La presente
versión de esta cosmogonía me fue narrada personalmente, en una reservación
sobre la margen del río Tucá, no lejos de Resistencia, Chaco, por un shamán kom
(toba).
Cabe
destacar que la narración debió ser extractada, debido a su excesiva longitud,
que excedía las posibilidades de este libro, pero, al hacerlo se decidió
mantener lo más posible el tono y la sintaxis de la versión original.
Hubo un tiempo en que la tierra estaba encima, el cielo
abajo y, entre los dos, la zona por la cual los vientos jugaban a perseguir a
las nubes. Por encima de la tierra, es decir el campo, la selva y las montañas,
estaba el bajo tierra, que son las cuevas y los hoyones. Y por encima del agua,
o sea los ríos, los lagos y los bañados estaba el bajo agua, de donde se
sacaban los peces para comer. Todo alrededor estaba rodeado de aire, y a lo
lejos, estaba el fuego, que a veces se acercaba en forma de rayos y quemaba
los bosques y los pastos.
Por debajo, en el cielo, vivían los dioses y las
diosas, pero era tanta la suciedad que caía, que ellos se quejaron y pidieron
que se dieran vuelta los dos niveles. También había un árbol muy grande, que
unía todos los mundos; como corresponde a todo árbol, las raíces estaban en la
tierra y las ramas en el mundo de la abundancia. Y cuando los mundos se dieron
vuelta, quedó como están ahora todos los árboles, con las raíces en la tierra,
el tronco en la zona del viento y la copa en lo que antes era el mundo de la
abundancia de abajo.
Los hombres subían por el tronco y las ramas hasta llegar
arriba, al mundo de la abundancia, a buscar comida y bebida, porque había de
todo allá arriba. Así que subían y bajaban, y traían de todo, para ellos y para
los que no podían ir a buscar.
Pero un buen día (o mejor un mal día) no cumplieron
con la tradición solidaria, no entregaron las mejores presas a quienes no
podían andar arriba-abajo; no dieron nada a los viejos y a los enfermos. Así
que los ancianos se quejaron a los dioses y llegó el Gran Fuego y quemó todo.
El joven Caryé fue atacado por el Jaguar del Cielo y sus trozos cayeron sobre
la tierra, incendiándola.
Fue entonces que se quemó el Gran Árbol y algunos se
quedaron en el mundo de arriba; esos son los dapitchí, que tomaron forma de estrellas y ahora cazan en la Ñandú-atí. Abajo, sólo se salvaron unos
pocos, los honestos y respetuosos, que hicieron pozos muy hondos o se metieron
en cuevas bajo tierra, pero desde entonces toda procura de alimento hubo que
hacerla aquí nomás, en este mundo.
Por eso los seres humanos pertenecen a la tierra,
porque salieron por el agujero del escarabajo. Pero al poco tiempo todo volvió
a corromperse; los hombres de nuevo guerreaban entre sí y los dioses,
ofendidos, mandaron la Gran
Agua , que ahogó a todos y a todo, excepto unos pocos que no
habían hecho enojar a los dioses, y éstos les avisaron que se subieran a las
montañas para escapar a la inundación.
Y cuando volvieron, tuvieron que empezar un mundo nuevo,
porque el de antes había desaparecido; entonces Kanyú encontró una semilla de molle, hizo un hoyo con el pico y la
enterró, y así comenzó otra época de paz y tranquilidad para los hombres.
Pero tampoco duró mucho. De nuevo los hombres y mujeres
empezaron a pelear entre ellos y a devorar a sus propios hijos. Antuk, sobrina de Caryé, que es una
mujer vieja y gorda en verano, pero se convierte en una joven esbelta y hermosa
en invierno, se negó a seguir recorriendo el cielo, por lo que se hizo la Gran Noche y todo se
congeló y se cubrió de hielo.
Otra vez murió todo; los animales, las plantas y, por
supuesto, todos los humanos que habían ofendido de nuevo a los dioses. Hasta
que un joven kom, de nombre Cháléke,
soñó con el día y su canto, acompañado por un birimbao, hizo que la
Sol volviera a salir y recomenzara otra vez la vida. Esta
cuarta humanidad es la de los guaycurúes: los kom, los kom-pi y los mok'oit,
pero también es la de los hombres blancos.
0.015.3 anonimo (argentina) - 027
No hay comentarios:
Publicar un comentario