Sonko y
Huasca eran hermanos. Habían quedado huérfanos hacía muchos años, y desde
entonces vivían solos en la selva, habitando el rancho que fuera de sus padres.
Sonko era el
menor. Alto, fornido y muy trabajador, poseía un corazón tierno, cuyo cariño se
volcaba en su hermana, a quien quería como a la madre que perdiera siendo niño.
Pero Huasca
no retribuía ese afecto. Por el contrario, siempre se mostraba agresiva con el
buen hermano, disputaba con él, lo maltrataba y le hacía padecer en toda
ocasión la perversidad que la dominaba.
A pesar de
ello, Sonko seguía profesando un profundo cariño a esta hermana cruel.
Tanto la
quería, que al ver los jugosos frutos maduros, sólo tenía un pensamiento:
recogerlos para Huasca.
Así lo hizo
ese día. De vuelta al rancho, cortó los más dulces y sabrosos, los depositó en
un canastillo de fibras de yuchán, que él mismo fabricara, y feliz y contento
con el tesoro obtenido, corrió hasta su choza a fin de entregarlos a la ingrata.
Mientras
corría, pensaba:
"¡Qué
contenta se pondrá Huasca! Ella habrá preparado la comida para mi almuerzo,
pero yo, en cambio, le regalaré estas hermosas chirimoyas y estas sabrosas
algarrobas. ¡Mi hermana es tan golosa! ¡Si su corazón fuera más dulce conmigo!
Porque con los demás es muy buena... y es cariñosa... Sólo conmigo es brusca y
es mala."
Se detuvo un
momento, para comprobar que las frutas no sufrían con la carrera, y continuó
sus reflexiones:
"¿Por
qué Huasca se mostrará tan dura conmigo? Pero... ¡no importa! Yo conseguiré que
me quiera. Con mi cariño lograré el de ella."
Ilusionado
por su fe llegó a la choza. Al lado de ésta había un telar rústico, con una
manta de vivos colores empezada. Ello le demostró que Huasca había estado trabajando.
Una canción
muy suave le llegó desde el interior del rancho. Era su hermana que cantaba.
Alentado y gozoso, al pensar en el regalo que
le traía, llamó con voz dulce:
-¡Huasca!...
¡Huasca!... ¡Hermanita!...
Una linda
doncella de piel cobriza apareció en la puerta de la choza. La canción se había
apagado en sus labios, y una mirada hosca, cargada de rencor, acompañó a sus
palabras. Dirigiéndose a su hermano, le respondió en el más brusco de los
tonos:
-¡Qué
quieres!
Sonko sufrió
un desencanto. Le pareció que su corazón se achicaba y le dolía al sentir el
desprecio de la perversa doncella. Sin embargo resistió el dolor y nada dijo.
Él se había prometido conquistar el afecto de su hermana y no abandonaría la empresa
al primer contratiempo.
Con suave voz
y tierna expresión, le dijo:
-Mira,
golosa, mira lo que he traído para ti.
Al mismo
tiempo abrió la cesta cargada de apetitosos frutos, y al verlos, la mala
hermana sólo supo exclamar:
-¡Chirimoyas
y algarrobas! ¡Cómo me gustan!
Sin una
frase de agradecimiento al pobre muchacho, le arrebató la canastilla y entró en
el rancho.
El hermano
la siguió. No agregó una sola palabra y se sentó dispuesto a almorzar:
En una
vasija de barro, la mazamorra se cocinaba al fuego.
Tomó un
"puco", y ya iba a llenarlo con el sabroso alimento, cuando su
hermana lo detuvo dándole un manotón, al tiempo que le gritaba airada:
-¡Deja eso!
¿O crees que yo cocino para ti? ¡Poca comodidad sería! ¡Pasar la mañana fuera y
volver cuando ya está todo hecho! ¡Cuando no hay más que estirar la mano para
servirse!
Y,
dominante, agregó:
-¡Retírate
turay! ¡Cacuy turay!
Pero...
Huasca... Yo también he trabajado. He estado recogiendo miel de lechiguana y
labrando la tierra pra sembrar... Y ¿quien si no yo cuida nuestra majadita de
cabras?
Con el tono
más humilde continuó:
-Anda, sé
razonable... Sírveme un poco de mazamorra y dame un trozo de patay...
-¡Ya he
dicho que no! Si quieres comer, tú te lo has de preparar. ¡Esto es mío! ¡Cacuy
turay! ¡Cacuy turay!
-Dame
entonces unas chirimoyas de las que traje... -imploró el muchacho.
