Hace más de cincuenta años, en el
viejísimo pueblo de Rabinal, nació un muchachito que se llamaba Chema López.
Cuando era pequeñito, de tres
semanas, de cuatro semanas, se pasó cinco días, seis días sin llorar, ni comer,
ni mojar los pañales. Se puso amarillo como un muñequito de cera y se le hinchó
la barriga. Entonces sus padres mandaron llamar a la abuelita Luna, que iría en
las alturas del Volcancillo Tuncaj, y ella vino, le pinchó el ombligo con una
espina de naranjo, lo bañó en agua con pétalos de flores de siete colores y lo
alimentó con chilate, que es el más fino de todos los atoles[1]
de maíz.
Chema creció y vivió entre la milpa[2],
allá en el pueblo de Rabinal. Creció entre pájaros y ardillas, como los demás
patojos "chinitos" y espinudos que cada mañana salen a la orilla del
camino para ver pasar los camiones del "enganchador", el contratista
que lleva peones a las plantaciones de la costa sur.
Creció el muchacho "en tiempos
de Poncio Pilato[3]...
viendo injusticias, apuntando los nombres y señales de las víctimas, y todo eso
lo guardó su corazón de niño campesino. Se hizo amigo del silencio y lo
observaba todo con sus ojos negros.
En Rabinal hay un cerro encantado
llamado Cakyup. En el cerro hay una cueva. A la entrada de la cueva vive una
culebra inmensa, vieja y sholca[4],
que tiene la misión de no permitir la entrada a nadie, salvo a unos cuantos
muchachos escogidos, una vez cada cien años.
La culebra mandó al pájaro
Cuatrojos a buscar a Chema López, pues tenía que darle un mensaje muy
importante. Cuando el pájaro encontró al muchacho, se valió de mil engaños para
atraerlo al cerro encantado. Poco a poco se lo fue llevando, con cantos
maravillosos, vuelos rasantes y provocadores, como diciéndole: “Atrápame si
puedes"... ¡Y así fue!
En el preciso instante en que Chema
lograba capturar al pájaro, la tierra se abrió bajo sus pies y el muchacho fue
a caer frente a la enorme serpiente. Aún estaba aturdido por el golpe y la
caída repentina, cuando oyó que ella le hablaba, pero sólo pudo entender las
últimas palabras:
-... y no te preocupes, sé que eres
un muchacho muy inteligente; si además eres valiente, yo te enseñaré muchas
cosas que jamás olvidarás.
Y en seguida lo condujo por una
complicada red de galerías subterráneas, túneles de tacuasín[5]
y vericuetos de conejo, hasta que llegaron debajo de un maizal sembrado en la
inclinada ladera de la montaña. Chema vio con asombro que las raíces de la
milpa crecían como cabelleras sobre las calaveras de los antepasados. Alguien
menos valiente que el muchacho quizás se habría horrorizado, pero él no dio
muestras de miedo ni mucho menos.
Antiguamente -dijo muy complacida
la serpiente-, nadie sembraba milpas en la montaña, sino en las llanuras; pero
vinieron hombres extraños que derrotaron a los antepasados y, poco a poco, se
fueron adueñando de las mejores tierras, de los ríos y los lagos, de los
nacimientos de agua y...
La serpiente interrumpió su plática
porque Chema se distrajo viendo el mundo desde el interior de la montaña, a
través de un agujerito redondo como un tragaluz que, probablemente, servía de
nido a un gavilán. Se podían distinguir claramente las laderas de otras
montañas: en veinte leguas a la redonda, todas estaban sembradas de maíz. Chema
comenzó a comprender muchas cosas...
Luego emprendieron el regreso,
entre túneles de liebre y de taltuza[6],
madrigueras de coyotes y de otras alimañas, que formaban un verdadero laberinto
subterráneo; y en una de las once mil vueltas que había que dar, la serpiente se
esfumó. En un instante, no quedó de ella más que el eco de una risita burlona.
Chema se asustó muchísimo. Por un
momento pensó que nunca podría salir de allí. Pero en seguida recordó las
enigmáticas palabras de la sierpe: "... y si además eres valiente, yo te
enseñaré muchas cosas que nunca olvidarás". Eso significaba que había una
esperanza.
