EN EL
NOMBRE DE ALA, EL CLEMENTE, EL MISERICORDIOSO.
Esta
es la historia del árabe y la doncella, fundado en la costumbre preislámica de
enterrar vivas a las hijas recién nacidas, contado por Ibn Abbas, Alá tenga
piedad piedad de él, que dijo:
-Cuenta
Zaid ibn Jalin e Ibn al-Hucain el-Basari, que estando el profeta, Alá le
bendiga y le dé salvación, sentado un día en la mezquita, descendió sobre él
el ángel Gabriel, la paz sea con él, enviado por Alá, bendito y ensalzado sea,
y saludó a Mahoma. El profeta devolvió el saludo, y Gabriel le dijo:
-Mahoma,
dice tu Señor que mañana cuando amanezca, si Alá quiere, envíes a uno de tus
caballeros que vaya camino de Siria y que se aleje de la ciudad una distancia
de dos leguas.
Cuando
amaneció Alá la hermosa mañana, madrugó el mensajero de Alá, Mahoma, Alá le
bendiga y le dé la salvación, con los emigra-dos y los creyentes, y con él Abú
Bakri Sidiq y Omar ibn al-Hatab, y Usman ibn Afán y Caid y Talhata y Azubayri.
Y se fueron con el profeta, Alá le bendiga y le dé la salvación. Volvióse el
profeta de Alá y los miró, y no vio entre ellos a al-Faraçy que era un
caballero que cuando salía a la guerra a caballo, estimábase su valor por mil
caballeros, y a pie por quinientos. Y por esto el profeta, Alá le ben-diga y le
dé salvación, le tenía en alta estima.
Y
dijo:
-¿Dónde
está Bilal ibn Haman?
Respondió
éste con gran humildad:
-¡Oh,
profeta!, mírame aquí delante de ti.
Mándame
lo que quieras.
Dijo
el profeta:
-Bilal,
porque te prefiero, quiero que vayas a casa de Cilman al Faraçi y le digas que
venga aquí prestamente.
Marchó
Bilal a casa de Cilmán al-Faraçi y llamó a su puerta quedamente, y respondió
Cilman:
-¿Quién
es? Alá se apiade de ti.
Y
respondió:
-Cilman,
soy Bilal. El mensajero de Alá te llama.
Respondió
Cilman:
-Oigo
y obedezco a Alá, después a su mensajero.
Y así
fueron los dos juntos, y llegaron a la mezquita del profeta, Alá le bendiga y
le dé salvación. Y después del saludo dijo el profeta:
-Oh
Cilman, por la estima que te tengo, ve a tu casa, coge tu caballo y marcha
camino de Siria hasta una distancia de dos leguas, y tráeme un hombre que
encontrarás, porque en este hecho habrá maravillas.
Volvió
Cilman a su casa, tomó sus armas y su caballo y salió camino de Assam.
Y
cuando estuvo a dos leguas de la ciudad, se encontró con un árabe que venía
sobre una camella que levantaba una polvareda que apenas dejaba ver. Acercóse
Cilman a él y distinguió a un árabe muy alto, largo, recio, de grandes espaldas,
grueso de muslos, y tenía una mirada tan espantosa que parecía de las legiones
del infierno, con la espada desenvainada chorreando sangre.
Cuando
Cilman vio su enormidad y su reciedumbre, tuvo miedo y se espantó. Volvió
entonces Cilman huyendo hasta las puertas de la ciudad.
Allí
se encontró con Al¡ ibn Abi Talib, el luchador de dos espadas, lancero,
valiente y esforzado, señor de la batalla del día de Badri Huanain, Alá esté
satisfecho de él.
Dijo
Alí:
-Cilman,
¿dónde está lo que te mandó traer el profeta, Alá le bendiga y le dé salvación?
Dijo
Cilman:
-Oh
Alí, no te apresures en avergonzarme por cobarde, porque nuestro Señor es
piadoso y es prudente; te juro por Alá que no conozco corazón por fuerte que
sea que no se espante, salvo el tuyo que sólo temió a Alá.
Al
momento se fue Alí, esté Alá satisfecho de él, por el camino hasta que se
encontró con el árabe, y no lo espantó su grandeza ni tuvo miedo de él, sino
que al llegar a su lado entabló una batalla que duró una hora larga. Alí
combatió con saña y acercóse a él le echó mano a los vestidos y dio con él en
tierra con furia muy grande, como león sañudo, y se puso sobre su pecho y sacó
su espada para degollarlo cuando oyó una voz que decía:
-Alí,
no te apresures en matar al árabe que en este hecho hay maravilla muy grande.
Tómalo y tráelo como cautivo humillado delante del profeta, Alá le bendiga y
le dé salvación.