-Ni una.
Para mí dijiste que eran y yo las comeré -terminó inflexible Huasca.
Triste la
miró Sonko. Sus ojos brillaron colmados de lágrimas; pero nada respondió.
Cabizbajo
salió del rancho. ¿Cómo era posible que su hermana le negara una porción de
mazamorra o un trozo de patay cuando él trataba siempre de complacerla? ¿Por
qué sería así su hermana? ¿Qué podría hacer él para corregirla?
Sus
esperanzas de dulcificar el corazón de la perversa iban perdiendo fuerza. Se
sentía incapaz de continuar. Sin embargo, haría una última tentativa.
Ese día lo
pasó vagando por el bosque y alimentándose con frutas silvestres.
Entrada la
noche, volvió al rancho y se acostó. Una idea fija le impedía conciliar el
sueño: cómo lograr el afecto de su hermana.
Por fin, el
cansancio lo venció y se quedó dormido.
A la mañana
siguiente, muy temprano, volvió a salir de la choza.
Llevaba la
intención de conseguir, para su hermana, algo extraordinario, algo que le
agradara mucho...
Sonko
pensaba:
"Tal
vez así, con una dedicación y un deseo de complacerla cada vez mayores, llegará
un día en que Huasca corresponderá a este hondo cariño que por ella siento.
¡Qué felices seremos entonces!"
Levantó sus ojos al cielo y, como si hablara con alguien, continuó:
"Viviremos unidos por un afecto profundo y nuestros padres nos
bendecirán desde la estrella donde están ahora..."
Con la agilidad de un muchacho acostumbrado a trepar árboles y a escalar
montañas, Sonko apoyó en una rama baja sus pies calzados con ojotas, y
ayudándose con manos, brazos y piernas fue subiendo... subiendo...
Con las fuerzas y la desesperación que le prestaba su estado, corrió a
la casa. Su hermana sabía preparar un bálsamo con las hojas y las flores del
molle... Ella lo curaría y le daría de beber...
Entró al rancho para buscar un "puco" con miel. Con ambas
manos ocupadas se presentó ante Sonko.
-¡Anda tú!... ¡Anda a la vertiente, que allí el agua sobra!... ¡Allí podrás
tomar toda la que quieras!
Cuando despertó, el sol se escondía tras los cerros vecinos. Se levantó
y caminó unos pasos. El dolor de la herida persistía.
Decidió ver a la curandera para pedirle algo que aliviara su mal. Y echó
a andar en dirección a lo de la "médica".
Fingiendo sentimientos que ya no sentía, y con la misma voz de pasados
días, llamó a su hermana:
-¡Sí! ¿Sí! En seguida. Ya lo creo que te acompañaré a buscar miel. ¡Si
se me hace agua la boca!
A su paso,
un ave asustada levantó el vuelo. Tan preocupado iba, que apenas prestó
atención a este hecho. Tampoco oía el coro de los pájaros que a esa hora era
una gloria.
Persistía en
su mente la misma idea: merecer el cariño de su hermana.
De pronto,
un fruto hermoso llamó su atención. Su color, su brillo y su tamaño lo hacían
resaltar entre todos los otros
¡Ése sería
el regalo para su hermana!
Pero, ¡qué
alto estaba! Le costaría alcanzarlo... Mas, ¿qué importaban las dificultades
cuando el premio iba a ser tan maravilloso?
Y ya no
pensó más. Aunque los riesgos eran muchos, lo alcanzaría.
Las espinas
y las ramas secas arañaban su piel y desgarraban sus ropas. Pero nada
importaba. Lo esencial era llegar hasta el hermoso fruto que se ofrecía allá en
lo alto.
Continuaba
entusiasmado la ascención, cuando lanzó un grito. Una enorme espina se había
clavado en su carne. El dolor que le producía era tan intenso que no le
permitía sostenerse con la mano herida.
Trato de
arrancarse la espina, pero fue en vano. La mano comenzó a hincharse y a tomar
un feo color morado.
Debía darse
por vencido y abandonar la empresa. Resuelto ya, comenzó a descender.
Una vez en
tierra, observó la herida con detención. En un último esfuerzo, arrancó la
espina, y la sangre brotó de la lastimadura. Se sintió desfallecer. Su cabeza
ardía y tenía la garganta seca.
Ya le
faltaba poco... Un último esfuerzo y llegaría a su rancho.
