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sábado, 25 de agosto de 2012

El alimento del terrible cherufe

Hace mucho tiempo sucedió esta historia tan triste, que comienza con la desventura de una dulce joven mapuche. La niña fue vendida como esposa a un espantoso brujo, viejo y sucio, que tenía una larga barba maloliente que colgaba sobre su enorme panza. La muchacha lloraba y lloraba, no podía dar crédito a tanta mala suerte y, entre llanto y llanto, pedía por favor a su desalmada familia que le permitiera quedarse en la casa. Pero la paga va estaba en los bolsillos de los negociantes y había que cumplir el trato: ese ser repugnante era su dueño.
Comenzaron su camino hacia las montañas y ya habían dejado atrás el poblado cuando la joven hizo un último intento por salvarse. Como toda mujer casada, caminaba detrás del marido y como se creía ágil y liviana, corrió y se escondió entre los matorrales de un prometedor cañadón. Sin poder dejar de temblar, oía las furiosas amenazas del brujo, que vociferaba buscándola infructuosamente. Tanto era el miedo que sentía que deseó hacerse chiquita como un escarabajo y desaparecer debajo de la tierra. Entonces se acurrucó rodeándose las piernas con las manos, apoyó la cabeza sobre sus rodillas y se envolvió en su pobre mantón. Así la encontró uno de sus hermanos, que en secreto la había seguido.
El querido hermano consoló a la joven y mientras le acariciaba la cabeza le entregó dieciocho plumas blancas de piuquén. Cada una de ellas serviría para enviar un mensaje: si lo necesitaba, él estaría allí. Pero la muchacha no quería irse y lloraba con amargura.
El hermano insistió hasta que la convenció con la promesa de no abandonarla, ademas le ofreció que llevara al perro que lo había acompañado. Entonces, los tres: el brujo, la joven y el perro retomaron el camino hacia el Oeste.
El brujo iba muy cómodo montado en una cabra y la muchacha lo seguía como podia, por una senda que se volvía cada vez más empinada. Agotada, preguntó hacia dónde iban.
‑A cazar un guanaco ‑contestó el brujo.
Pero en verdad, estaban subiendo por la ladera de un volcán en cuyo cráter vivía el espantoso Cherufé, el cruel y poderoso señor de esa montaña. Desde arriba dominaba el cielo y la tierra: amenazaba con relámpagos y truenos, lanzaba rayos que incendiaban los bosques o enviaba destructoras oleadas de lava. Todo el pueblo le temía y la única y atroz manera de tenerlo conforme era entregándole periódicamente una muchacha, para que se comiera su carne tierna. Después se entretenía con un juego macabro: incendiaba las cabezas y las arrojaba por la pendiente. Así llegaban al pie de la montaña, donde la gente del valle recibía espantada la confirmación terrible de su muerte.
Cuando ya estaban muy alto, el brujo le dijo a su esposa:
‑Descansa un poco que ya vuelvo ‑y fue a entrevistarse con el Cherufe. Pero la muchacha lo siguió, silenciosa, y los escuchó desesperada: el brujo recibiría enormes poderes a cambio de su joven y hermosa mujer. Pero, al parecer, la entrevista no había terminado, era mucho lo que ambos malvados tenían que hablar...
Entonces, la muchacha llamó a Trewul, el fiel perro que la acompañara en su pena y le entregó una de las dieciocho plumas de pitiquén.
‑Por favor, perrito, ve rápido que no sé si llegarás antes de mi muerte ‑susurró temblando.
Trewul tomó con cuidado la pluma entre los dientes y corrió montaña abajo, como si fuera una piedra más de las tantas que rodaban por la ladera.
Más rápido de lo que puede creerse, el joven estuvo junto a su desdichada hermana. Ella le contó precipitadamente lo que había oído y el muchacho decidió seguir al brujo. Cuando se acercaba seguido de su perro hacia la que supuso la cueva del Cherufe, comprobó que la custodiaba un nahuel. Pero Trewul supo tomar al puma por sorpresa y lo dejó fuera de combate.
Ya sin peligro, pudo acercarse al lugar de la entrevista. Escondido detrás de unos matorrales se asomó a la gruta donde negociaban los dos monstruos, sentados entre los restos de las muchachas muertas, hablaban fuerte, en un intento de tapar los gritos de otras tantas que esperaban encerradas, su cruel destino. Al finalizar el encuentro, el joven se ocultó rápidamente tras una roca alejada de la entrada para sorprender al brujo, que ya se despedía y observó cómo se montaba en su cabra. Cuando bajó unos metros, donde había dejado a su hermana, empujó sobre su cuñado la enorme roca sepultándolo.
No conforme con este acto heroico retrocedió para buscar al Cherufe y lo enfrentó con su cuchillo.
Entonces, el Señor del Volcán atacó con sus armas: los relámpagos iluminaron el cielo, la montaña tembló y se abrió en enormes grietas. Al borde de una de ellas gesticulaba enfurecido el Cherufé, cuando, en un instante, perdió el equilibrio y su cuerpo de gigante cayó al precipicio. hundiéndose para siempre entre las rocas.
Buscando un camino entre las grietas, las rocas partidas y el polvo, bajaron la montaña los dos hermanos y una corte de muchachas liberadas. Todos los mapuches del valle los esperaban y no hubo quien no vivara al salvador de las muchachas, al pacificador de la montaña, que llevaba en su bincha, como una corona nevada, las dieciocho plumas blancas de piuquén.

059. anonimo (mapuche) 

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