Así
hizo Alí, esté Alá satisfecho de él, y cogiéndolo fuertemente lo llevó delante
del profeta, Alá le bendiga y le dé salvación. Cuando el profeta de Alá lo vio
dijo:
-¡Oh,
árabe!, dime de dónde vienes y cuéntanos tu historia hasta el final.
Dijo
el árabe:
-¡Oh,
Mahoma!, mucho me place: Has de saber que yo soy de Siria, de una ciudad que se
llama Saguraca, y en ella hay ochenta mil casas de infieles, pues no hay en
todos ellos quien diga: "No hay más dios que Alá y Mahoma es su
profeta." En cuanto a lo que me preguntas sobre mi historia, has de saber,
Mahoma, que en aquella tierra tenemos costumbre y es práctica común entre nosotros,
cuando un hombre se casa y tiene un hijo, sacrificarlo con una espada, y asimismo
si es la primera hija degollarla en sacrificio a nuestra ídola. Por lo cual te
hago saber, Mahoma, que yo casé con una hija de mi prima y estuve con ella doce
meses; dio a luz una hija muy hermosa, que nunca mis ojos vieron cara más
hermosa que aquélla. Y quísela degollar conforme a la práctica del sacrificio
con la espada y he aquí que me conjuró mi mujer diciendo:
-"Oh
hijo de mi primo, por Alata w-Al'uzza te ruego que no degüelles a esa niña tan
hermosa.”
Y la
dejé, Mahoma, hasta que llegó a la edad de siete años cum-plidos.
Un
día, sentado en mi almohadón y con el birrete sobre la cabeza, vino a mí la
muchacha y me dijo:
-Oh
padre, ¿quién es mi señor?
Dije:
-Tu madre,
hija mía.
-¿Y
quién es el señor de mi madre?
Contesté:
-Yo
soy el señor de tu madre.
Y
preguntó de nuevo la niña:
-¿Y
quién es tu señor?
Le
dije:
-Mi
señor es la ídola mayor Alata w-Al'uzza.
Dijo
la niña:
-¿Y
quién es el señor de la ídola mayor?
A
esto, Mahoma, no supe darle respuesta. Y la niña añadió:
-Padre,
vives en el error y la mentira, pues la ídola Alata w-Al'uzza no tiene ningún
poder, ni saber, ni provecho, ni daña, ni defiende. Padre, mi Señor y el Señor
de mi madre y tu Señor, y el Señor de la ídola mayor es Alá, aquél que creó los
cielos y la tierra, y creó las personas y las cosas.
Cuando
oí aquello de la niña, Mahoma, fui a su madre y le conté lo ocurrido, y me
dijo:
-Marido,
por Alata w-Al'uzza, cabalga en tu camella y llévate a la muchacha contigo, ve
donde la tierra es yerma y degüéllala, y tráeme su corazón y su hígado, porque
si no ella corromperá nuestra fe.
Al
momento tomé mi camella, llevando la niña delante de mí y fui con ella donde la
tierra es yerma. Cuando llegué, bajé a la niña y la senté en tierra: y empecé a
hacer su tumba para enterrarla cuando la hubiese degollado, y haciendo la
tumba el sudor me caía por la cara y por los ojos, y la niña se levantaba y me
limpiaba el sudor y me compadecía por lo que trabajaba; y me decía:
-Padre,
ya veo que esta tumba es para mí, y que me has traído para degollarme.
Y yo,
que nunca había sentido piedad de la muchacha cuando acabé la fosa, cogí a la
niña, la derribé, saqué mi espada y la degollé. Una vez tomados su corazón y su
hígado, la enterré. Cuando acabé, quise volver a casa pero he aquí que apareció
frente a mí un fuego abrasador, y se alzaron enormes llamas a mi derecha y a mi
izquierda y delante y detrás.
No
había amparo para mí, Mahoma, del calor de aquel fuego, ni tenía a dónde ir.
Estando en esta situación casi perdido, desesperan-zado, oí un clamante que
gritaba, aunque no veía su figura, y decía:
-Hermano
de los árabes, si quieres salvarte de este fuego y librar-te de él, vete a
Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, hazte musulmán en sus manos y así
te salvarás.
Al
momento tomé la decisión de venir junto a ti y hacerme musulmán en tus manos, y
afirmo que no hay tropiezo para quien bien guía, ni falta de fe después de la
creencia. Soy testigo de que no hay señor sino Alá, el sin igual, y tú eres
Mahoma, su siervo y mensajero, y esto digo con mi carne, mis huesos y mi sangre
y mis costados y todo mi cuerpo.