Comenzó, pues, a tantear una
salida. Iba palpando la tierra. "La culebra venía arrastrándose -pensó- y
además tiene el cuerpo escamoso." Creyó encontrar unas huellas y trató de
seguirlas, pero era una tarea difícil y tan lenta como para desesperar a una
tortuga.
Chema debe haberse quedado dormido
por un instante, o quizás sólo era el cansancio que amenazaba derrotarlo,
cuando oyó el conocido cric-cric de un grillo lejano. A pesar de ser un ruido
tan débil, lo alegró como un concierto de marimba y se propuso buscarlo.
Todos sabemos que los grillos
desorientan. Lanzan su metálico cric-cric y lo hacen rebotar en los muros, en
los troncos de los árboles, en las piedras, donde sea. Buscarlos puede resultar
una tarea enloquecedora.
Chema no se desalentó ni se dejó
desorientar. Si escuchaba el grillo a su derecha, lo buscaba hacia la
izquierda; si lo oía detrás de él, lo buscaba adelante. Y a cada paso, el
grillo parecía estar más cerca.
El cric-cric se estacionó por fin.
Unos tanteos más y Chema lo encontró bajo una piedra. La levantó cuidadosamente
y se llevó una enorme sorpresa: el grillo era de oro y relumbraba en la
oscuridad.
Te felicito, muchacho -dijo el
grillo. Has pasado todas las pruebas con valor e inteligencia y en premio te
mostraré la salida. Pero antes debo revelarte tres grandes secretos: el primero
es que "la vida rota", ¿me entiendes? La vida es una naranja dando
vueltas: todo aquel que ha venido una vez al mundo, volverá a venir en el
futuro; la gente no lo sabe, así es que cada vez que vuelva cometerá los mismos
errores; tú, en cambio, irás haciéndote cada vez más sabio.
El grillo comenzó a saltar y Chema
tuvo que seguirlo guiado por sus destellos de oro.
-El segundo gran secreto es que los
señores de antes lo perdieron todo, pero se quedaron con las banderas verdes de
la milpa; con las lanzas verdes del maíz, para derrotar el hambre; con los
granos rojos, blancos, negros, amarillos, que valen más que el oro del mundo.
¡Y éste es un tesoro que nadie les podrá quitar jamás!
-El tercero y último secreto -dijo
la sierpe, que apareció detrás de ellos- es que la gente de este siglo tiene
muchos y muy grandes conocimientos, pero no tiene sabiduría: si los hombres civilizados
siguen agotando los recursos de la
Tierra , pondrán en peligro su civilización. Pero los indios
seguirán sembrando milpa...
-La sabiduría del indio -intervino
el grillo- es como los granos de maíz, que pueden germinar en las laderas de
los cerros y aun en los peñascos...
El grillo y la serpiente
desaparecieron. Chema quedó encandilado unos instantes, pero en seguida pudo
ver claramente el agujero de salida.
Chema López regresó al pueblo de
Rabinal, más silencioso que nunca. No le contó a nadie su secreto, pero la
gente notaba que había algo muy raro en su mirada. Sus ojos negros y
penetrantes daban la impresión de que él podría traspasar las paredes,
agujerear los troncos de los árboles y leer los pensamientos de los hombres, y
que todo lo guardaba en su memoria.
Un día de tantos, un viejecito lo
encontró en la calle y lo detuvo con estas palabras:
-¿Vos sos Chema López?... ¡Yo
también! Estuve hace muchos, muchísimos años, en el corazón de la montaña;
sabía que algún día vos vendrías a quedarte en mi lugar, así es que ya me voy.
Cuídate mucho...
Y Chema se quedó completamente solo
a media calle, mientras el polvo de los siglos seguía cayendo sobre el pueblo
sin que nadie lo notara.
0.065.3 anonimo (guatemala)
[1] Ato: Bebida espesa y caliente, hecha de maíz.
[2] Milpa: Planta de maíz.
[3] "En tiempos de Poncio Pilato": Hace mucho, mucho tiempo.
[4] Sholca: Que le falta uno o varios dientes.
[5] Tacuasin: Mamífero de carne muy sabrosa.
[6] Taltuza: Pequeño mamífero que habita en túneles que él mismo
construye.
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