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miércoles, 29 de agosto de 2012

Cuento del árabe y la doncella

EN EL NOMBRE DE ALA, EL CLEMENTE, EL MISE­RICORDIOSO.

Esta es la historia del árabe y la doncella, fundado en la costumbre preislá­mica de enterrar vivas a las hijas recién nacidas, con­tado por Ibn Abbas, Alá tenga piedad piedad de él, que dijo:
-Cuenta Zaid ibn Jalin e Ibn al-Hucain el­-Basari, que estando el profeta, Alá le bendiga y le dé salvación, sentado un día en la mezquita, des­cendió sobre él el ángel Gabriel, la paz sea con él, enviado por Alá, bendito y ensalzado sea, y saludó a Mahoma. El profeta devolvió el saludo, y Gabriel le dijo:
-Mahoma, dice tu Señor que mañana cuando amanezca, si Alá quiere, envíes a uno de tus caba­lleros que vaya camino de Siria y que se aleje de la ciudad una distancia de dos leguas.
Cuando amaneció Alá la hermosa mañana, madrugó el mensajero de Alá, Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, con los emigra-dos y los creyentes, y con él Abú Bakri Sidiq y Omar ibn al-Hatab, y Usman ibn Afán y Caid y Tal­hata y Azubayri. Y se fueron con el profeta, Alá le bendiga y le dé la salvación. Volvióse el pro­feta de Alá y los miró, y no vio entre ellos a al­-Faraçy que era un caballero que cuando salía a la guerra a caballo, estimábase su valor por mil caballeros, y a pie por quinientos. Y por esto el profeta, Alá le ben-diga y le dé salvación, le tenía en alta estima.
Y dijo:
-¿Dónde está Bilal ibn Haman?
Respondió éste con gran humildad:
-¡Oh, profeta!, mírame aquí delante de ti.
Mándame lo que quieras.
Dijo el profeta:
-Bilal, porque te prefiero, quiero que vayas a casa de Cilman al Faraçi y le digas que venga aquí prestamente.
Marchó Bilal a casa de Cilmán al-Faraçi y llamó a su puerta quedamente, y respondió Cilman:
-¿Quién es? Alá se apiade de ti.
Y respondió:
-Cilman, soy Bilal. El mensajero de Alá te llama.
Respondió Cilman:
-Oigo y obedezco a Alá, después a su men­sajero.
Y así fueron los dos juntos, y llegaron a la mez­quita del profeta, Alá le bendiga y le dé salva­ción. Y después del saludo dijo el profeta:
-Oh Cilman, por la estima que te tengo, ve a tu casa, coge tu caballo y marcha camino de Siria hasta una distancia de dos leguas, y tráeme un hombre que encontrarás, porque en este hecho habrá maravillas.
Volvió Cilman a su casa, tomó sus armas y su caballo y salió camino de Assam.
Y cuando estuvo a dos leguas de la ciudad, se encontró con un árabe que venía sobre una camella que levantaba una polvareda que apenas dejaba ver. Acercóse Cilman a él y distinguió a un árabe muy alto, largo, recio, de grandes espal­das, grueso de muslos, y tenía una mirada tan espantosa que parecía de las legiones del in­fierno, con la espada desenvainada chorrean­do sangre.
Cuando Cilman vio su enormidad y su recie­dumbre, tuvo miedo y se espantó. Volvió enton­ces Cilman huyendo hasta las puertas de la ciudad.
Allí se encontró con Al¡ ibn Abi Talib, el luchador de dos espadas, lancero, valiente y esforzado, señor de la batalla del día de Badri Huanain, Alá esté satisfecho de él.
Dijo Alí:
-Cilman, ¿dónde está lo que te mandó traer el profeta, Alá le bendiga y le dé salvación?
Dijo Cilman:
-Oh Alí, no te apresures en avergonzarme por cobarde, porque nuestro Señor es piadoso y es prudente; te juro por Alá que no conozco corazón por fuerte que sea que no se espante, salvo el tuyo que sólo temió a Alá.
Al momento se fue Alí, esté Alá satisfecho de él, por el camino hasta que se encontró con el árabe, y no lo espantó su grandeza ni tuvo miedo de él, sino que al llegar a su lado entabló una batalla que duró una hora larga. Alí combatió con saña y acercóse a él le echó mano a los vesti­dos y dio con él en tierra con furia muy grande, como león sañudo, y se puso sobre su pecho y sacó su espada para degollarlo cuando oyó una voz que decía:
-Alí, no te apresures en matar al árabe que en este hecho hay maravilla muy grande. Tómalo y tráelo como cautivo humillado delante del pro­feta, Alá le bendiga y le dé salvación.