De lejos
divisó a Huasca trabajando en el telar. Cuando estuvo delante, le suplicó:
-¡Huasca,
por favor! Quise traerte un fruto hermoso que vi en el bosque, y cuando ya
creía alcanzarlo, una espina que se clavó en mi mano me impidió lograr mi
deseo. Huasca, hermanita, ¡sufro mucho y tengo sed! ¡Alcánzame un poco de agua!
La hermana
se levantó de inmediato. Lo tomó de un brazo y lo ayudó a sentarse.
-¡Oh!.
turay... ¡Cómo tienes la mano! Yo te la curaré y traeré agua y miel para apagar
tu sed.
Así
diciendo, corrió al interior del rancho, y llevando en sus manos un cántaro de
barro, fue a una vertiente cercana para llenarlo con agua fresca.
Sonko creía
soñar. Mentira le parecía la dedicación de la hermana. Llegaó a bendecir la
espina que, al herirlo, le había permitido gozar del cariño y de los cuidados
de su querida Huasca.
Corriendo
volvió la doncella. Con la carrera el agua que llenaba el cántaro saltaba y
caía al suelo salpicando sus piernas desnudas.
La ansiedad
y el reconocimiento se pintaron en el rostro del hermano. Un dulce bienestar lo
invadió al oír que Huasca le decía con dulzura:
-¡Pobre
turay! Hermanito..., ¿sufres? ¿Tienes sed? Aquí hay yacu-chiri y miel en
abundancia, ¿las ves?
Hizo una
pausa, y cambiando de expresión y con la voz ruda de otras veces, agregó:
-¡Pero no
son para ti! ¡Prefiero dárselos a la tierra!
Y al tiempo
que, ante los ojos azorados del muchacho, volcaba el contenido de las dos
vasijas, lanzando una carcajada estridente y burlona, continuó:
Esto bastó
para que el cariño que sentía el muchacho se trocara en un odio intenso contra
la perversa hermana.
Un
sentimiento de venganza nació en él, tan profundo y persistente, que ya no lo
abandonó.
Arrastrándose
casi, llegó a la vertiente. Se hechó en el suelo y con avidez bebió el líquido
fresco.
Sumergió en
el agua la mano herida y se sintió mejor. Un suave sopor lo invadió y a la
sombra de un árbol corpulento se quedó dormido.
El canto de
los pájaros no se oía ya. Los rumores de la selva se habían apagado. Una
estrella lejana brilló en el cielo. La media luz del crepúsculo, con reflejos
rojos de incendio, iluminaba la paz de la tierra.
Sólo en el
alma del pobre turay rugía, como una tormenta, la venganza.
Con
conocimientos de hierbas y emplastos, el muchacho curó. A los pocos días estuvo
completamente bien
¡Cómo había
cambiado Sonko! La mirada, antes tierna, era ahora hosca y dura. Su voz había
perdido la dulzura de otros días.
Callado y
taciturno, continuaba preparando sus planes.
Un día, de
vuelta del valle, a donde llevara la majadita de cabras, se dirigió muy
resuelto al rancho. Iba a poner en práctica su idea de venganza.
-¡Huasca!...
¡Hermanita! He encontrado para ti algo que te va a dar un gran placer, golosa.
-¿Qué es,
turay?
-Una
colmena. Si te animas y me acompañas, toda la miel será para ti. La recogeremos
y en varias vasijas la traeremos a casa. ¿Me acompañas?
-No olvides
de llevar un poncho para envolverte la cabeza. Ya sabes que las abejas no
abandonan de buen grado la colmena y te picarían sin piedad.
Muy
preparados se fueron los dos hermanos. Caminaron entre plantas hermosas de
grandes hojas y perfumadas flores. Los piquillines y los mistoles les ofrecían
sus frutos dulces. La puya-puya les brindaba sus flores blancas y fragantes. La
exuberante vegetación de la selva era allí un maravilloso espectáculo.
Al llegar a
un claro del bosque, el hermano se detuvo.
-Aquí es -le
dijo. Envuélvete la cabeza con el poncho, defendiendo tu cara de las picaduras
de las abejas. ¿Ves ese árbol tan alto? En la cima está la colmena. ¿Te animas
a subir?
-Ya lo creo.
Tú me guiarás, pues yo no veré muy bien con mis ojos cubiertos con el poncho.
-No tengas
cuidado. Yo te conduciré -la conformó su hermano.
Con mucho
trabajo fueron subiendo al árbol que era el de mayor tamaño del lugar.
Una vez que
hubo instalado a la hermana, sentada en una horqueta, en lo más alto de la
copa, Sonko, fingiendo acercarse a la colmena, sacó de su cintura un hacha y
comenzó a descender cortando las ramas que abandonaba.
