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lunes, 4 de noviembre de 2013

El ciclo de las calamidades

El carancho les anunció que la tierra iba a ser quemada porque un gran fuego, originado por un obrar divino, se acercaba. Tiempo después, y ante la urgencia de la catástrofe, les comunicó que por desgracia no tenían escapatoria porque aunque poseyeran alas, no habían sido hechos para entrar al cielo, y además, aseguraba que las llamas también alcanzarían el firmamento.
Los tobas lloraron. De noche, el fuego fulgurante encandilaba la vista. Estaba cerca pero nadie sabía cuándo llegaría a la tierra toba.
Pasaron varios años y, finalmente, el ardiente calor arribó anunciado por la aparición de tigres y aguará‑guazúes[1] cerca del caserío. Un jabalí huía entonando estrofas de una canción de lamento:
"Ya estoy cerca de aquella orilla, ya estoy cerca, ya estoy cerca, cerquita estoy."
Y cuando arribó al poblado les comunicó que estaba tratando de escapar pero que era muy difícil, y continuó su marcha. Lo siguió un aguará‑guazú, y más tarde un ciervo, lamentándose con una canción. El mensaje se reiteraba: no había salida de aquel desastre.
De repente, alguien llegó con un plan de supervivencia: debían cargar bolsos con tierra para refugiarse bajo la superficie y cubrirse antes de que el fuego los alcanzara. Así lo hicieron varios, pero los que permanecieron en la superficie, sin resguardo, murieron quemados.
La catástrofe pasó, pero de inmediato se inició una fuerte lluvia. El agua aprisionó la tierra y, atrapados, permanecieron ocultos. El carancho se aventuró a averiguar qué pasaba arriba, imaginando que el monte había desaparecido. Lentamente se asomó sin atreverse a mirar. Unos momentos después abrió los ojos y comprobó que todo era uno: cielo y tierra se confundían por la ceniza acumulada.
Al bajar, les advirtió a todos los sobrevivientes que no debían levantar la vista ni observar enseguida, para evitar ser víctimas del dolor y transformarse en animales. Los que no obedecieron sufrieron los augurios: fueron convertidos en ciervos, avestruces y otras especies pequeñas. Dos mujeres solteras abandonaron el pueblo bajo el aspecto de osos hormigueros y perpetuaron su género exclusivo en ellos.
Al carancho no le pasó nada malo, no obstante, no lograba tener descendencia. Pensó en la bondad del creador y la capacidad de brindarle hijos. Entonces recibió una mujer y un pequeño varón del creador, quien le advirtió que debía enseñarle a ella a no temer por sus futuros dos hijos. Chiiquí calló hasta que su mujer quedó embarazada: dio a luz dos mellizos de diferente sexo y aprendió a cuidarlos sin miedo.
Las familias fueron creciendo y dispersándose en comunidades.
Cierto tiempo después, se repitió el anuncio del fuego. Cerca de la catástrofe, un hombre inició una excavación para salvar al pueblo, pero pocos podían comprender el sentido de sus actos. Solo algunos, los entendidos, confiarían en el refugio que estaba construyendo. Los demás, incrédulos, sufrirían.
La tierra, dos veces quemada, volvió a recobrar vida. Las parejas siguieron reproduciéndose y su número aumentó.

0.056.3 anonimo (toba)


[1] Mamífero parecido al zorro.

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