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viernes, 24 de agosto de 2012

Los antiguos tobas

Cuando la tierra comenzó a existir, su reducida población se componía solo de hombres. Como las mujeres no los habían parido, su fisonomía no era humana: muchos tenían plumas y alas. Debieron pensar en una estrategia para poder reproducirse y salieron en busca de calabazas secas: allí colocaron a los engendradores y las sellaron con cera de panal de avispa. Sin embargo, las criaturas nacían y morían porque se alimentaban de tierra.
Los hombres frecuentaban mucho el río en aquellas épocas. Pescaban y volvían a sus poblados a preparar su comida cruda, porque no existía el fuego.
Cuenta la leyenda que un buen día fueron a pescar y dejaron en el poblado ‑y al cuidado de la comida‑ a uno de ellos, se trataba del hombre‑loro. Un rato después, este comenzó a escuchar risas. Puso atención y comprobó que venían desde muy alto: un grupo de mujeres que se aproximaban.
Quiso hacerles frente, pero, a pocos metros, ellas le arrojaron una brasa que golpeó su boca y lo enmudeció para siempre. Rápidamente, robaron la comida del poblado y ascendieron.
Los hombres regresaron un rato después, con el zorro sagaz manchado con sangre y con muchos pescados a cuestas. Una vez instalados, comenzaron a prepararse la comida, pero advirtieron que les faltaba alimento. Le preguntaron al hombre‑loro y este respondió con señas acerca de lo que había sucedido.
Al día siguiente, los hombres volvieron a salir de pesca, y dejaron a otro encargado del cuidado de sus víveres: el águila. Como sabía chiflar, los pescadores serían advertidos rápidamente ante una llegada inesperada.
El águila permaneció escondido después de que partieron los hombres hacia el arroyo. Más tarde, comenzó a escuchar risas: aquellas mismas mujeres iniciaban su descenso, pero esta vez con ayuda de una soga. Cuanto más se acercaban a la tierra, más luz emitían sus cuerpos. Enceguecido, el hombre águila quiso escapar pero ellas le arrojaron tantas brasas que finalmente lograron quemarlo. Una vez más, partieron del poblado y se llevaron un nuevo botín de alimentos.
Más tarde volvieron los pescadores y el águila explicó los acontecimientos vividos. Recomendó que la próxima vigilia quedara en manos de Cliiquí, el carancho, que podría averiguar la manera de atraparlas. El carancho aceptó, aunque aclaró que primero las observaría para después poder detenerlas. Convino una señal de aviso de captura, y los hombres volvieron a partir.
Cliiquí escuchó las risas de las mujeres y al instante supo de sus poderes. Convencido de su propia capacidad, voló hacia el cielo y a mitad de camino cortó la soga. Varias mujeres cayeron y las que permanecieron aferradas al resto colgante de la soga, rápidamente retornaron.
Algunas cayeron con tanta fuerza que se hundieron en la tierra. El carancho avisó a los pescadores para atrapar a las que habían amortiguado la caída. Tuyango, el jefe, se adelantó al grupo pero que sobrepasado por el zorro sagaz, sin alas ni plumas.
Cuando llegó, se apoderó de la más hermosa de todas las que vio, la condujo hacia su morada y copuló. La mujer devoró su miembro empleando su vulva y el zorro corrió, lleno de dolor. Al contar a los demás lo sucedido, le aconsejaron que resolviera el problema por sí mismo, como siempre lo hacía. Entonces fue al monte y escogió una pequeña rama del árbol garabato, la limpió y se la injertó en el lugar del miembro que había perdido.
Por esta causa los zorros siempre han tenido una cicatriz.