Una
vez que el árabe hizo profesión de que no hay más dios que Alá y Mahoma es su
profeta, dijo el enviado de Alá:
-Arabe,
¿quieres venir conmigo a la tumba de tu hija?
Respondió
el árabe:
-Sí,
Mahoma, pero, ¿quién nos guiará para que acertemos con la tumba de mi hija? Con
el espanto del fuego y la gran tribulación en que me vi, no sé por dónde vine
ni sabría tornar allá.
Dijo
Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación:
-Ven
conmigo, árabe.
Dice
Zeydi ibn Halid que se fueron el profeta y diez hombres honrados de su cortejo,
y el árabe con ellos, sin guía ninguna, que no los guiaba sino Alá, tan alto
es, que lo conducía con su poder; y anduvieron hasta que llegaron a la fosa.
Maravillóse
el árabe de aquello, y nada más llegar hincó el Profeta su pie en la tierra,
encimá de la tumba, y Alá hizo manar una fuente de agua perfecta, y tomó
ablución y sus compañeros con él. Después hizo oración, dos inclinaciones y
rezó una plegaria que no detuvieron los cielos hasta que llegó a la potencia de
Alá. Después puso por segunda vez su pie en la tumba. Y he aquí que se hinchó
como un cuerpo, cuál si fuese una criatura en el vientre de su madre; hincó
entonces por tercera vez en la tumba su pie el profeta y abrióse enteramente
ésta hasta que apareció la niña. Y dijo Mahoma:
-Muchacha,
ponte en pie y resucita y háblanos de Alá y de su poder, que resucita los
huesos después de ser polvo.
Y he
aquí que la doncella, levantada, sacudiendo la tierra de sus largos y hermosos
cabellos, dijo a grandes voces y con lengua pala-dina:
-Te
saludo, profeta de Alá, la piedad y la bendición de Alá sean sobre ti.
Dijo
el profeta:
-Muchacha,
¿cómo sabes que soy Mahoma, el profeta de Alá?
Respondió
la niña:
-¡Oh,
enviado de Alá! tan bendito y tan alto es que me ha hecho conocerte en el reino
celestial, que es aquel que nunca fenecerá, y no hay otro señor sino Alá.
Dijo
el profeta:
-Muchacha,
he ahí a tu padre, perdónale del pecado que ha cometido contra ti. Respondió
la niña:
-¡Oh,
profeta!, no perdonaré a mi padre hasta que no le oiga testimoniar la palabra
bendita, aquella que es de escaso trabajo para la lengua y de mucha
importancia, y con la que se contenta el piadoso Alá y se ensaña por ella Satanás,
aquella que dice: "Confieso que no hay más dios que Alá", y que
reconozca que tú eres Mahoma, el mensajero.
Dijo
el profeta:
-Muchacha,
perdónale porque ya lo ha dicho.
Dijo
ella:
-¡Oh,
enviado de Alá!, si es que lo ha dicho interior y superficialmente, yo hago
testigos a Alá, y a sus ángeles, y a sus profetas, y a sus elegidos, y a los
que llevan su trono, y a los moradores de los cielos, y te pongo por testigo a
ti, enviado de Alá, de que lo perdono de todo pecado que contra mí haya obrado.
Dijo
el profeta:
-Muchacha,
si quieres vivir con tu padre y volver al mundo, rogaré a Alá que te conceda
una larga vida de tranquilidad.
Dijo
ella:
-Profeta,
ya llegó mi hora, y he pasado lo que Alá ordenó en el Corán con la omnipotencia
de su saber, y ahora estoy en el paraíso, y vivo en sus alcázares, y no
cambiaría esta gloria por el placer del mundo.
Al
momento dijo el profeta:
-Muchacha,
torna a tu lugar.
Dice
el narrador Zaydi ibn Halid, que la muchacha volvió a su fosa, y cerróse tras
ella, con la potencia de Alá, aquel que resucita los huesos del polvo.
Maravillóse el árabe de aquello y afirmó su creencia en Alá y en todo lo que
Alá puso como obligación para los creyentes, y siempre se mantuvo en el
servicio de Alá hasta su muerte, Alá se apiade de él. Amén.
Y
volvióse el profeta y los diez de su compañía hasta que llegaron a la ciudad.
Todo
esto ocurrió por la bendición de nuestro profeta Mahoma, Alá le bendiga y le dé
salvación. Esto es lo que nos llegó a la declaración del versículo del Corán
que dice: "Cuando se interrogue a la niña enterrada viva acerca del pecado
que motivó que se la matara."
Acábase
el cuento con la alabanza a Alá, que es poderoso sobre todas las cosas.
ALABADO
SEA ALA, SEÑOR DE LOS MUNDOS.
117. anonimo (morisco)
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