Netii apa netui erikitejo etii oltome shoo
neipoti inkulie ng'wesi...
Pasó el
tiempo y, tras la muerte de Tembo, el rey elefante, el león Simba se convirtió
en el rey de todos los animales.
Pero, al
no sentirse gobernados por un rey justo y bueno, pronto surgieron numerosas
querellas entre ellos. Todos pensaban: «¡Ojalá las cosas fueran como antes,
como cuando, Tunampenda Tembo era nuestro bienamado rey!»
A Simba
no le importaba demasiado lo que pensaran los animales: él era el rey y con eso
bastaba. Pero tenía que reconocer que, en el fondo, las palabras que le había
transmitido Tembo le habían dejado enormemente preocupado. Cuando esas ideas le
atormentaban trataba de alejarlas de su pensamiento, diciéndose: «No escuches a
ese viejo y tonto elefante. Tú eres el rey de los animales y eso es lo único
que importa». Ni siquiera intentaba administrar justicia en los conflictos que
surgían entre las criaturas de Enkai, pues sabía que todos añoraban a Tunampenda
Tembo, su anterior y querido rey. Todo aquello hacía que Simba fuese aún más
huraño y celoso.
Simba
reafirmaba su poder sobre los animales utilizando el miedo. Temible cazador,
había almacenado los huesos de todas sus víctimas en un cercado vigilado por dos
buitres, que eran sus esbirros. Simba disponía, además, de un poder mágico:
tenía el don de volar. Había conseguido tal supremo poder mediante un acuerdo
secreto con Watai, el jefe de los buitres. A cambio de los alimentos que le
proporcionaba Simba, Watai le concedió el privilegio de volar. Pero para ello
había tenido que privar al resto de los buitres de la posibilidad de utilizar
sus alas. El sortilegio perduraría mientras Simba continuase alimentando a
Watai, llevando sus presas al cercado y dejándole los despojos. Los huesos
simbolizaban el acuerdo entre Simba y Watai y todos tenían que estar enteros,
ninguno roto. Aquél era el reino de Simba.
Un día,
Simba salió de su cubil y se fue a cazar. Voló lejos, hacia las inmensas
llanuras de Enkai, donde los animales son presas fáciles.
Aprovechando
su ausencia, el jefe de los impalas, Swala, acompañado de los suyos, y Ngiri,
jefe de los facoceros, junto con todos los de su especie, se dirigieron a los
dominios de Simba. Los dos buitres intentaron impedirles el paso por todos los
medios, pero los impalas les amenazaron con su cornamenta y los facoceros les
embistieron. Los buitres se asustaron. Ngiri les habló así:
«¿Os
parece bien que Watai y Simba se repartan entre ellos lo que cazan, atemoricen
a los demás animales y a vosotros os prohíban volar, teniendo alas?»
Los
buitres no respondieron, asustados por los colmillos de los facoceros y los
cuernos de los impalas. Retrocedieron, dejándoles libre el paso al cercado. Al
ver la montaña de osamentas que allí había se encolerizaron tanto que se
lanzaron sobre ella, desparramándola toda. Y se pusieron a quebrar todos los
huesos con sus colmillos, pezuñas y cornamentas.
Los dos
buitres se aterrorizaron ante el estallido de cólera de los animales, pero aún
se asustaron más al pensar en la reacción de Simba cuando regresase. Decidieron
huir, aunque sabían que no podían ir muy lejos pues serían presas fáciles para
Simba, que podía volar. Corrieron, pues, lo más rápido que pudieron e,
instintiva-mente, batieron las alas como si quisieran echarse a volar.
Cuál no
sería su sorpresa cuando se elevaron por los aires. Fue porque los invasores,
al romper los huesos que había en el cercado, habían roto el sortilegio. Los
buitres, entusiasmados, describieron círculos muy altos en el cielo, por encima
de su antigua prisión.
Simba,
mientras tanto, se disponía a cazar. Había dormido mucho tiempo sobre unas
rocas a la sombra de una inmensa acacia y estaba listo para buscar su presa. Se
levantó, se sentó en lo más alto del roquedal y escrutó la sabana. Vio a lo
lejos un tropel de cebras y dio un salto para iniciar el vuelo.
