Resulta sugestivo y hasta apasionante,
imaginar cómo sería la llegada de los primeros pobladores de Mallorca. ¿De
dónde venían? ¿De qué remota ribera del Mediterráneo partieron un día,
adentrándose en un mar absoluta-mente desconocido y lleno de misterios? ¿Por
qué lo hicieron?
Cuando eran todavía nuevas las primitivas
técnicas de la navegación, la aventura de aquellos exploradores del mar, cuyo
documento de identidad ha fijado la ciencia en 4.000 años antes de Cristo,
adquiere caracteres de epopeya. A bordo de rudimentarias balsas, tal vez con
una piel por velamen, sorteando temporales o pereciendo en ellos y navegando
siempre a merced de la suerte y de los elementos, es presumible suponer que, hasta
el momento de arribar a las abruptas costa del norte de la isla, más de uno
rendiría el tributo de su vida, sin alcanzar jamás a conocer el desenlace de
aquella empresa.
Al fin un día, rendidos y agotados, a punto de
perecer de hambre y de sed, aquellos -¿cuántos serían?- hombres y mujeres,
tocaron tierra y empezaron a escribir sobre ella las primeras páginas de su
historia.
Por el mar llegaron la vida, la muerte, la
historia y las leyendas. Algunas nacieron de él; sin el mar no hubieran
existido jamás y su pequeño argumento, la motivación espontánea que las
originara en su día, no figuraría en el mosáico de las tradiciones con ese
aspecto de antigualla polvorienta, de anuncio posdatado, que tienen los exvotos
pendientes en las paredes de las sacristías.
Fuente: Gabriel Sabrafin
092. anonimo (
balear-mallorca )
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