En una alta y extensa planicie, se
encuentra Huacas [1].
Cinco lagos reflejan la luz deslumbrante del sol de las alturas. Uno de ellos,
el Aciro-Khocha, se extiende en la lejanía como fondo distante del paisaje.
Dicen los abuelos que en épocas
remotas no hubo lagos en Huacas. Todo el distrito era tierra de cultivo. En la
parte más baja, la que ahora cubre el Aciro-Khocha, había un pueblo con su
templo, su plaza, sus calles y sus jardines.
Un día llegó a la comarca una mujer
pobre a quien nadie conocía. Llevaba a cuestas, envuelta en una llijlla [2],
a su hijita de un año de edad. La niña lloraba quejumbrosa, mientras la madre
pedía limosna de puerta en puerta. Los vecinos le negaron su auxilio, sin
sentir piedad por ella. La mujer, afligida, miró al cielo implorando compasión;
pero todo fue en vano. Des-falleciente prosiguió su camino, paso a paso, hasta
perderse para siempre en el recodo del áspero sendero.
Las horas de la tarde
transcurrieron iguales, como de costumbre. Llegó la noche. La luna llena
plateaba los campos y el poblado. De súbito, rompiendo la quietud campestre, se
oyeron gritos de superstición y espanto.
-¡La luna! ¡Miren la luna!
-repetían azoradas las gentes.
Una línea sombría borroneaba el
perfil de la luna y un tinte negro avanzó hasta cubrirla toda. Las sombras
ocultaron los campos. Al mismo tiempo, una nube densa, silenciosa y amenazante
se extendió sobre el paraje, sumiendo el caserío en una tristeza ahogante.
Aterrorizados, los vecinos rezaron,
se lamentaron e hicieron ofrendas y promesas; pero su ruego se perdió en el
vacío. Se desató una tormenta espantosa sobre los campos próximos y el pueblo.
No eran gotas que llovían, sino chorros copiosos, límpidos, pero inclementes.
Se formó un lago en el lugar, pequeño de comienzo y cada vez mayor. Las aguas
cubrieron las casas, alcanzaron las bóvedas del templo y sobrepasaron las
torres. Las campanas, que habían sonado desesperadas, se hundieron en el
silencio. Voces y gritos enmudecieron ahogados por las aguas en ascenso.
Pocos son hoy los campesinos que
transitan por los pedregales que rodean el lago. Dicen que en la serranía hay
una piedra que semeja una mujer inclinada en una roca, cargando en sus espaldas
a una tierna niña. Segura-mente es la imagen de aquella mendiga, que no había
sido tal, sino una enviada de las divinidades, para saber con certeza si la
gente del pueblo se compadecía de los pobres y de los desamparados. Los
labradores dicen, también, que esa mujer habría pedido un castigo ante la
indiferencia por el dolor humano. Juntando sus manos callosas, los labradores
invocan por igual a la
Pachamama y a los santos de la cristiandad.
Al viajero de estos días que se
hospeda en Huacas, los ancianos le dicen que en las noches de extraños signos o
cuando la tierra tiembla, del fondo de las aguas del Aciro-Khocha emerge una
luz tenue, de color violeta pálido. Toma la forma de nube, asciende pausada y
permanece por un tiempo breve en la superficie del lago. Muestra la silueta del
poblado con su templo, sus calles y sus jardines, mientras suena distante el
tañido entrecortado de unas campanas de aldea.
Así cuentan los abuelos, y yo lo
creo.
068. anonimo (bolivia)
[1] Huacas: Restos arqueológicos precolombinos que los quechas respetan
y temen. Nombre de una comarca andina de Cochabamba, Bolivia. Se debe a que en
ella abundan huacas. El nombre figura ahora como Vacas, distorsión colonial
española.
[2] Llijlla: Tela bordada de colores vivos, con que las indias y las
cholas cargan a sus niños a la espalda.
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ResponderEliminarA que cultura pertenece en relato?
ResponderEliminarbolivia
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