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miércoles, 29 de agosto de 2012

Leyenda del algarrobo

Levante es la tierra del algarrobo; crece hasta en lo más alto de sus sierras, siempre que éstas den la cara al mar. Todos los años da su fruto, más o menos abundante, pero siempre seguro. Este árbol singular tiene su leyenda.
Había una vez un labrador valenciano al que todo le salía mal. Llegó a perder la considerable hacienda que le dejaron sus padres, y un día, deses­perado, viéndose a punto de quedar sin nada, excla­mó con toda su alma:
-¡Me daría al Diablo!
Al momento apareció ante él un extraño ca­ballero. Iba vestido con gran cuidado.
-Aquí me tienes -exclamó. ¿Qué pides?
El campesino pidió oro, mucho oro; quería vol­ver a ser rico, mucho más rico de lo que nunca había sido. El Diablo se mostró dispuesto a satisfa­cer su deseo si, transcurrido cierto tiempo, le entre­gaba su alma, y le ofreció una bolsa de la que podría sacar cuanto dinero se le antojase. El labra­dor aceptó el trato y prometió entregar su alma cuando no hubiera algarrobas en el algarrobo.
Pasaron el invierno y la primavera. Nuestro hombre encontróse más rico de lo que nunca había soñado; disfrutaba alegremente de su riqueza, pero no olvidaba socorrer a los necesitados siempre que se llegaban a él. Vino agosto, y el calor hizo madurar las algarrobas. Cuando se hubo termina­do la recolección, el Diablo se presentó de nuevo. Pero no fue recibido con lamentos, como acontecía en ocasiones semejantes, sino con tan buen humor, que no pudo por menos de sentirse algo enfadado. Como el labrador no parecía darse por enterado de que había llegado el momento de entregarse, el Dia­blo le dijo que no quedaba por recoger una algarro­ba en toda la comarca. Comenzaron a discutir. Uno aseguraba que se había cumplido el tiempo convenido; el otro porfiaba en que no. Y como nin­guno daba su brazo a torcer, decidieron dar una vuelta por el campo.
-¿Ves cómo no ha quedado ninguna algarroba? -dijo el Diablo.
Y el hombre, señalando las tiernas algarrobas, las que brotan por San Juan, después que el árbol florece por la primavera, exclamó:
-Y eso ¿qué es? Cuando Dios quiera que un año no nazcan, ven por mí; pero mientras antes de madurar un fruto esté otro en camino, no se cum­plirá el pacto.
El Diablo, echando fuego por la boca, se marchó furioso, maldiciendo al árbol por el cual había sido engañado por primera vez.

107 anonimo (valencia)

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