En el principio de todo, Enkai vivía solo
en su trono de oro en la cima del Oldoinyo Lengai, la montaña sagrada. Enkai
era el Dios supremo y nadie podía llevar su nombre.
Enkai
estaba en todas las cosas: en el trueno que anuncia los aguaceros, en las
lluvias que dan vida, en los rebaños que proporcionan el alimento, en las
hierbas sagradas, en la luz del cielo sobre la tierra, en la sonrisa de los más
pequeños.
Enkai
Narok era el dios negro: el dios lleno de bondad y de benevolencia. Pero
también podía destruir con su cólera.
Enkai
Na-Nyokie era el dios rojo, el dios de la venganza, que podía llamar al rayo, a
la sequía, al hambre y a la muerte.
Enkai
era el poder supremo.
En
determinado momento engendró tres hijos, que fueron los padres de las razas
masai, kamba y kikuyu, y dio a elegir a cada uno de los tres entre una vara, un
arco y una azada.
Gikuyu,
el primer kikuyu, eligió la azada. Enkai le enseñó los secretos de la siembra y
de la recolección. Le dio la montaña de Kirinyaga y sus fértiles tierras.
El
primer kamba eligió el arco, y Enkai le envió a cazar venados en los inmensos
bosques.
Natero
Kop, el primer masai, que sabía que Enkai amaba la tierra, el transcurrir de
las estaciones, los animales y las vastas llanuras, eligió la vara para guardar
los rebaños sagrados del Creador.
Como
agradecimiento, Enkai le otorgó todo el ganado que existía en la Tierra.
Fuente: Anne W. Faraggi
0.113.3 anonimo (masai) - 026
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