La tribu Efac penetró en Guinea,
hace siglos, por las fronteras de Ebibeyín y de Mongomo. Poco a poco, como una mancha
de aceite, fue mezclándose con las otras tribus del país, quedando los núcleos
principales en los distritos antes mencionados.
Adjaba Edjo, ya desde pequeño,
capitaneando a los niños y adolescentes del poblado dio muestras de lo que iba
a ser más tarde.
A sus cuarenta años era todo un
hombre: apuesto, de cabeza proporcio-nada, pelo negro y ensortijado, frente
ancha y despejada, ojos negros como la noche y brillantes como dos estrellas,
nariz entre dos extremos, más bien ancha, dientes blancos como la espuma del
mar, torso robusto y bien proporcionado, brazos y piernas aptos para la lucha y
la fatiga; en una palabra, físicamente, reunía las cualidades del héroe.
Era inteligente, con mediana
cultura, y adiestrado en las artes de la guerra; de natural bondadoso y
acogedor. Cuantos acudían a él, fuesen o no familiares, en demanda de ayuda
experimentaban los efectos de su bondad. Por todo ello, era respetado y
escuchado de sus vecinos.
En cierta ocasión, una tribu nómada
avanzaba saqueando y asolando poblados. El eco de las tumbas alertó al poblado
de Adjaba Edjo del peligro que corría. Entonces los ancianos acudieron a Adjaba
Edjo y le dijeron:
-Varias personas armadas con
escopetas, flechas y machetes se acercan e intentan apoderarse del poblado. Te
nombramos jefe, para que organices la defensa.
-Acepto vuestro ruego -respondió
Adjaba Edjo- si cumplís con lo que os voy a pedir.
Así lo prometieron. Inmediatamente,
el nuevo jefe ordenó reunir a los enfermos, niños, ancianos y mujeres y rogó
que las protegieran en casas construídas con cortezas del Oñang, resistentes a
las aceradas lanzas y a las flechas envenenadas. Metieron comida y agua
suficiente para los días que podría durar el asedio.
Doce hombres de los más valientes
quedarían allí custodiando esos tesoros vivientes, que eran los que más amaban
y valían. Adjaba Edjo al frente de los demás hombres, capaces de luchar, se
escondieron a ambos lados del camino por donde penetraría el enemigo. Sonaron
varios disparos de los invasores; aladas flechas cruzaban los aires y se
clavaban en troncos y ramas de los árboles. El no encontrar abierta resistencia
les hacía sospechar.
La orden que Adjaba Ejdo había dado
a los suyos era: Dejad que el enemigo agote la pólvora y las flechas y luego
caed sobre ellos y hacedlos prisioneros. Sus previsiones se cumplieron. A una
señal convenida, los que estaban en el poblado y los emboscados cayeron sobre
los desprovistos atacantes y los derrotaron completamente.
Fue indescriptible la alegría con
que enfermos, niños, ancianos y mujeres recibieron a los vencedores. Los
regocijos por la victoria, a los que se asociaron muchos poblados vecinos,
duraron varios días. El nombre de ADJABA EDJO entró en el catálogo de los
inmortales de Guinea Ecuatorial.
111. anonimo (guinea ecuatorial)
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