Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una
hanincol (comida de milpa) que hacen los maya con el objeto, unas veces, de
agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos. Había rogado a los hechicero
que me permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me
había negado a que me santiguaran: (santiguar es someter a una persona a
ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc.) En las ceremonias de las comidas
de milpa se admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me
resolví a todo y lo comuniqué al men. Así fue como logré concurrir a la comida.
Y ahora les narraré lo que ví; lo que oí no, pues fue todo en maya, idioma que
no entiendo.
La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista
Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta de un cerro de
roca viva.
El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera,
me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a caballo toda la noche
en que la Luna
plateaba los árboles y alumbraba el camino.
Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él,
llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro que me
saludó.
Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos
desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men quien me
recibió solícito, pero desconfiado.
¿Está resuelta a que le santigüen? -me preguntó.
El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso.
Sí le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a
romero y ruda.
Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el
hechicero contestó así mi interrogatorio.
-¿Por qué harán el hanincol?
-Para desagraviar a los dioses.
El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo,
señal del disgusto del Nohoch-Tat (Gran Señor).
Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos,
etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa donde el muchacho estaba
enfermo.
¿Quiere verlo?, me dijo.
Sí -le respondí.
En una hamaca estaba el joven calenturiento. El men le preguntó
por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído más que por la
fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men
sacó de su morral un bollo de pozole lleno de moho que de amarillo pasa a
verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.
Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen
en metates para hacer una bebida refrescante llamada sacab. Este se reparte
entre los que van a asistir a la ceremonia.
En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual
me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que diga, adonde iba a
efectuarse.
El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados.
Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos cocían maíz,
frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa
de estos tres productos, la cual recogían en bolas.
Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se
extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se forma una de
semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a
nueve.
Estos huahes (panes) se envuelven en las mismas hojas; uno de
ellos es más grande que los otros. Mientras esto se lleva a efecto, en la fosa
abierta se ha colocado gran cantidad de leña, que arde y calienta casi hasta
calcinar algunas piedras grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se
cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado).
En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a
preparar el chocó (caliente).
El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y,
seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes (panes) y de todos los
invitados, llega a la ardiente fosa. Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik,
xamán-can (vientos de oriente, del poniente, del sur y del norte; sed
benévolos). Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la
fosa, saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en
el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. La piedras extraídas se
acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble.
Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha
colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres velas grandes,
tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores,
dulces, cigarrillos, etc.
Se han llevado a la mesa los pavos y las gallinas condimentadas
y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el jugo de gallina y
pavos, etc.
El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de
gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malo y llama a los
buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz
cristiana aleja a los viento malos. como regalo a los buenos arroja a los
cuatro vientos jicaradas de miel y balché. Luego cae en éxtasis, oculta su
rostro entre las manos, y tomando enseguida el inciensario, marcha hacia la
fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y mucha manos de hombres destapan
la fosa, de donde extraen los huanes.
Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.
El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas
desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirviente aún y los depositan en el
caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se
prepara el chocó .
Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en
jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o despreciarlo.
Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro
gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son recogidos por
un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los
toquen, los lleva a la mesa y los riega con brebajes. Inmediatamente se toma a
todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con
las manos cruzadas sobre el pecho. El men les da balché dulce, chocó, cool,
dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca.
(Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer
con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos).
Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara
grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor, un gran trozo
de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al
Nohoch-Tat (padre o dueño de monte). El hechicero llega a la fosa y en el
centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás.
A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni
queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño de bosque tiene allá
su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus
cigarros.
Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma
en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la milpa, a sus hijos
y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la
comida terrenal. Todos comen, todos beben. El men viene a mí con una pierna de
pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de pavo.
Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos
árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la ceremonia. Era tal mi
proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me
salpicó el men cuando arrojó esos líquidos al aire.
Terminó la ceremonia -me dijo el men. El enfermo está curado.
Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha
gana.
Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder.
El muchacho obedeció la orden. Ya no tenía calentura, había recobrado la
salud.
En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado.
Había que reconocerlo.
Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y
fe de los descendientes de los xius y cocomes.
Me retiré pensativa. Soy
una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas
enfermedades gracias que ingieren frecuente-mente, las dosis de penicilina
que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal e sus
milpas.
¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la
acción de la medicina que le dio el men en el pozole?
Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la
peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño fantás-tico.
Leyenda tomada del libro
"El alma de Campeche en la leyenda maya" de Elsie Encarnación Medina
E.
069. anonimo (maya)
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