En la antiquísima
cosmogonía tehuelche se cuenta que "El que siempre existió" vivía
rodeado por densas y oscuras neblinas allí donde se juntan el cielo y el mar,
hasta que un día, pensando en su terrible soledad, lloró y lloró por un tiempo
incontable... y así sus lagrimas formaron a Arrok, el mar primitivo...
El eterno Kóoch al
advertirlo dejó de llorar, y suspiró... Y su suspiro fué el principio del
viento...
Entonces Kóoch quiso
contemplar la creación: se alejó en el espacio, alzó su mano y de ella brotó
una enorme chispa luminosa que rasgó las tinieblas. Había nacido el Sol .
Con él la sagrada creación
tuvo la primera luz y el primer fuego, y con él nacieron las nubes...
Y los tres elementos del
espacio armonizaron entonces su fuerzas para admirar y proteger a la tierra de
la vida perecedera que Kóoch había hecho surgir de las aguas primeras.
Andando el tiempo Elal, el
héroe-dios, el nacido de la Nube
cautiva y el cruel gigante Nóshtex, creó a los Chónek (hombres) de la raza
tehuelche en las tierras del Chaltén... y fué su organizador, protector y guía.
Y entre otras muchas cosas,
como Elal viera qye sus criaturas tenían frío y oscuridad, cuando el Sol no estaba en el Cielo, les enseño a hacer fuego,
el mismo que les permitiera vencer a la nieve y al frío en las laderas del
Chaltén, el que brota cuando golpean ciertas piedras... Dicen que a partir de
entonces los tehuelches ya no temieron a la oscuridad ni a las heladas porque
eran dueños del secreto del fuego, y el fuego era sagrado para ellos porque se
los había dado su padre creador...
Este es un hermoso mito del
ciclo de Elal, el progenitor de los tehuelches... Claro que las otras razas del
cono sur de América han explicado a su modo el origen del fuego, el preciado
alemento que aseguró la vida de las culturas aborígenes patagonienses...
Una antigua leyenda cuenta
que los mapuches no conocían el fuego, pero que lo aprendieron de los niños,
más exactamente de dos hermanitos que se desafiaron para quien hacías girar más
rapidamente un palito en un nido de pasto seco... ¡Y el resultado fué que casi
queman todo con su juego inocente! Parece se que el gran incendio devoró los
bosques y corrió los animales hasta atraparlos... De este modo los indios se
quedaron sin caza. ¿Cómo harías para sobrevir sin un alimento tan imporante?...
Pero los ancianos de la tribu dijeron que la carne de esos animales quemados no
podía ser impura porque el fuego venía del Dios Padre... Y comieron así carne
asada y la hallaron sabrosa... Tanto que, a partir de entonces, también los
mapuches quisieron hacer fuego y conservarlo... porque les permitía no sólo
cocinar sus alimentos sino disfrutar de su luz y su calor, todos reunidos en
torno de la llama que era como el Sol .
Como todos los pueblos
primitivos, los que habitaban las mágicas tierras de la Araucanía lograron
encender el fuego por fricción de un palo sobre un lecho de yesca, o por
percusión de piedras de pedernal hasta que el saltar de la chispa hace arder la
hierba seca...
Y si resultaba laborioso
encenderlo, aún más dificil era conservarlo... ¿Cómo lograr que no lo apagaran
los vientos que trae y lleva Elëngansen? ¿Cómo protegerlo de enviado de
Gualichú que intentaría robarlo? ¿Cómo entretenerlo para que no se cansara de
arder y se fuera de nuevo...?
Por eso los tehuelches lo
encerraban en vasijas de barro, y le prodigaron alimento y cuidados. Las
mujeres eran las que se ocupaban del fuego, y cuando lo necesitaban secaban
brasitas y con ellas encendían nuevos fuegos... Pero, ¡ay si se apagaba el
fuego!.
Muchos relatos cuentan de
los terribles catigos para la mujer que se dormía o se olvidaba... Es que
fueron tiempos muy duros y los hombres no podían permitirse perder el sagrado
tesoro.
