Una de las
leyendas guaraníes más antiguas, en los palmares de Entre Ríos y Corrientes
-especialmente en los aledaños a los esteros del Iberá y Santa Lucía- todavía
menciona al ahó-ahó, un
espíritu malévolo que aún mantiene plena vigencia en la región.
Como en
todos los casos de los mitos y leyendas populares, existen casi tantas
versiones como narradores las cuentan; la presente ha sido extraída de una
publicación del departamento de Cultura de la Universidad Nacional
del Litoral, firmada por un señor Sofanor Villagrán, de quien,
desafortunadamente, no he logrado obtener más datos.
Según al autor, quien alega haber recogido los datos
durante diversos trabajos antroposociológicos en la región del Iberá, los ahó-ahó -porque eran muchos, y no uno
solo, como en el caso de la mayoría de los personajes míticos- eran monstruos
mitad puma y mitad jaguar, aunque con una enorme y engañosa cabeza de oveja y
con el cuerpo completamente cubierto de lana, como el mencionado ovino.
El ahó-ahó merodea por las noches, por las
proximidades de los palmares, y mata sin piedad a todo aquel animal o persona
que se cruce en su camino. Para ello se vale de sus poderosas y enormes
garras, similares a las de un yaguareté,
con las que despedaza a sus víctimas. Sin embargo, en la mayoría de los casos
no se limita a matarlos, sino que también los devora, sin dejar más que las
ropas o los dientes.
Siempre según la leyenda, la única salvación contra
los ahóahó es subirse a una palmera, porque estos árboles tienen porá y las garras del espíritu no
pueden dañarlo. No sucede lo mismo, en cambio, con otros árboles, incluso el timbó o el quebracho que, a pesar de
tener una madera muy dura, el ahó-ahó
los derriba fácilmente con sus enormes garras, y la víctima es inmediatamente
devorada. Además, estos monstruos no pueden ser atacados con arma alguna, pues
las balas no los penetran y las hojas de los facones resbalan inofensivamente
por su piel. Por el contrario, si la afortunada víctima atina a trepar a una
palmera, el ahó-ahó se aleja sin atreverse a profanarla, ahuyentado por el porá
del árbol.
Otra versión de esta leyenda asegura que los ahó-ahó
eran polimorfos, es decir que podían cambiar de forma a voluntad, aunque, por
lo general, aparecían como unos horrendos enanos negros, antropófagos, con
grandes y aceradas garras que empleaban para destrozar a los indios
desprevenidos, para comérselos. Según esta interpretación, los monstruos vivirían
en el agua, debajo de los camalotes, y saldrían al oír pasos, para aferrar al
incauto con sus garras y arrastrarlo hacia las profundidades.
No obstante, según Villagrán, Juan B. Ambrosetti,
especialista en leyendas litoraleñas, considera que los ahó-ahó fueron
personajes míticos creados por los misioneros jesuitas para que los indígenas
no desertaran, escapando de las misiones del Alto Paraná, y se perdieran en la
selva o fueran devorados por los yaguaretés, por aquel entonces muy numerosos,
o ultimados por los indios cerriles.
Pero lo cierto es que actualmente, los nativos y la
gente de campo en general aún le temen al monstruo de la selva, el devorador
de hombres, y se cuentan casos de personas que han vuelto aterradas de una
caminata por la selva, por haber tenido que escapar de las garras de un
ahó-ahó.
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