056. anonimo (toba)

Las plumas del zorro

Y cuando ya pasó mucho tiempo de este acontecimiento, nuevamente aparecieron aquellos hombres con forma de ave que se habían retirado hacia la montaña por un tiempo. Cada mañana descendían, durante el día pescaban, y a la tarde regresaban a sus casas.
En ese momento arribó el zorro sagaz, persona muy mañosa. Se encontró con los pescadores una mañana y se acercó con la intención de acompañarlos. Les preguntó sobre su origen y los hombres respondieron que provenían del cielo, a donde regresarían esa misma tarde. El zorro sagaz quiso ir con ellos, pero enseguida le advirtieron que no tenía alas y por lo tanto no podría ascender. Sin dudar, él les pidió que le preparasen algunas plumas para colocárselas; los hombres lo pensaron: le contestarían más tarde. Pero el zorro insistió, incansable, hasta que obtuvo un resultado satisfactorio. Cada uno de ellos se sacó una pluma y se la entregó. Una a una, las acomodó y formó un par de alas.
Aseguró que los acompañaría mientras brincaba, intentando volar.
De repente, en un salto, se elevó y giró por encima de los hombres sin dejar de observarlos. Aterrizó con rapidez, orgulloso de su triunfo.
Después del largo día de pesca los hombres se prepararon para volver a sus hogares. El zorro sagaz fue el primero en emprender el vuelo. Lejos ya de la tierra, el jefe Tuyango ‑de hermosas plumas rojas‑ dio inicio a una costumbre propia de los pájaros y se arrancó una pluma y la dejó caer hacia la tierra. Todos repitieron la acción. Para su desgracia, el zorro se sacó las plumas que más lo hacían volar y comenzó a perder altura. Alcanzó la tierra y se hizo pedazos.
Una fuerte tormenta sacudió su cuerpo y el zorro sagaz suspiró, recordaba qué dulce había sido su sueño, y revivió.

056. anonimo (toba)

La umita

Se trata de un personaje que emana temor, muy difundido en el noroeste argentino y en Santiago del Estero. La umita es una cabeza humana desprovista de cuerpo, que deambula al ras del suelo, a lo largo de los solitarios senderos. A veces, suele aparecer en taperas (ranchos abando-nados).
Su aspecto es desagradable: cabellos largos y desprolijos, mirada desen-cajada, dentadura despareja que sobresale de la boca. Avanza con un llanto lastimero hacia los caminantes para solicitarles ayuda. Necesita descansar en paz y por eso pide que recen para que pueda lograr el perdón divino.
Nunca se pudo determinar el origen del sufrimiento de la umita porque el terror que infunde no permite que los caminantes permanezcan cerca de ella. De esta manera su propio aspecto le impide resolver su pena.
El valiente hombre que supera el miedo y logra pelear contra ella, debe hacerlo durante la noche. Al amanecer se transforma en toro o ternero, y de esa manera le comunica el motivo de su sufrimiento. Pero el secreto permanece oculto, porque el escucha enmudece.
Si alguien se anima a soportar su desagradable aspecto, conseguirá su amistad. Lo acompañará por los senderos, cuidándolo de los peligros y de los espíritus malignos.
La presencia de la umita está difundida en casi todo el territorio argentino debido a las constantes migraciones de los conocedores de esta leyenda.

056. anonimo (toba)

Las antiguas parejas

Cada uno de los hombres eligió a su mujer, con excepción de Chiiquí, que quedó sin pareja. Este motivo lo llevó a escarbar la tierra con tanto ahínco que llegó a lastimar el ojo de una de ellas, enterradas por la caída. Lleno de alegría, la tomó ‑aunque herida‑ por esposa.
Advirtió a los hombres que no durmieran con sus mujeres, a riesgo de que se repitieran los infortunios del zorro sagaz, hasta que no encontrase la manera de resolver el problema.
Al siguiente día, Chiiquí voló hacia el cielo y allí arriba chifló. Enseguida se acercó una mosca muy grande:
‑¿Cuáles son los motivos de tu visita? ‑le preguntó.
El carancho le expresó el deseo de que un viento fuerte y frío con lluvia se instalara en su poblado, y la mosca respondió rápidamente ante la solicitud.
Las mujeres, aunque robustas, temblaron por el temporal. Chiiquí aprovechó el desconcierto para robarles el fuego y así dominarlas. Preparó una fogata y, estas, heladas por el frío, rodearon las llamas y comenzaron a asar pescados y a alimentarse a través de la boca y por la vagina.

