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miércoles, 29 de agosto de 2012

San roldán y las dos moras

En tierras de Valdeorras se refieren infinidad de leyen­das y consejas. Es allí donde parecen pervivir mejor la memoria de las hazañas realizadas en Galicia y, en toda España por el gran emperador Carlomagno y por sus com­pañeros, los doce Pares de Francia, cuyas gestas refiere el Arzobispo Turpín en un libro que muchos suponen escrito en Galicia.
Pero de los Doce Pares de Francia, los que gozan de más favor desde luego, son Oliveros y Roldán, especial­mente éste que ha recibido por singular respeto no sólo el castellano «don» sino el más elevado «san». Como pala­dín de la cristiandad, el esforzado Roldán, es una especie de santo. En la historia que vamos a referir se le llama San Roldán.
Pues bien, San Roldán corrió toda la tierra de Valdeo­rras combatiendo a los infieles que temblaban ante la aproximación de su victoriosa espada; logró así expulsar­los de todo aquel país y los persiguió sin descanso en su retirada.
En una de sus cabalgadas los moros huyeron subiendo la sierra de la Encina de la Lastra y San Roldán los perse­guía montado en su caballo. Las últimas en escapar, a pie y descalzas, eran dos musulmanas ante cuya belleza quedó deslumbrado San Roldán, tanto que, codicioso por alcanzarlas, picó espuelas al bridón y las persiguió a rienda suelta; pero por más que galopaba no lograba darles al­cance.
Entonces San Roldán les gritó que no corriesen más, que no les haría ningún mal si querían esperarle. Pero sus exhortaciones no causaron el menor efecto en las moris­cas, antes bien, al escuchar sus palabras que el viento transportaba, más aprisa escapaban ellas.
Iban subiendo una empinada cuesta en lo alto dewla cual el camino se perdía de vista oculto en la ladera opuesta de la montaña. Las dos árabes estaban llegando al lugar en que se escondía el sendero, y él caballo de San Roldán cubierto de sudor, no podía ya alcanzarlas.
Entonces San Roldán les echó una maldición.
En el acto las dos moras quedaron convertidas en dos enormes piedras de seixo blanco, esto es, cuarzo o peder­nal, que aún se ven a uno y otro lado del camino en el lugar en que, desde la cuesta, va a dar la vuelta para esconderse en la ladera opuesta.
Y los siglos pasaron, pero las dos piedras blanquísimas, como sin duda era la piel de las dos hermosas y desconsi­deradas sarracenas, allí están como testigos de la hazaña de San Roldán y del mucho poder que tenía con Dios como defensor de la verdadera fe cristiana.

105 anonimo (galicia)

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