Zárate llegó al umbral de la
iglesia de Aquetzari. Vestía de negro y fumaba a bocanadas un puro.
Algunas feligresas, escandalizadas,
dijeron a sus hijos:
-No se vuelvan a verla; esa mujer
practica las malas artes de la hechicería.
Un grupo de indios caminaba por
media calle. Encadenados a gruesas argollas, partían hacia las minas. Los
servidores del encomendero, montados en recios caballos, los acompañaban.
Una india canosa se detuvo frente a
la misteriosa mujer.
-¡Zárate! -le dijo con voz firme y
patética. Vos regalás frutas a los pobres, frutas que se convierten en oro.
Vos que no pedís agradecimiento por vuestros favores, sálvanos de esta
humillación. ¿No ves cómo mueren los de nuestra raza?
La caravana de la encomienda se
perdió bajo una nube de polvo.
Zárate tiró el puro al suelo, lo
majó y entró decidida a la iglesia.
Se aproximó al Santísimo y se
dispuso a encender una vela. En ese momento un hombre se acercó. Ella contuvo
la respiración unos instantes para verlo. Era alto, vestía el uniforme del
imperio español y sus cabellos negros se caían en un mechón sobre la frente. Al
sentirse observado, éste sonrió.
Ella terminó de encender la vela,
pero una misteriosa llama verde iluminó sus rostros.
-No se asuste -le dijo Zárate, es
la llama del amor que ha despertado de repente.
El gobernador la miró incrédulo.
Zárate prosiguió:
-Un mal presagio me anuncia su
bello rostro, Alfonso de Pérez y Colma Vos gobernás nuestras tierras aunque
nosotros no os lo hayamos pedido. Pero no os guardo ningún rencor por ello.
Tomad este presente en señal del afecto que siento por vuesa merced.
Y sacó de su seno una cadenita de
oro que terminaba en un anillo.
El gobernador, con su clara
sonrisa, lo tomó como encantado.
Cuando logró percatarse, Zárate
desaparecía por el umbral de la iglesia.
Sólo el búho desde su alta rama vio
al gobernador De Pérez y Colma bajar del caballo frente a la casa de Zárate. La
luna se desdibujaba a lo lejos. Era profundo el silencio. Ni siquiera los
grillos cantaban. La luz de una vela anunciaba soledad por la ventana.
"¿Qué me trae a este lugar?
-se preguntó-. Desde que Zárate me entregó esta cadena no he podido dejar de
pensar en ella. Es como si este objeto tuviera voz y me repitiera constantemente:
¡tienes que ir!"
Con las manos frías llamó a la
puerta. Zárate abrió, y su rostro bañado de luna cobró una extraña claridad que
resaltó sus apretados labios cobrizos.
Alfonso trató de besarla, pero
Zárate no se lo permitió.
-Espera, debés decirme antes si
cumplirás vuestra promesa: ¿libertarás a mi gente y te unirás a mí por el resto
de vuestros días?
-Sí... -contestó el gobernador.
La vela dibujó en la pared encalada
la sombra de Zárate y Alfonso que se besaban.
A la mañana siguiente, Zárate lo despertó.
-Ven, tomemos de esta mistela
ceremonial -le dijo, llenando dos pequeñas jícaras [1].
Hoy mismo nos casaremos sobre un altar de piedra.
Alfonso intentó hablar, pero Zárate
continuó:
-Entonces vos serás mi sangre y
mandarás a quitar los grilletes a todos los indios que están trabajando en las
minas. Todos retornarán a su tierra. Nuestro pueblo, que ha vivido siempre
dentro de la gran piedra de la esclavitud, será tan libre, que hasta las mismas
mariposas desearán ser uno de nosotros.
Alfonso se echó a reír.
-¿Conque nos vamos a casar y los
sucios indios volverán a sus palenques [2]?
¿No sabés que el rey de España es mi señor, y a él debo todo lo que poseo?
Una delgada ráfaga de furia
recorrió el cuerpo de Zárate.
-Además -continuó el gobernador,
pronto regresaré a España. Ahí me espera la señorita Margarita de Alonso, con
la que estoy comprometido. Ella es una muchacha radiante como el sol, limpia
como la más cristalina de las aguas, nunca una bruja como vuesa merced.
Los hilos del líquido púrpura de la
mistela [3]
se derramaron por el suelo mientras el gobernador se marchaba.
Ese mediodía Zárate subió al atrio
de la iglesia. Y desde ahí congregó a todo el pueblo.