Pero, en
lugar de elevarse por los aires, cayó pesadamente al suelo. Volvió a intentarlo
pero cayó de nuevo. Sorprendido por aquella inesperada dificultad, se agazapó
en el suelo de la sabana para acechar los movimientos de las cebras. Avanzó
unos pasos con el cuello estirado y todos sus músculos en tensión, evitando
siempre salir de la zona de las altas hierbas, que el viento ondulaba
suavemente. Pero las cebras, inquietas, percibieron el peligro y se alejaron al
galope. Demasiado perezoso para perseguir a sus presas, el león volvió sobre
sus pasos y regresó a su cubil.
Tardó
mucho en llegar a su guarida y cuando vio a lo lejos a los buitres dibujando
círculos en el cielo lanzó un terrible rugido. Fue a ver a Watai pero su
cómplice había desaparecido, temeroso de la reacción del león.
Entró en
su territorio y, por primera vez en su vida, privado de la magia, se sintió
débil y solo.
Cuando
llegó a su cercado vio a todos los animales dentro y los huesos rotos y
esparcidos por el suelo. Asustado por el gran número de animales y,
especialmente, por los temibles colmillos de los facoceros, dispuestos a
embestir, trató de huir. Pero éstos formaron un gran círculo a su alrededor
para que no pudiera escapar.
Swala
fue el primero en hablar:
-Simba,
has creado un reino de terror en la sabana. Poseías el supremo don de volar y
sólo lo has utilizado para acrecentar tu propio poder. Hoy, sin embargo, te ves
como nosotros, obligado a sobrevivir a ras del suelo. Eres nuestro rey, sí,
pero ¿de qué sirve un rey que no es amado? Tu poder no es grande, Simba, porque
el corazón de tus súbditos no lo reconoce. Hemos venido a decirte que no te
queremos, aunque nos preocupe quedar abandonados a nuestra suerte... ¡Ojalá las
cosas fuesen como antes, como cuando Tunampenda Tembo era nuestro bienamado
rey!
-¡Te
prohíbo que digas eso, Swala! -rugió Simba-. Tembo ya no es el rey. El rey soy
yo.
-Sí,
Simba, pero tú nunca has hecho nada por los animales. Al contrario, siempre has
utilizado tu fuerza sólo para atemorizarnos. Pero Enkai ve todo lo que pasa en
sus vastas llanuras y un día sabrá castigar tu crueldad.
Después
de esto, los animales se fueron y dejaron solo a Simba ante los huesos rotos y
su menguado poder.
Pasó el
tiempo y Simba reflexionó sobre las palabras de Tembo. Aún resonaba en sus
oídos la voz del viejo elefante: «Lo que es bueno para ti, Simba, es bueno para
todos. Y lo que es malo para ti es malo para todos. He aquí mi secreto. Ahora
vete y sé digno de las criaturas de Enkai», recordó Simba.
Simba
partió entonces en busca de los animales. Se sentía muy solo, necesitaba
amigos. Se encontró con Ng'aa, el guepardo, que dormitaba bajo un árbol.
-Buenos
días, Ng'aa -dijo Simba.
-No
quiero hablar contigo, Simba, porque cuando voy de caza tú esperas
tranquilamente a que atrape mi presa y luego me la robas. Sigue tu camino, no
quiero verte.
Simba se
fue. Luego se encontró con Ngiri, el facocero, y le dijo:
-Buenos
días, Ngiri.
-Vete,
Simba, o te embisto con mis colmillos aunque arriesgue la vida en ello. No
deseo tu compañía.
Simba
siguió adelante, cada vez más triste. Más allá vio a Kanzu, la cebra. Le dijo:
-¡Buenos
días!
Pero
Kanzu, asustada, dio media vuelta y se internó a toda velocidad en la sabana.
«Esto es
lo que provoco en los animales», pensó lleno de tristeza. «Nadie quiere hablar
conmigo».
Entonces
Simba escaló la montaña la sagrada Oldoinyo Lengai y le habló al Creador:
-Enkai
-le dijo, vengo a verte para decirte que quiero ser un buen rey.
-Para
eso, Simba, deberías comportarte como tal... Y, por lo que he visto, no lo
haces -dijo Enkai.
-Tienes
razón, Enkai, me he portado mal. Lo lamento de veras. ¿Qué crees que puedo
hacer? -preguntó el león.
-Debes
escuchar a tu corazón, Simba, y hacer lo que te parezca más justo. Pero,
sabiendo cómo has actuado antes, no van a creer fácilmente en ti -respondió
Enkai.
