El carancho les anunció que la tierra iba a ser
quemada porque un gran fuego, originado por un obrar divino, se acercaba.
Tiempo después, y ante la urgencia de la catástrofe, les comunicó que por
desgracia no tenían escapatoria porque aunque poseyeran alas, no habían sido
hechos para entrar al cielo, y además, aseguraba que las llamas también
alcanzarían el firmamento.
Los tobas lloraron. De noche, el fuego fulgurante
encandilaba la vista.
Estaba cerca pero nadie sabía cuándo llegaría a la tierra
toba.
Pasaron varios años y, finalmente, el ardiente calor
arribó anunciado por la aparición de tigres y aguará‑guazúes[1]
cerca del caserío. Un jabalí huía entonando estrofas de una canción de lamento:
"Ya estoy cerca de aquella orilla, ya estoy
cerca, ya estoy cerca, cerquita estoy."
Y cuando arribó al poblado les comunicó que estaba
tratando de escapar pero que era muy difícil, y continuó su marcha. Lo siguió
un aguará‑guazú, y más tarde un ciervo, lamentándose con una canción. El
mensaje se reiteraba: no había salida de aquel desastre.
De repente, alguien llegó con un plan de
supervivencia: debían cargar bolsos con tierra para refugiarse bajo la
superficie y cubrirse antes de que el fuego los alcanzara. Así lo hicieron
varios, pero los que permanecieron en la superficie, sin resguardo, murieron
quemados.
La catástrofe pasó, pero de inmediato se inició una
fuerte lluvia. El agua aprisionó la tierra y, atrapados, permanecieron ocultos.
El carancho se aventuró a averiguar qué pasaba arriba, imaginando que el monte
había desaparecido. Lentamente se asomó sin atreverse a mirar. Unos momentos
después abrió los ojos y comprobó que todo era uno: cielo y tierra se
confundían por la ceniza acumulada.
Al bajar, les advirtió a todos los sobrevivientes
que no debían levantar la vista ni observar enseguida, para evitar ser víctimas
del dolor y transformarse en animales. Los que no obedecieron sufrieron los
augurios: fueron convertidos en ciervos, avestruces y otras especies pequeñas.
Dos mujeres solteras abandonaron el pueblo bajo el aspecto de osos hormigueros
y perpetuaron su género exclusivo en ellos.
Al carancho no le pasó nada malo, no obstante, no
lograba tener descendencia. Pensó en la bondad del creador y la capacidad de
brindarle hijos. Entonces recibió una mujer y un pequeño varón del creador,
quien le advirtió que debía enseñarle a ella a no temer por sus futuros dos
hijos. Chiiquí calló hasta que su mujer quedó embarazada: dio a luz dos
mellizos de diferente sexo y aprendió a cuidarlos sin miedo.
Las familias fueron creciendo y dispersándose en
comunidades.
Cierto tiempo después, se repitió el anuncio del
fuego. Cerca de la catástrofe, un hombre inició una excavación para salvar al
pueblo, pero pocos podían comprender el sentido de sus actos. Sol o algunos, los entendidos, confiarían en el
refugio que estaba construyendo. Los demás, incrédulos, sufrirían.
La tierra, dos veces quemada, volvió a recobrar
vida. Las parejas siguieron reproduciéndose y su número aumentó.
0.056.3 anonimo (toba)
[1] Mamífero parecido al zorro.
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