Uno tras otro, algunos pobladores
se fueron acercando con curiosidad.
-¿No os dais cuenta de cómo sufre
nuestra gente bajo el yugo de los españoles? -vociferó.
Alfonso pasó cabalgando en ese
momento hacia la
Gobernación. Ignoró a Zárate.
-Ese hombre a quien guardan toda
clase de respetos -dijo, señalándolo- me ha prometido matrimonio y la
liberación de nuestra raza. Pero ha faltado a su palabra. ¡Os pido para él
castigo!
Un hombre empezó a reír, después
otro, y así sucesivamente se soltó el rumor: "Está loca." "Toda
bruja termina igual." "¡Pobre mujer!"
Zárate quedó sola, dando la espalda
a la iglesia.
Entonces, una fina cilampa [4]
empezó a caer.
Ya había transcurrido una semana de
temporal. Una espesa capa de neblina se aferraba a todo el pueblo. Un
presentimiento los hacía a todos mirarse sin hablar nada.
Zárate no había salido de su
rancho. Algunos decían que la voz del Pisuicas [5]
se escuchaba allí dentro.
El gobernador De Pérez y Colma
quiso partir en su caballo hacia la ciudad de Cartago [6].
Pero la niebla le impidió seguir el camino. Entonces tuvo que regresar a
Aquetzari.
Esa noche sólo Zárate permaneció
despierta.
Todos se acostaron anonadados. Un
extraño sueño recorrió sus lechos. Ellos sentían cómo brotaban de su piel
escamas, plumas, gruesos cabellos. Se transformaban en animales de montaña.
Las calles de Aquetzari se poblaron
de serpientes, yigüirros [7],
dantas [8],
jaguares, armadillos, urracas [9],
micos [10].
Zárate se deslizó por calles de
sombras. Buscó con la vista a un pavo real que llevara sobre su lomo una
delgada cadena de oro de la que pendía un anillo.
Entonces dijo a todos:
-Habitantes de Aquetzari: no habéis
soñado. Éste es el gobernador Alfonso de Pérez y Colma, que vivirá como
vosotros, arrastrándose como animal dentro de la gran piedra de nuestra raza
hasta que decida cumplir la promesa de casarse conmigo y liberar a nuestro
pueblo.
Entonces la gruesa neblina se ciñó
completamente sobre los techos de Aquetzari, y se fue endureciendo, poco a
poco, hasta formar una gran mole de piedra.
Fuera de ella sólo quedó el eco de
la leyenda de un poblado que allí existió alguna vez.
Después llegaron otros hombres que
fundaron el pueblo de Aserrí [11],
pero siempre miran con misterio la gran piedra que pareciera lanzar gritos
desde adentro.
Si alguna vez quieres pedirle un
favor a Zárate, debes llegar de noche a la roca, darle tres golpes y decirle:
Busco en mi vida un ideal...,
años caminando
y siempre en pie;
linda Zárate, escucha,
y ábreme
por el amor del pavo real.
Entonces la piedra se abrirá, y
Zárate, vestida de terciopelo negro con bordados de plata, saldrá con su
hermoso pavo real encadenado a escucharte bajo la eterna mirada de la luna.
077. anonimo (costa rica)
[1] Jícara: Vaso pequeño fabricado con la corteza del fruto de la
güira.
[2] Palenque: Rancho grande en donde viven en común varias familias de
indios.
[3] Mistela: Bebida hecha de aguardiente, agua, azúcar, y canela, a la
que se le puede agregar el jugo de alguna fruta.
[4] Cilampa: Llovizna o garúa.
[5] Pisuicas: Diablo.
[6] Cartago: Capital de la provincia de Costa Rica durante la época
colonial.
[7] Yigüirro: Mirlo de plumaje modesto y canto agudo y monótono. Ave
símbolo de Costa Rica.
[8] Danta: Mamífero parecido al jabalí pero de piernas más largas,
nariz prolongada en forma de trompa, piel cubierta de pelo corto y cola casi
inexistente. Su carne es comestible.
[9] Urraca: Ave de plumaje oscuro, de la familia de los córvidos, muy
domes-ticable.
[10] Mico: Mono.
[11] Aserrí: Es una de las poblaciones más antiguas de la República y conserva su
nombre del primitivo cacique Aquetzari, Aquecerrí, Accerrí, Accerí, uno de los
caciques güetares a quien protegió Juan Vásquez de Coronado. Esta en la
provincia de San José.
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