Levante es la tierra del
algarrobo; crece hasta en lo más alto de sus sierras, siempre que éstas den la
cara al mar. Todos los años da su fruto, más o menos abundante, pero siempre
seguro. Este árbol singular tiene su leyenda.
Había una vez un labrador
valenciano al que todo le salía mal. Llegó a perder la considerable hacienda
que le dejaron sus padres, y un día, desesperado, viéndose a punto de quedar
sin nada, exclamó con toda su alma:
-¡Me daría al Diablo!
Al momento apareció ante
él un extraño caballero. Iba vestido con gran cuidado.
-Aquí me tienes
-exclamó. ¿Qué pides?
El campesino pidió oro,
mucho oro; quería volver a ser rico, mucho más rico de lo que nunca había
sido. El Diablo se mostró dispuesto a satisfacer su deseo si, transcurrido
cierto tiempo, le entregaba su alma, y le ofreció una bolsa de la que podría
sacar cuanto dinero se le antojase. El labrador aceptó el trato y prometió
entregar su alma cuando no hubiera algarrobas en el algarrobo.
Pasaron el invierno y la
primavera. Nuestro hombre encontróse más rico de lo que nunca había soñado;
disfrutaba alegremente de su riqueza, pero no olvidaba socorrer a los
necesitados siempre que se llegaban a él. Vino agosto, y el calor hizo madurar
las algarrobas. Cuando se hubo terminado la recolección, el Diablo se presentó
de nuevo. Pero no fue recibido con lamentos, como acontecía en ocasiones
semejantes, sino con tan buen humor, que no pudo por menos de sentirse algo
enfadado. Como el labrador no parecía darse por enterado de que había llegado
el momento de entregarse, el Diablo le dijo que no quedaba por recoger una
algarroba en toda la comarca. Comenzaron a discutir. Uno aseguraba que se
había cumplido el tiempo convenido; el otro porfiaba en que no. Y como ninguno
daba su brazo a torcer, decidieron dar una vuelta por el campo.
-¿Ves cómo no ha quedado
ninguna algarroba? -dijo el Diablo.
Y el hombre, señalando
las tiernas algarrobas, las que brotan por San Juan, después que el árbol
florece por la primavera, exclamó:
-Y eso ¿qué es? Cuando
Dios quiera que un año no nazcan, ven por mí; pero mientras antes de madurar un
fruto esté otro en camino, no se cumplirá el pacto.
El Diablo, echando fuego
por la boca, se marchó furioso, maldiciendo al árbol por el cual había sido
engañado por primera vez.
107 anonimo (valencia)
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