Así hizo Alí, esté Alá satisfecho de él, y cogién­dolo fuertemente lo llevó delante del profeta, Alá le bendiga y le dé salvación. Cuando el pro­feta de Alá lo vio dijo:
-¡Oh, árabe!, dime de dónde vienes y cuénta­nos tu historia hasta el final.
Dijo el árabe:
-¡Oh, Mahoma!, mucho me place: Has de saber que yo soy de Siria, de una ciudad que se llama Saguraca, y en ella hay ochenta mil casas de infieles, pues no hay en todos ellos quien diga: "No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta." En cuanto a lo que me preguntas sobre mi historia, has de saber, Mahoma, que en aque­lla tierra tenemos costumbre y es práctica co­mún entre nosotros, cuando un hombre se casa y tiene un hijo, sacrificarlo con una espada, y asi­mismo si es la primera hija degollarla en sacrifi­cio a nuestra ídola. Por lo cual te hago saber, Mahoma, que yo casé con una hija de mi prima y estuve con ella doce meses; dio a luz una hija muy hermosa, que nunca mis ojos vieron cara más hermosa que aquélla. Y quísela degollar conforme a la práctica del sacrificio con la espada y he aquí que me conjuró mi mujer diciendo:
-"Oh hijo de mi primo, por Alata w-Al'uzza te ruego que no degüelles a esa niña tan her­mosa.”
Y la dejé, Mahoma, hasta que llegó a la edad de siete años cum-plidos.
Un día, sentado en mi almohadón y con el birrete sobre la cabeza, vino a mí la muchacha y me dijo:
-Oh padre, ¿quién es mi señor?
Dije:
-Tu madre, hija mía.
-¿Y quién es el señor de mi madre?
Contesté:
-Yo soy el señor de tu madre.
Y preguntó de nuevo la niña:
-¿Y quién es tu señor?
Le dije:
-Mi señor es la ídola mayor Alata w-Al'uzza.
Dijo la niña:
-¿Y quién es el señor de la ídola mayor?
A esto, Mahoma, no supe darle respuesta. Y la niña añadió:
-Padre, vives en el error y la mentira, pues la ídola Alata w-Al'uzza no tiene ningún poder, ni saber, ni provecho, ni daña, ni defiende. Padre, mi Señor y el Señor de mi madre y tu Señor, y el Señor de la ídola mayor es Alá, aquél que creó los cielos y la tierra, y creó las personas y las cosas.
Cuando oí aquello de la niña, Mahoma, fui a su madre y le conté lo ocurrido, y me dijo:
-Marido, por Alata w-Al'uzza, cabalga en tu camella y llévate a la muchacha contigo, ve donde la tierra es yerma y degüéllala, y tráeme su corazón y su hígado, porque si no ella corrom­perá nuestra fe.
Al momento tomé mi camella, llevando la niña delante de mí y fui con ella donde la tierra es yerma. Cuando llegué, bajé a la niña y la senté en tierra: y empecé a hacer su tumba para ente­rrarla cuando la hubiese degollado, y haciendo la tumba el sudor me caía por la cara y por los ojos, y la niña se levantaba y me limpiaba el sudor y me compadecía por lo que trabajaba; y me decía:
-Padre, ya veo que esta tumba es para mí, y que me has traído para degollarme.
Y yo, que nunca había sentido piedad de la muchacha cuando acabé la fosa, cogí a la niña, la derribé, saqué mi espada y la degollé. Una vez tomados su corazón y su hígado, la enterré. Cuando acabé, quise volver a casa pero he aquí que apareció frente a mí un fuego abrasador, y se alzaron enormes llamas a mi derecha y a mi izquierda y delante y detrás.
No había amparo para mí, Mahoma, del calor de aquel fuego, ni tenía a dónde ir. Estando en esta situación casi perdido, desesperan-zado, oí un clamante que gritaba, aunque no veía su figura, y decía:
-Hermano de los árabes, si quieres salvarte de este fuego y librar-te de él, vete a Mahoma, Alá le bendiga y le dé la salvación, hazte musulmán en sus manos y así te salvarás.
Al momento tomé la decisión de venir junto a ti y hacerme musulmán en tus manos, y afirmo que no hay tropiezo para quien bien guía, ni falta de fe después de la creencia. Soy testigo de que no hay señor sino Alá, el sin igual, y tú eres Mahoma, su siervo y mensajero, y esto digo con mi carne, mis huesos y mi sangre y mis costados y todo mi cuerpo.
Una vez que el árabe hizo profesión de que no hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta, dijo el enviado de Alá:
-Arabe, ¿quieres venir conmigo a la tumba de tu hija?
Respondió el árabe:
-Sí, Mahoma, pero, ¿quién nos guiará para que acertemos con la tumba de mi hija? Con el espanto del fuego y la gran tribulación en que me vi, no sé por dónde vine ni sabría tornar allá.
Dijo Mahoma, Alá le bendiga y le dé la sal­vación:
-Ven conmigo, árabe.
Dice Zeydi ibn Halid que se fueron el profeta y diez hombres honrados de su cortejo, y el árabe con ellos, sin guía ninguna, que no los guiaba sino Alá, tan alto es, que lo conducía con su poder; y anduvieron hasta que llegaron a la fosa.
Maravillóse el árabe de aquello, y nada más lle­gar hincó el Profeta su pie en la tierra, encimá de la tumba, y Alá hizo manar una fuente de agua perfecta, y tomó ablución y sus compañeros con él. Después hizo oración, dos inclinaciones y rezó una plegaria que no detuvieron los cielos hasta que llegó a la potencia de Alá. Después puso por segunda vez su pie en la tumba. Y he aquí que se hinchó como un cuerpo, cuál si fuese una criatura en el vientre de su madre; hincó entonces por tercera vez en la tumba su pie el profeta y abrióse enteramente ésta hasta que apareció la niña. Y dijo Mahoma:
-Muchacha, ponte en pie y resucita y hábla­nos de Alá y de su poder, que resucita los huesos después de ser polvo.
Y he aquí que la doncella, levantada, sacu­diendo la tierra de sus largos y hermosos cabe­llos, dijo a grandes voces y con lengua pala-dina:
-Te saludo, profeta de Alá, la piedad y la ben­dición de Alá sean sobre ti.
Dijo el profeta:
-Muchacha, ¿cómo sabes que soy Mahoma, el profeta de Alá?
Respondió la niña:
-¡Oh, enviado de Alá! tan bendito y tan alto es que me ha hecho conocerte en el reino celes­tial, que es aquel que nunca fenecerá, y no hay otro señor sino Alá.
Dijo el profeta:
-Muchacha, he ahí a tu padre, perdónale del pecado que ha cometido contra ti. Respondió la niña:
-¡Oh, profeta!, no perdonaré a mi padre hasta que no le oiga testimoniar la palabra ben­dita, aquella que es de escaso trabajo para la len­gua y de mucha importancia, y con la que se contenta el piadoso Alá y se ensaña por ella Sata­nás, aquella que dice: "Confieso que no hay más dios que Alá", y que reconozca que tú eres Mahoma, el mensajero.
Dijo el profeta:
-Muchacha, perdónale porque ya lo ha di­cho.
Dijo ella:
-¡Oh, enviado de Alá!, si es que lo ha dicho interior y superficialmente, yo hago testigos a Alá, y a sus ángeles, y a sus profetas, y a sus elegi­dos, y a los que llevan su trono, y a los moradores de los cielos, y te pongo por testigo a ti, enviado de Alá, de que lo perdono de todo pecado que contra mí haya obrado.
Dijo el profeta:
-Muchacha, si quieres vivir con tu padre y volver al mundo, rogaré a Alá que te conceda una larga vida de tranquilidad.
Dijo ella:
-Profeta, ya llegó mi hora, y he pasado lo que Alá ordenó en el Corán con la omnipotencia de su saber, y ahora estoy en el paraíso, y vivo en sus alcázares, y no cambiaría esta gloria por el placer del mundo.
Al momento dijo el profeta:
-Muchacha, torna a tu lugar.
Dice el narrador Zaydi ibn Halid, que la muchacha volvió a su fosa, y cerróse tras ella, con la potencia de Alá, aquel que resucita los huesos del polvo. Maravillóse el árabe de aquello y afirmó su creencia en Alá y en todo lo que Alá puso como obligación para los creyentes, y siempre se mantuvo en el servicio de Alá hasta su muerte, Alá se apiade de él. Amén.
Y volvióse el profeta y los diez de su compañía hasta que llegaron a la ciudad.
Todo esto ocurrió por la bendición de nuestro profeta Mahoma, Alá le bendiga y le dé salva­ción. Esto es lo que nos llegó a la declaración del versículo del Corán que dice: "Cuando se interrogue a la niña enterrada viva acerca del pecado que motivó que se la matara."
Acábase el cuento con la alabanza a Alá, que es poderoso sobre todas las cosas.
ALABADO SEA ALA, SEÑOR DE LOS MUNDOS.

117. anonimo (morisco)

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