Porque era un dón de Dios,
el fuego volvía a Dios a través de ceremonias dobde ofrendaban al Supremo, en
el pillan quitral, animales o frutos de la tierra, o bien objetos culturales de
manufactura indígena.
También celebraron con
homenajes y regalos el fuego de Pillán, el fuego de lo más hondo de la tierra
que escupen las bocas enojadas o dolientes volcanes.
¿Acaso Pillán, el que vive
arriba de las montañas, no comanda las terribles tormentas de fuego del Cielo y
de la Tierra ?
¿Sus rayos no destruyen y queman el corazón de la vida?. Por eso lo respetan y
veneran, para que no se enoje y traiga el fuego que devora...
Y sacralizaron el cherufe,
el fuegoceleste de los aerolítos que caen y que misteriosamente se vuelven
piedra colorada y ya nunca más arden... Aunque: ¿qué habrá pasado con el
fuego?, ¿estará sólo dormido o se habrá ido como los innombrables al más allá?
Y hasta honran mudamente a
los fuegos fríos de las lejanas estrellas, porque los viejos de los loncos
dicen que allí viven los espíritus de los antepasados, las almas de los que se
fueron, y desde arriba contemplan sus parientes con el permiso del Elal...
En la creencia aborígen del
Sur de América viven, desde hace incontables lunas, entidades mágicas en
relación con fuegos malditos... como los de Anchimallén araucano, el duende
enano que sirve a los brujos del diablo, el que roba para "el daño",
el que ciega con su presencia por que la luzen la que se transforma es
maligna... cuando su radiación brillante y fugaz aparece en los campos o en las
montañas o en las ramas de los árboles o en los techos de las rucas...el indio
tiembla porque significa la muerte para alguien: ¿a quién se llevará esta vez
la luz mala?.
Dicen en voz baja que los
anchimallenes son criaturas que los brujos alimentan con las míticas leche,
sangre y miel, y que quién posea uno multiplicará su hacienda y tendrá
protegidos sus ganados... Hay quién paga mucho al brujo para tener un niño
anchimallén, y también quien lo roba, y hasta quien lo seduce para sus propios
huertos, observando bien cuál es el alimento que le gusta más y poniéndoloa su
alcance en abundancia en determinados lugares del campo... y es fama entonces
que "por goloso pierde la vida" el anchimallen, pues los astutos
hechiceros, sus verdaderos dueños, siempre se enteran, ¡y lo castigan con la muerte
por su negligencia!...
Claro que la memoria de los
mapuches siempre ha tenido un lugar para el ideal luminoso de la mítica Antú Malguén.
Es la joven, y bella amada de Antü (el sol), la que parece flotar, delicada y
frágil, junto al estanque de las totoras, allá en la cumbre del Domuyo.
Dicen que cantan melodías
que son como suspiros de la brisa mientras peina sus largos cabellos rubios con
peine de oro reluciente... ¿Por qué a veces su canto es un lamento y otra una
risa feliz?. Nadie lo sabe, pero la fina voz que parece agua y que parece
viento rueda ladera abajo por las rocas del volcán divino.
Sólo unos pocos osados que
burlaron al toro y al potro del Domuyo han logrado ver Antü Malguén en la cima
sagrada. Para unos huye disuelta en llama de cherufe al sentirse sorprendida,
para otros se sumerge veloz en las aguas porque es la sirena Coñi Lafquén
(hija del lago)... pero ni unos ni otros han podido olvidar el hechizo
fascinador de la doncella de oro luz. Tal vez se deba a que Antü Malguén se
funde en el fuego de la creación: el SOL.
Por eso mientras viva en el
gran volcán andino y peine sus fantásticos cabellos los fuegos de las tribus
milenarias no se apagarán, y los viejos continuarán contando y recordando su
historia y las historias de todos los mitos, nacidos al calor de la llama que
un día les regalará Elal...
Fuente: www.aborigenargentino.com.ar
059. anonimo (mapuche)
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