-Puede
que sea demasiado tarde -dijo Simba, suspirando.
-Es
demasiado tarde siempre que se decide que es demasiado tarde. ¿Decides que es
demasiado tarde, Simba? En tal caso, nada puedo hacer por ti. Ni tú mismo
puedes -dijo Enkai con voz tronante.
-No, no
es demasiado tarde, Enkai, puesto que si el sol se levanta cada día, cada día
hay una nueva posibilidad. Quiero ser un buen rey. ¿Qué tengo que hacer?
-preguntó Simba.
-Tienes
que recordar el secreto de Tembo... -dijo Enkai.
-«Lo que
es bueno para mí es bueno para todos. Y lo que es malo para mí es malo para
todos». Ése es el secreto de Tembo. Seré digno de tus criaturas, Enkai -prometió
Simba.
-Tus
buenas intenciones son muy hermosas, Simba, pero veremos si logras llegar a ser
un buen rey. A veces es más fácil llegar a ser buen rey que mantenerse como
tal. No engañes a los animales y ellos, al igual que fueron fieles a Tembo,
también te serán fieles si les amas y eres justo. Pero has hecho que reine el
terror en mis tierras, has intentado tomar el lugar de Tembo comportándote con
maldad y así los demás animales, e incluso los hombres, han aprendido a
temerte. Y como los hombres no tienen un corazón tan puro como los animales,
pues matan por placer, por vanidad, por aburrimiento o por pasar el tiempo,
para ellos serás por siempre el símbolo de la fuerza y querrán medirse contigo
y apoderarse de tu hermosa melena. Querrán matarte, sí; y tú aprenderás a tener
miedo, exactamente el mismo miedo que has engendrado en los animales
acosándolos día y noche, sin darles el menor respiro, para sentirte más
poderoso. Sé uno de los tuyos, Simba: aprende a amar a los demás, a ser justo y
no olvides el secreto de Tembo.
Simba
bajó de la montaña sagrada e intentó acercarse a los animales. Pero éstos le
rehuían y permaneció solo. Después conoció el miedo, un miedo que le hacía
esconderse de sus perseguidores, guerreros con túnicas rojas armados con lanzas
y deseosos de arrebatarle la vida. Simba, oculto en un rincón perdido de la
sabana, sin atreverse a hacer el menor movimiento, reflexionaba.
Pasado
algún tiempo, salió por fin de su ~ escondrijo y fue a visitar a Swala, el jefe
de los impalas.
-Swala
-dijo Simba, quiero hablar contigo.
-¿Qué
quieres de mí, Simba? ¿Vienes a jugarme alguna mala pasada? -le preguntó Swala.
-No,
Swala, vengo como amigo. He conocido el miedo, pues me acosan los hombres, y he
comprendido lo que Tembo me dijo antes de morir. He conocido también el hambre
porque, deseando mostrar mi arrepentimiento con las criaturas de Enkai, no he
vuelto a cazar.
Enkai ha
dicho que todos los seres han sido creados para vivir juntos. Pero yo no puedo
vivir si no puedo comer, y mis fuerzas se están acabando. Esto es lo que te
propongo, Swala: para que tú y los tuyos podáis vivir sin sentir miedo en cada
instante de vuestra vida, cazaré sólo a la puesta del sol. Así os podréis mover
por la sabana a lo largo de todo el día y de la noche sin temer por vuestras
vidas. ¿Qué dices a eso, Swala? Será nuestro secreto, el secreto de los impalas
y de Simba.
-Has
cambiado, Simba -respondió Swala. Puesto que Enkai te ha creado de forma tal
que necesitas cazar para sobrevivir, no puedo pretender que seas lo que no
eres. Acepto tu proposición, Simba. ¿Pero qué deseas tú a cambio?
-Sólo
quiero lo que todos necesitamos: cariño, amistad. También quiero ser un buen
rey, un rey bienamado, como Tunampenda Tembo.
-Necesitarás
tiempo, Simba, para convencernos de ello; pero si tus palabras son verdaderas y
si escuchas a tu corazón, puede que llegues a ser el rey de la sabana, el
guardián de la vida en las llanuras, aquél que logra hacer el bien porque ha
sido capaz de hacer el mal.
Fuente: Anne W. Faraggi
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