Así dejó el
tronco liso y sin puntos de apoyo para que no pudiera bajar la infeliz Huasca.
Ella,
confiada y ajena a lo que sucedía, esperaba que su hermano le indicara la tarea
a cumplir.
Cuando Sonko
llegó a tierra, se alejó del lugar dejando abandonada y sin defensa a la
ingrata hermana.
Pasados algunos
instantes, y en vista de que no oía al muchacho, Huasca empezó a temer.
Apartó el
poncho de su vista, y lo que vio le hizo temer algo desagradable. Anochecía y
su hermano había desaparecido. Lo llamó, primero tranquila, pero al no obtener
respuesta, el miedo la dominó.
Con tono
quejumbroso y desesperado, que era un lamento, gritó:
-¡Turay!
¡Turay!
Pero el
hermano no apareció. Con gran sorpresa de su parte, sintió que sus miembros se
endurecían, que toda ella cambiaba de forma y su cuerpo se cubría de plumas. En
pocos instantes quedó convertida en un ave cuyo grito lastimero se oía en la
quietud de la hora.
-¡Turay!
¡Turay!
Y como
recordando la orden que le daba de continuo, repetía:
-¡Cacuy
turay! ¡Cacuy turay!
Desde
entonces, este llamado, que es un doloroso recuerdo, un verdadero lamento, y
que tal vez sea un grito de arrepentimiento, se oye al anochecer, cuando el
cacuy se acuerda que fue una hermana cruel y perversa.
Así llama al
hermano para pedirle perdón:
-¡Turay!...
¡Turay!
Y vuelve a
repetir como en otros días:
-¡Cacuy
turay!... ¡Cacuy Turay!...
Los que, al
anochecer, oyen el grito de esta ave, se estremecen, pues creen escuchar el
grito lastimero de una persona. Tal vez es su parecido con el gemido humano.
Referencias
El cacuy es
un ave nocturna. Duerme durante el día escondida en algún árbol y aparece
cuando el sol se esconde.
Tiene un
aspecto desagradable. Su cuello, grueso y corto, sostiene una cabeza chata, en
la que se destacan los ojos muy grandes y una boca enorme.
Para posarse
busca el extremo de las ramas secas. El color de la corteza es como el del
plumaje, pardo con mezcla de negro. Estirada sobre ellas, parece una
continuación de la misma rama. En esa forma trata de pasar inadvertida y fuera
de la vista de los cazadores.
Hace el nido
en los huecos de los árboles con pequeñas ramas y recubre la parte interior con
cerdas.
Su canto es
un grito quejumbroso y muy fuerte que se oye a gran distancia. Muchos lo
confunden con el lamento de un ser humano.
Esta forma
de gritar: "¡ca... cuy! ¡ca... cuy!" ha originado el nombre con que
la designan los pueblos de habla quichua. Los guaraníes le llaman urutaú.
En la Argentina habita las
zonas Norte y Nordeste.
En Tucumán y
Santiago del Estero se supone que su grito augura cambio de tiempo.
En Catamarca
se tiene la creencia de que, al gritar, anuncia la proximidad de alguna
colmena.
Es un ave
mágica, se lo llamó antiguamente Kakó Kokó y luego Kakuy por deformación. En
Tucumán entre los Lules: Tarpuí - llox; en el Litoral: Urutaú - gueimiene;
entre los Jíbaros: Aohó, y en las tribus Guaicurúes: Nabopena - ganaga. Sus
distintas formas de pronunciación se deben a las diferentes lenguas
aborígenes.
Su nombre
científico es " Nyctibius Griseus Cornutus ".
Vocabulario:
Sonko: Corazón
Huasca: Soga
Chirimoya: Fruto del chirimoyo, de sabor muy agradable
Algarroba: Fruto del algarrobo
Mazamorra: Comida hecha con maíz blanco muy cocido en agua
Patay: Pan de harina de algarroba negra
Lechiguana: Avispita que fabrica miel
Turay: Hermano
Puco: Escudilla
Cachu'y: "Haz harina"
Cacuy turay: "Muele harina, hermano"
Ojota: Plantilla de cuero que se
asegura a los pies por medio de tiritas de cuero
Yacu: Agua
Yacu-Chiri: Agua fría.
Esta leyenda fue extraída de la Biblioteca
"Petaquita de Leyen-das", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo IV: PICHI HUILQUI (Zorzalito)
Material compilado y revisado por la
educadora argentina Nidia Cobiella
050. anonimo (quechua)
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