Lhoo apa nepuo ilmurran ilpali npuo onya
inkiri. Ore apa ilmurrart lormaasai naa intim apa naa lakua irzasie intiri
nelakuanikisü ingonyek oo ngariak...
A
comienzos de la estación seca, un grupo de guerreros se reunió en el bosque
para hablar de lo último que había acaecido en la sabana y para compartir su
comida. Siempre, en estas importantes reuniones, montaban el campamento junto a
algún curso de agua para saciar la sed.
Un día,
paseaba un guerrero del clan Ilmolelian cuando se encontró con un muchacho que
iba solo.
-¿Qué
haces solo en el bosque? -le preguntó el guerrero.
-He
venido a las tierras masai porque pretendo vivir con los más valientes de los
hombres y porque espero conseguir que me adopte un hombre que desee tener un
hijo -respondió el muchacho.
-No
puedes quedarte solo en el bosque -contestó el guerrero. Sígueme hasta nuestro
campamento.
El
muchacho siguió al guerrero por el bosque y la sabana. Al llegar al campamento,
éste contó a sus amigos, que estaban preparando la comida, en qué
circunstancias había encontrado al muchacho. Uno de los guerreros le preguntó
al joven:
-¿Es
cierta esa historia? ¿Qué hacías tú solo en el bosque?
Y obtuvo
idéntica respuesta.
Uno de
los guerreros, perteneciente al clan Laiser, decidió tomarlo como hijo. Esa
noche, al ponerse el sol, contó al chico la historia de su pueblo, de sus
padres y de sus jefes. Al cabo de algunos días, el muchacho, deseoso de ser
útil, expresó su deseo de ir a buscar agua para todo el campamento. Pero los
guerreros le explicaron que la fuente estaba demasiado alejada y que el
recipiente era muy pesado para un muchacho pues sólo entre dos guerreros, y de
los más fuertes, podían acarrear la vasija del agua. Además, el día estaba
acabando y no había posibilidad alguna de ir y regresar antes de que cayese la
noche.
Pero el
niño insistió y los guerreros le dejaron partir, convencidos de que no tardaría
en desistir y de que regresaría enseguida.
Sin
embargo, poco tiempo después le vieron llegar portando la pesada vasija llena
de agua. Admirado de su hazaña, su padre adoptivo le preguntó:
-¿Pero
dónde has encontrado agua?
-En el
lugar donde el agua me estaba esperando, padre.
-¿Pero
estaba donde te habíamos explicado o has ido a otro lugar?¿Y cómo has
conseguido traer este cántaro tan pesado?
-He
traído el agua al campamento y su origen no importa. Lo importante es el agua
-respondió el muchacho, con pocas ganas de decir nada más.
Al día
siguiente el muchacho decidió ir de nuevo a buscar agua y partió hacia el
bosque. Cuando estaba rodeado de árboles comenzó a cantar: «¡Oh!¡Por mi padre y
por mi madre, acércate a mí!»
Enseguida
se abrió un agujero en el suelo y de él comenzó a brotar agua. El niño llenó el
cántaro y volvió al campamento. Los guerreros se quedaron de nuevo muy
sorprendidos.
Al día
siguiente, cuando el niño salió, le siguieron dos guerreros sin hacer ruido.
Pero, nada más ponerse en marcha, el muchacho desapareció súbitamente y sólo
pudieron verle pasado un tiempo y cargado con la vasija llena de agua.
Regresaron al campamento e informaron a sus amigos de que el niño no había ido
a buscar el agua a la fuente de siempre.
A la
mañana siguiente, partió de nuevo hacia el bosque y los guerreros le volvieron
a seguir, escondiéndose entre los árboles. Cuando el niño reapareció, esperaron
a que regresara al campa-mento y se dirigieron al lugar donde había
desaparecido. Descubrieron que, justo allí, estaba la hierba muy verde y muy
alta en tanto que, a su alrededor, la llanura seguía amarillenta y seca.
-Es un
milagro... -dijeron de regreso al campamento.
Al día
siguiente, acabado el olpul, los guerreros volvieron con sus familias.
El
guerrero laiser se llevó al muchacho con él y le instaló en la casa de sus
padres. Contó a todo el poblado lo que había pasado. Nadie se lo podía creer y
fueron a ver los lugares donde se había producido el milagro para ver si era
cierto que allí la hierba estaba tan verde.
Bien
pronto el niño se distinguió por sus capacidades adivinatorias y por su lucidez
para elegir los itinerarios por los que conducir a los animales. Cuando llevaba
el ganado a pacer, las bestias regresaban siempre bien saciadas de agua y
alimentos. Si le preguntaban dónde había encontrado agua respondía que había
muchos pequeños lugares donde se podía encontrar agua procedente de las
lluvias.
El
muchacho creció, confirmó sus excepcionales dotes y su familia le dio el nombre
de Lumeya (Ol-le-Mweiya).
Se
convirtió en el primer Laibon del pueblo masai y fue consejero en las reuniones
de guerreros que se organizaban antes de entrar en guerra.
Hizo una
caja mágica a la que llamó Enkidong, por lo cual sus descen-dientes llevaban el
nombre familiar de Kidongy. Su hijo, Lesikiariashi, su nieto Kipepete, así como
su biznieto Parinyombe, fueron prestigiosos Laibones. El descendiente de
Parinyombe, Sitonik, cuyo hijo primogénito Supeet cedió la urna mágica a
Mbatian, fue uno de los más célebres jefes de la historia de los masai. Todos
fueron una saga de sanadores, especialmente Lenana, hijo de Mbatian.
Fuente: Anne W. Faraggi
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