Hace mucho tiempo, en la época en que el
cielo y la tierra se tocaban, las vacas sabían comunicarse con los hombres en
el lenguaje de éstos. En aquel tiempo vivía una mujer que se llamaba Nariku Olari.
Tenía una vaca llamada Ramat que, como todas las vacas de aquellos tiempos,
hablaba el lenguaje de los hombres.
Un día,
Nariku llamó a Ramat y le dijo:
-Querida
Ramat, necesito un poco de tu leche.
-Toma mi
leche, Nariku. Te la doy con mucho gusto -respondió Ramat.
El día
siguiente, Nariku llamó a Ramat:
-Ramat,
querida vaca, necesito un poco de nata.
-Toma mi
leche para hacer nata, querida Nariku. Ponla a hervir, déjala reposar y la nata
flotará en la superficie... -le aconsejó Ramat.
Al otro
día, Nariku llamó a Ramat:
-Ramat,
querida Ramat, necesito un poco de tu sangre.
-No hay
nada más sencillo, mi querida Nariku. Coge una flecha bien afilada y pincha mi
vena yugular. Recoge mi sangre en una calabaza y vuelve a cerrar bien la
pequeña herida con un emplasto de hojas.
Así se
hizo, pues Ramat siempre deseaba contentar a Nariku.
Pasaron
unos días y Nariku llamó a Ramat:
-Ramat,
querida Ramat, necesito que me des algo.
Ramat
acudió enseguida.
-Claro
que sí, querida Nariku; dime qué necesitas de mí.
-Dame un
poco de tu médula espinal -le pidió Nariku.
-No me
es posible darte mi médula espinal sin darte también mi vida... -repuso Ramat.
Pero
Nariku insistía.
-¿Tendré
que irme de tu lado para que no me mates? ¿O debo darte mi vida por amor a ti y
para satisfacer todos tus caprichos? -preguntó Ramat.
Nariku
no respondió y buscó un cuchillo para matar a Ramat.
Ramat
escapó hacia el llano corriendo con todas sus fuerzas. Mientras corría, gritó a
Nariku:
-Antes
de que me vaya para siempre, voy a advertirte de tres cosas:
La
primera es que a partir de ahora las vacas saben que los hombres no respetan a
las criaturas de Dios y están dispuestos a sacrificarlas. Por eso, las vacas se
alejarán del hombre y no volverán a hablar en su lengua.
La
segunda es que a partir de ahora las vacas no vivirán con los hombres sino
fuera de las casas y los hombres tendrán que llevarlas a caminar durante todo
el día lejos de los poblados para que puedan alimentarse.
Y, por
último -dijo Ramat con una voz cada vez menos audible, mientras se alejaba de
la casa de Nariku, la tercera cosa es que tendréis que ordeñarnos todos los
días y ya no nos comportaremos con tanta paciencia y amor. A veces os daremos
una buena patada para recordaros que somos criaturas vivas que sufren. Los
hombres tendréis que aceptar estas obligaciones, al igual que nosotras
asumiremos que hemos sido creadas para vivir con los hombres y que dependeremos
eternamente de su vanidad.
Desde
ese día, ninguna mujer puede sacrificar una vaca. Y, también desde ese día, los
hombres tienen que cuidar de su rebaño en cada momento del día y de la noche.
Fuente: Anne W. Faraggi
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