Translate

lunes, 4 de noviembre de 2013

La creación según los guaycurúes

La presente versión de esta cosmogonía me fue narrada personalmente, en una reservación sobre la margen del río Tucá, no lejos de Resistencia, Chaco, por un shamán kom (toba).
Cabe destacar que la narración debió ser extractada, debido a su excesiva longitud, que excedía las posibilidades de este libro, pero, al hacerlo se decidió mantener lo más posible el tono y la sintaxis de la versión original.

Hubo un tiempo en que la tierra estaba encima, el cielo abajo y, entre los dos, la zona por la cual los vientos jugaban a perseguir a las nubes. Por encima de la tierra, es decir el campo, la selva y las montañas, estaba el bajo tierra, que son las cuevas y los hoyones. Y por encima del agua, o sea los ríos, los lagos y los bañados estaba el bajo agua, de donde se sacaban los peces para comer. Todo alrededor estaba rodea­do de aire, y a lo lejos, estaba el fuego, que a veces se acerca­ba en forma de rayos y quemaba los bosques y los pastos.
Por debajo, en el cielo, vivían los dioses y las diosas, pe­ro era tanta la suciedad que caía, que ellos se quejaron y pidieron que se dieran vuelta los dos niveles. También ha­bía un árbol muy grande, que unía todos los mundos; como corresponde a todo árbol, las raíces estaban en la tierra y las ramas en el mundo de la abundancia. Y cuando los mun­dos se dieron vuelta, quedó como están ahora todos los árboles, con las raíces en la tierra, el tronco en la zona del viento y la copa en lo que antes era el mundo de la abundancia de abajo.
Los hombres subían por el tronco y las ramas hasta lle­gar arriba, al mundo de la abundancia, a buscar comida y bebida, porque había de todo allá arriba. Así que subían y bajaban, y traían de todo, para ellos y para los que no po­dían ir a buscar.
Pero un buen día (o mejor un mal día) no cumplieron con la tradición solidaria, no entregaron las mejores presas a quienes no podían andar arriba-abajo; no dieron nada a los viejos y a los enfermos. Así que los ancianos se quejaron a los dioses y llegó el Gran Fuego y quemó todo. El joven Car­yé fue atacado por el Jaguar del Cielo y sus trozos cayeron so­bre la tierra, incendiándola.
Fue entonces que se quemó el Gran Árbol y algunos se quedaron en el mundo de arriba; esos son los dapitchí, que tomaron forma de estrellas y ahora cazan en la Ñandú-atí. Abajo, sólo se salvaron unos pocos, los honestos y respetuo­sos, que hicieron pozos muy hondos o se metieron en cuevas bajo tierra, pero desde entonces toda procura de alimento hubo que hacerla aquí nomás, en este mundo.
Por eso los seres humanos pertenecen a la tierra, porque salieron por el agujero del escarabajo. Pero al poco tiempo todo volvió a corromperse; los hombres de nuevo guerreaban entre sí y los dioses, ofendidos, mandaron la Gran Agua, que ahogó a todos y a todo, excepto unos pocos que no habían he­cho enojar a los dioses, y éstos les avisaron que se subieran a las montañas para escapar a la inundación.
Y cuando volvieron, tuvieron que empezar un mundo nue­vo, porque el de antes había desaparecido; entonces Kanyú encontró una semilla de molle, hizo un hoyo con el pico y la enterró, y así comenzó otra época de paz y tranquilidad para los hombres.
Pero tampoco duró mucho. De nuevo los hombres y muje­res empezaron a pelear entre ellos y a devorar a sus propios hijos. Antuk, sobrina de Caryé, que es una mujer vieja y gor­da en verano, pero se convierte en una joven esbelta y hermo­sa en invierno, se negó a seguir recorriendo el cielo, por lo que se hizo la Gran Noche y todo se congeló y se cubrió de hielo.
Otra vez murió todo; los animales, las plantas y, por su­puesto, todos los humanos que habían ofendido de nuevo a los dioses. Hasta que un joven kom, de nombre Cháléke, so­ñó con el día y su canto, acompañado por un birimbao, hi­zo que la Sol volviera a salir y recomenzara otra vez la vida. Esta cuarta humanidad es la de los guaycurúes: los kom, los kom-pi y los mok'oit, pero también es la de los hombres blancos.

0.015.3 anonimo (argentina) - 027

No hay comentarios:

Publicar un comentario