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miércoles, 29 de agosto de 2012

Leyenda de santa liberata

La antigua Balchagiam, hoy Bayona, bello rincón de la costa gallega, era sede de Lucio Catelo, régulo de Galicia y Portugal. Su esposa se llamaba Calcia y ambos eran idó­latras y enemigos de los cristianos.
Calcia tuvo en un solo parto nueve hijas, y pensando en este hecho extraordinario que por así serlo podía despertar sospechas de su esposo, sospechas de infidelidad natural­mente, mandó con el mayor secreto ya que él estaba ausente, que las nueve niñas fuesen arrojadas al río de la Ramallosa distante dos kilómetros de Bayona. La partera cogió a las neófitas y marchó dispuesta a cumplir la orden; pero a mitad de camino, movida a compasión por aquellas infelices criaturas, pensó salvarlas y, cambiando de rum­bo, se dirigió a un pueblecito próximo. En él dejó las niñas al cuidado de ciertas mujeres cristianas que se encargaron de criarlas. Se las bautizó de inmediato imponiéndoles los nombres de Genoveva, Liberata, Victoria, Eumelia, Ger­mana, Gemma, Marcia, Basilia y Quiteria. Las educaron en la fe cristiana y el temor de Dios y las nueve hermanas ofrecieron su virginidad al Señor.
En el siglo II una funesta persecución amenazaba a los cristianos extendiéndose hasta Balchagiarn. Los idólatras denunciaron a las santas vírgenes que fueron detenidas y llevadas a la presencia de Catelo. Este las amenazó con el suplicio si continuaban en el cristia-nismo; pero ellas no vacilaron ante las amenazas del régulo y contes-taron con firmeza que preferían mil veces la muerte antes que aban­donar la fe de Cristo. Catelo, impresionado ante la fortale­za de las niñas y encontrándoles un extraño parecido con su esposa, indagó su origen, y llamando a Calcia, las reco­noció como sus hijas. Se entabló entonces una lucha en, su corazón entre el amor de padre y la autoridad de juez: tenía ahora mayor empeño en convencerlas y les suplicó con todo cariño que se sacrificasen a los dioses; su madre in­tentó también con lágrimas persuadirlas, pero nada consi­guieron. El padre, enfurecido, renovó las amenazas conce­diéndoles un día de plazo para decidirse a adorar a los ídolos o morir. Las nueve hermanas convinieron en evitar el crimen de que fuese su propio padre quien las matara y escaparon de la ciudad cada una por diferente camino. Catelo mandó apresarlas y ocho de ellas fueron martiriza­das en diferentes sitios. Liberata se retiró a un yermo y allí se entregó a la oración y a la penitencia, alimentándose de raíces, y hierbas y macerando su cuerpo con toda clase de rigores; pero, como sus hermanas, llegó a ser descubierta por los gentiles que, atraídos por su belleza, la instigaban al pecado carnal siendo siempre rechazados por ella. Una vez capturada la obligaron a adorar á los dioses saliendo triunfante de esta prueba. Para intimidarla, le refirieron el martirio de sus ocho hermanas lo que la exaltó todavía más en el amor a Dios, y con alegría se entregó a sus verdugos. Fue sometida a varios tormentos, y por último, crucificada en Castraleuca, Lusitania, en el año 139.
Su cuerpo existía en la Catedral de Sigüenza y algunos de los huesos de su cabeza constaban en el sumario de la Cámara Santa de Oviedo.
Otra versión de Santa Liberata, o Wilgeforte, existe en el archivo de la Catedral de Beauvais. La hace hija de un rey de Portugal. Consagrada a Dios, es solicitada en matri­monio por el rey de Sicilia. Su padre la otorga y ella le pide al señor que le quite Su hermosura: una espesa barba le cubre el rostro, el pretendiente renuncia a ella y su padre, exasperado, la crucifica.

105 anonimo (galicia)


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