esta agua misteriosa podrás
curar enfermos graves e, incluso, resucitar muertos. Bastará con que eches unas
gotas en la nariz del enfermo o del difunto. Cuando entres en una casa, me
encontrarás siempre en ella. Si estoy sentado a la cabecera del enfermo o del
muerto, quiere decir que puedes curarlo; si, por el contrario, estoy a los
pies, no intentes curarlo, pues cargarás tú con las consecuencias. Dicho esto,
desapareció.
Días más tarde, estaba Edjan a la
puerta de casa, cuando oyó los gritos desgarrados de Nguema Nasari.
-¿Qué te pasa?, -le preguntó
compadecido de su llanto.
-Mi señora Nchama está en estado de
coma, -repuso Nguema.
-¿Qué me darás, si la curo?,
inquirió Edjan.
-Cuanto me pidas, si está en mi
mano, -respondió el afligido esposo.
Fueron a casa de Nguema;
encontraron a su esposa moribunda; Edjan vio a Esimi, sentado a la cabecera; le
dio las gracias, puso las gotas de la misteriosa agua en la nariz de la
enferma, y ésta se levantó inmediatamente. Recompensár,oiva, rujan con dos
cerdos y una gallina.
Otro día, le mandaron recado de que
una mujer, rica y conocida en la comarca, tenía a su hija en estado de coma.
Edjan acudió presuroso, sin pactar la recompensa. Al entrar donde estaba la
joven, vio a Esimi, sentado a la cabecera; le dio las gracias y aplicó las
misteriosas gotas en la nariz de la joven, que recobró instantánea-mente la
salud.
En pago, la madre de la hermosa y
rica joven la quiso dar como esposa a Edjan; pero éste no la aceptó por no
disgustar a su mujer Biyé, que no hubiese consentido una competidora de esa
calidad en el hogar. En cambio, consiguó que se casara con su sobrino, Eyén.
La fama de Edjan alcanzaba ya muchos
kilómetros a la rendonda de Nzomo. En cierta ocasión, llegó la noticia de que
Nimi Mañana, jefe de una conocida y valerosa tribu, había muerto. Allá acudió
nuestro Edjan con su agua misteriosa.
Cuando entró a la cámara mortuoria,
vio al adivino Esimi sentado, no a la cabecera, sino a los pies del cadáver.
Edjan estaba perplejo; ¿qué haría? Vino a sacarlo de la duda el rumor que
corría entre los circunstantes: «Si Edjan resucita al jefe, lo nombraremos a él
subjefe de la tribu». Desobedeciendo, pues, las órdenes de Esimi, le echó las
gotas de la misteriosa agua en la nariz, y el muerto resucitó al instante.
Los gritos de entusiasmo
estremecieron la moribunda tarde del poblado. Jefe y súbditos ponderaban la
virtud curativa de Edjan... pero éste fue arrebatado en visión debajo de un
chocolatero, donde se encontró con el adivino Esimi, que le dijo:
-¿Qué te ordené, respecto a la
curación de los enfermos?
-Que te encontraría siempre al lado
del enfermo; que si te veía a la cabecera, lo curase; en caso contrario, que no
lo hiciese, pues yo cargaría con las consecuencias.
-Entonces, ¿por qué resucitaste al
jefe?, -preguntó el adivino.
-Porque era grande la recompensa
que me esperaba, -respondió Edjan.
-En castigo de tu desobediencia a
mis mandatos, morirás en lugar del jefe; pero te concedo dos días de vida.
Dicho esto, Edjan volvió a alternar
normalmente con el regocijado jefe y sus súbditos. Comieron, bebieron y se
alegraron. Dos días después, cuando iban a nombrarlo subjefe, Edjan murió
repentinamente.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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