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miércoles, 29 de agosto de 2012

Edjan evuna

En un pueblecito de la tribu de Nsomo, vivía el solitario Edjan Evuna, quien, debido al exiguo número de personas capaces de alternar en una conversación, se pasaba los días y las noches con la boca cerrada.
La víspera de la Fiesta Patronal de un poblado, distante veinte kilómetros del suyo, se puso en camino, deseoso de compartir el día con sus amistades y conocidos. Pasó la mañana de la fiesta en alegres conversaciones; avanzaba la tarde, amenizada por los baleles; pero Edjan Evuna aún no había probado bocado. A eso de las seis, su padrino Abaga Elá, lo invitó a su mesa. Ñame, sopa de maíz y pollo en salsa de cacahuete prometían saciar copiosamente el hambre atrasada de Edjan.
Mas, ¡oh decepción!, apenas había comenzado a comer, cuando le dijo el padrino:
-Puedes comer de todas las comidas, menos del pollo.
Edjan, molesto por la prohibición, intentó levantarse de la mesa, pero su mucha hambre le forzó a comer ávidamente los manjares permitidos. No tuvo otra bebida que un jarro de agua clara.
Acabada la comida, dio las gracias a Abaga, y sin humor para. concluir la fiesta, tomó el camino de su poblado, ganoso de regresar cuanto antes. Entre las mil ideas que, cual furiosas avispas, agitaban su mente, se volvía y revolvía una: cómo vengarse de la prohibición de saborear el apetitoso pollo de su padrino. Después de pensarlo mucho, dio con la solución.
-Me comeré yo solo -se dijo- el gallo de mi corral.
Llegado a casa, le faltó tiempo para armarse de un palo, matar el gallo y aderezarlo en sabroso guiso. Habría que acompañarlo con el alegre y sazonador topé, que recogió de las palmeras de la finca vecina de la casa. Nada faltó a la preparación del banquete: ni el refrescante baño, ni el excitante- aperitivo, ni la tranca detrás de la puerta, para que ningún importuno estorbase la labor gastronómica o le obligase a compartir lo que él consideraba irrepartible.
Aún no se había sentado a la mesa, cuando alguien llamó a la puerta.
-¿Quién va?, -preguntó displicente Edjan.
-Soy tu amigo Eyimi Ondó, -contestaron desde fuera.
-Lo siento, amigo, -le respondieron desde dentro. Ayer comisteis y bebisteis hasta saciaros, pero a mí no me invitasteis. Ahora estoy -reparando lo que entonces no hice. No insistas; pues no abriré ni a mi propio abuelo.
Eyimi Ondó partió maldigiriendo el merecido reproche. A los pocos instantes, fue Ndon Mbá quien golpeó la puerta. Edjan preguntó, nuevamente:
-¿Quién es?
-Soy tu hermano Ndon Mbá; tengo que comunicarte algo interesante.
-Vuelve mañana, pues estoy comiendo.
Insistía Ndon en que le abriese la puerta; pero Edjan lo avergonzó con estas palabras:
-En vuestra fiesta me considerasteis como un mirlo blanco; no me convidasteis; por eso ahora me convido a mí mismo. Cuando haya acabado de comer, volveremos a ser hermanos.
Ndon Mbá cabizbajo y sin palabras regresó a su casa. Minutos después, el adivino Esimi pulsó a la puerta de Edjan Evuna, que no se hizo de rogar para abrirla, tratándose de quien se trataba. Ambos compartieron la parte del gallo que quedaba, así como de la botella.
Al despedirse, Esimi entregó a Edjan una botella de agua misteriosa y le dijo:
Con esta agua misteriosa podrás curar enfermos graves e, incluso, resucitar muertos. Bastará con que eches unas gotas en la nariz del enfermo o del difunto. Cuando entres en una casa, me encontrarás siempre en ella. Si estoy sentado a la cabecera del enfermo o del muerto, quiere decir que puedes curarlo; si, por el contrario, estoy a los pies, no intentes curarlo, pues cargarás tú con las consecuencias. Dicho esto, desapareció.
Días más tarde, estaba Edjan a la puerta de casa, cuando oyó los gritos desgarrados de Nguema Nasari.
-¿Qué te pasa?, -le preguntó compadecido de su llanto.
-Mi señora Nchama está en estado de coma, -repuso Nguema.
-¿Qué me darás, si la curo?, inquirió Edjan.
-Cuanto me pidas, si está en mi mano, -respondió el afligido esposo.
Fueron a casa de Nguema; encontraron a su esposa moribunda; Edjan vio a Esimi, sentado a la cabecera; le dio las gracias, puso las gotas de la misteriosa agua en la nariz de la enferma, y ésta se levantó inmediatamente. Recompensár,oiva, rujan con dos cerdos y una gallina.
Otro día, le mandaron recado de que una mujer, rica y conocida en la comarca, tenía a su hija en estado de coma. Edjan acudió presuroso, sin pactar la recompensa. Al entrar donde estaba la joven, vio a Esimi, sentado a la cabecera; le dio las gracias y aplicó las misteriosas gotas en la nariz de la joven, que recobró instantánea-mente la salud.
En pago, la madre de la hermosa y rica joven la quiso dar como esposa a Edjan; pero éste no la aceptó por no disgustar a su mujer Biyé, que no hubiese consentido una competidora de esa calidad en el hogar. En cambio, consiguó que se casara con su sobrino, Eyén.
La fama de Edjan alcanzaba ya muchos kilómetros a la rendonda de Nzomo. En cierta ocasión, llegó la noticia de que Nimi Mañana, jefe de una conocida y valerosa tribu, había muerto. Allá acudió nuestro Edjan con su agua misteriosa.
Cuando entró a la cámara mortuoria, vio al adivino Esimi sentado, no a la cabecera, sino a los pies del cadáver. Edjan estaba perplejo; ¿qué haría? Vino a sacarlo de la duda el rumor que corría entre los circunstantes: «Si Edjan resucita al jefe, lo nombraremos a él subjefe de la tribu». Desobedeciendo, pues, las órdenes de Esimi, le echó las gotas de la misteriosa agua en la nariz, y el muerto resucitó al instante.
Los gritos de entusiasmo estremecieron la moribunda tarde del poblado. Jefe y súbditos ponderaban la virtud curativa de Edjan... pero éste fue arrebatado en visión debajo de un chocolatero, donde se encontró con el adivino Esimi, que le dijo:
-¿Qué te ordené, respecto a la curación de los enfermos?
-Que te encontraría siempre al lado del enfermo; que si te veía a la cabecera, lo curase; en caso contrario, que no lo hiciese, pues yo cargaría con las consecuencias.
-Entonces, ¿por qué resucitaste al jefe?, -preguntó el adivino.
-Porque era grande la recompensa que me esperaba, -respondió Edjan.
-En castigo de tu desobediencia a mis mandatos, morirás en lugar del jefe; pero te concedo dos días de vida.
Dicho esto, Edjan volvió a alternar normalmente con el regocijado jefe y sus súbditos. Comieron, bebieron y se alegraron. Dos días después, cuando iban a nombrarlo subjefe, Edjan murió repentinamente.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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