056. anonimo (toba)

La protección de chaca

Los tobas, los wichis y los pilagás conservaban la antigua tradición de utilizar el chaca para mantener alejados los vagos espíritus dañinos del monte; proteger el andar furtivo de los cazadores en la arriesgada tarea de perseguir la presa; evitar el cansancio durante las dificiles tareas; y prevenir las dolorosas y peligrosas mordeduras de serpientes.
El chaca era una especie de collar elaborado con selectas plumas de avestruz, adornado con fibras de cháguar, semillas y piedras varias. Se llevaba ajustado a la pantorrilla o bien a la altura de los tobillos.
Para los indígenas representaba un amuleto, una fuente de protección.

056. anonimo (toba)

Gualok y las estaciones

En el comienzo de los tiempos los indígenas disfrutaban un pleno bienestar, con un clima muy apacible y se desconocían los fenómenos meteorológicos responsables de los cambios ambientales. Naktä Noón era la representación del bien, a quien se agradecía mediante diversas demostraciones el mante-nimiento de este contexto de armonía.
Nahuet Cagüen, la figura del mal que vivía en las tinieblas, decidió calmar su ira a través de una expresa venganza: creó las bajas temperaturas, los fuertes vientos y las lluvias incesantes bajo la imagen de Nomaga, el invierno.
Una vez finalizada su obra, se jactó ante el pueblo toba y les aseguró que padecerían el frío hasta que muriesen. Refiriéndose a la tarea de Nomaga, les auguró sufrimiento. Además, les prometió que el sol dejaría de brillar en su tierra, y el cielo se cubriría por nubes perpetuas. Por esto mismo, la natura-leza perdería energía e iniciaría una lenta agonía, producto del helado y perjudicial invierno.
Los tobas comenzaron a llamar a Naktä Noón, entre gritos desesperados, para que los abrigara con su calidez y detuviera la acción del mal. Los cuatro representantes predilectos más escuchados fueron: el palo borracho, la planta del patito, el picaflor y la pequeña viuda; a ellos encomendaron la tarea de suplicarle al bien que esparciera calor sobre la tierra.
Ya informado de esto, el bien los transformó en la flor del algodón, gualok. Concentró allí cada uno de los destacados atributos de los representantes.
Bajo el cielo al fin despejado, la flor gualok llegó a la tierra y se abrió lentamente. Los tambores comenzaron a resonar y las semillas iniciaron su viaje llevadas por el viento. El ciclo de la naturaleza retomó su vigor, nuevos algodonales nacieron, nuevas semillas se esparcieron. Infinitamente se repitió hasta cubrir completamente de blanco la tierra toba. La suave hebra del algodón se transformó en túnicas blancuzcas, tejida en el telar de urunday [1] Los tobas las colorearon y con ellas cubrieron sus cuerpos; los cantos inundaron el aire para agradecer la protección de Naktä Noón.
Derrotado y enfurecido, Nahuet Cagüen se abalanzó como una nueva adversidad y se convirtió en la lagarta rosada, plaga maldita del algodón.

056. anonimo (toba)



[1] Árbol dicotiledóneo cuya madera rojiza se emplea en la fabricación de muebles, telares y embarcaciones.

El vuelo

Enseguida apareció un avestruz, que al verlos cantó: tom, tom. Los niños quisieron atraparla y le ordenaron a sus perros que la siguieran. Acorralado contra el monte, el avestruz daba un salto cada vez que los animales avanzaban. De esta manera, sus patas largas esquivaban el ataque y reanudaba la huida. Con su último brinco se elevó y los perros volaron detrás de él. Los niños los siguieron: codo a codo los dos hermanos, y después la pequeña niña.
Se fueron todos hasta el cielo, alcanzaron las estrellas. Cuando el avestruz se detuvo, los perros se prendieron de su cuello, pero no lo mataron. Así permanecieron, secundados por los niños: parados, los varones lado a lado, y la menor detrás.
En esa posición generaron una nueva constelación, y sus nítidas figuras se aprecian durante el invierno: el sur señalado por la cabeza del avestruz.

056. anonimo (toba)