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sábado, 25 de agosto de 2012

Mary-cuchilla

Hace muchísimos años vivía en Oviedo una joven lla­mada María, la cual unía a su prodigiosa hermosura un corazón frío como la nieve. Había rechazado con altivo desdén a los mejores caballeros del país y no se había con­movido lo más mínimo por las desgracias que a algunos había acarreado su hermosura: hubo un caballero que enloqueció y galán desesperado que se quitó la vida.
En cierta ocasión fue a vivir cerca de Oviedo en una casuca perdida en el monte, un caballero mozo, que pron­to ganó por su conducta, fama de santidad. Alternaba su vida retirada de ermitaño con frecuentes excursiones en las que llevaba socorros a las familias más pobres de la comarca. Desde el momento en que la desdeñosa María tuvo ocasión de tropezarse con el, se fundió el hielo de su corazón para dejar paso a la más encendida de las pasio­nes. De nada le sirvieron sus artes seductoras ni la prodi­galidad de sus exuberantes y extraordinarios encantos, porque el joven anacoreta se mantuvo tan imperturbable como inaccesible. Entonces María conoció por vez prime­ra la desesperación y el dolor.
Sus hechizos no le habían servido para nada; pero, no queriéndose dar por vencida, acudió a otra clase de recur­sos. Y un día visitó a una vieja hechicera pidiéndole ayu­da. La bruja se ofreció a prestársela si a cambio le entregaba su alma al diablo. Cuenta la tradición que la desventu­rada María se entrevistó con el mismísimo Satanás y que recibió de él una cuchilla con la orden de que le cortase la cabeza a su hermano menor en una gruta cercana a donde moraba el joven caballero; sólo así seria eficaz el maleficio diabólico y el hombre amado y deseado acabaría cayendo, rendido e implorante, a sus pies.
María hizo todo como se había pactado.
Cuando a la mañana siguiente cantó el primer gallo, cogió cuidadosamente a su hermanito que dormía profun­da y plácidamente en la cuna, y se lo llevó a la gruta. Se cuenta que los gritos de una bandada de búhos la guiaron en la oscuridad y, que al llegar a la entrada de la cueva, las aves se posaron en los árboles vecinos graznando de un modo siniestro. María entró en la gruta, colocó al niño todavía dormido, en una peña, y sin un momento de vaci­lación, le separó la cabeza del tronco con un solo golpe de cuchilla. La sangre salpicó la piedra, y las aves, levantan­do el vuelo, se alejaron sin cesar en su estridente griterío. Entonces el terror se apoderó de María y quiso huir, pero tropezó con la cabeza del niño que había caído al suelo y se desplomó sin sentido.
Cuando volvió en sí ya era de día. Ante ella estaba el joven ermi-taño que la contemplaba, no como un enamo­rado rendido, sino con acusadora severidad. María le miró por primera vez con los ojos, que no eran de peca­dora: estaba profundamente arrepentida. Cayó de rodi­llas, y el anacoreta, imitándola, rezó fervorosamente durante un rato. Después se levantó para notificarle en qué habría de consistir su penitencia. Para merecer el per­dón divino pasaría el resto de su vida en el lugar del cri­men; era preciso, borrar aquella sangre. Y así hablando, tocó en la roca con su báculo y de ella brotó un manantial. Después dijo:
-Pero por mucho que este arroyo limpie las manchas de sangre, no podrá hacerlas desaparecer si no mezclas tu llanto a sus águas.
Nadie volvió a ver desde entonces al virtuoso eremita. María vivió en los lugares que él había habitado y llevó por el resto de sus días una vida de penitencia. Las pocas personas que se acercaban por aquellos contornos conta­ban que en más de una ocasión la habían visto raspar furio­samente la roca con su cuchilla. Todavía existe la creencia de que de cuando en cuando vuelve a la cueva para raspar de nuevo las manchas de sangre que todavía no han desaparecido por completo.
Cerca de Oviedo se puede ver la gruta, con su techum­bre abovedada, desde donde se desprende el manantial y la roca de las manchas rojizas. Este lugar se conoce con el nombre de Mary-Cuchilla.

100. anonimo (asturias)

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