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sábado, 25 de agosto de 2012

La leyenda de magacela

El pueblo de Magacela se derrama en una breve colina, en medio de la llanada de la Serena, en la hermosa tierra extremeña. En la cumbre de esa colina hay unas ruinas, recuerdo lejano de uno de los castillos mejor fortificados, de los puntos fuer­tes más difíciles de conquistar por los cristianos en la época en que la Media Luna cedía a la Cruz.
Por los años de 1229, el castillo que hoy vemos desamparado y en ruinas era el punto de partida de numerosas excursiones y algaras moras contra los cristianos de Zalamea, Medellín y Benquerencia.
Reinaba en el castillo un bravo guerrero: Ahmed-Ben-Alí, descendiente del gran Almotamid. Y tenía una hija cuya belleza era proverbial en todo el contorno, así como su valentía y decisión.
En la época que hemos indicado, dióse un fuerte impulso en la Reconquista. Por allí, los guiones cristianos ostentaban la cruz de Alcántara, y los caballeros de esta Orden heroica se aprestaban a la lucha, que por fin estalló. Primero fueron algaras, expediciones de espionaje y tala; después, la masa del ejército cristiano se puso en movimiento, y al mando de Arias Pérez, tercer maestre de la Orden, empezaron a conquistar castillos y plazas fuertes. Ahmed-Ben-Alí hizo más potentes aún las defensas de su torreado cerro; cavó nuevos fosos, preparó trampas y esperó así los acontecimientos.
Éstos se precipitaban. Tras una batalla encarni­zada, el castillo de Benquerencia cayó. Un supervi­viente que pudo llegar hasta el fuerte de Ben-Alí le advirtió que los cristianos se preparaban para ata­car su fortaleza. Y entonces el bravo guerrero musulmán, dejando encomendada la defensa del castillo a su hija, marchó a presentar batalla. Tra­bada ésta, fue desfavorable a las huestes musulma­nas, y el valiente Ben-Ali cayó, después de haber luchado heroicamente. Unos fieles esclavos pu­dieron llevar la triste noticia al castillo en donde Leila esperaba. Grande fue el dolor de la bella mora, que juró que aquel castillo nunca se rendiría si no fuera con la destrucción de los defensores.
Fueron pasando los días, y la lucha continuaba violenta; mas siempre se decidía a favor de los cris­tianos.
Al fin, el Maestre de Alcántara, después de haber tomado Trujillo, se aproximó a la fortaleza en donde Leila esperaba impaciente el momento del combate. Llegadas las huestes al llano que está al pie de la colina, fueron dados varios asaltos, en los cuales los cristianos, a pesar de haber conseguido poner pie varias veces en lo alto de la muralla, fueron rechazados.
Era el último día del año, y deseoso Arias Pérez de obtener la victoria aquella misma noche, ideó un ardid. Una parte de la caballería, llevando antorchas, atacaría por un ala, mientras los peo­nes aprovecharían el engaño de los moros ata­cando por la opuesta. Así se hizo. Hacia media noche, la caballería se puso en marcha, agitando las antorchas. Los defensores del castillo, pues­tos al alerta, ocuparon sus posiciones en los adar­ves, gritando:
-¡Los cristianos!
Mas creyendo que toda la fuerza enemiga llega­ba por la parte de los jinetes con antorchas, descui­daron el lado opuesto, y por allí penetraron los peo­nes, que se lanzaron sobre los musulmanes, hacien­do en ellos terribles estragos. Leila, que estaba cenando, exclamó:
-¡Amarga cena para mí!
Y se lanzó al combate; pero como sus leales habían ido cayendo uno tras otro, vióse rodeada de caballeros cristianos, y antes de que ninguno pu­diera apresarla, dióse muerte.
Y de la frase «Amarga cena para mí» dicen que salió el nombre de «Magacela».

104. anonimo (extremadura)

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