Dicen que dicen que un matrimonio muy pobre vivía en
una cabaña construida con ramas en el límite de la selva. Tenían dos
hijos pequeños, un varón y una niña, y no les resultaba fácil darles de comer.
Sobre todo en la temporada de lluvias, cuando era tan difícil y peligroso salir
a cazar. El huerto que cultivaban junto a la casa apenas les daba algunas
verduras con las que mantenerse. Esa tierra no servía para plantar papa.
Una mañana el padre salió de caza y no volvió. Esa
noche la madre y los hijos lloraron juntos en la choza. ¿Qué le habría pasado?
Quizás lo había picado una víbora venenosa, o se había caído de un árbol, o lo
había atacado un jaguar... había mil peligros en la selva.
En cuando volvió a salir el sol, la madre tranquilizó
a los pequeños como pudo y salió en busca de su marido. Ella conocía las
picadas del monte y sabía que su marido solía cazar cerca del ojo de agua,
donde los animales iban a abrevar.
Los niños se quedaron solos. Pasaron muchas horas y su
madre no regresaba.
-Tenemos que ir a buscarla -dijo el niño. Y la
chiquita se fue detrás de su hermano.
Pero ellos no conocían los senderos de la selva y
pronto se perdieron. Vagaron asustados durante horas. Al día siguiente, el
muchacho encontró unas raíces comestibles y sacó unos huevos de un nido. Los
pobres tenían hambre y sed y no sabían cómo ni por dónde buscar a sus padres.
-¡Ay, mamá! -gritaban, llamando a su madre. ¡Ay, ay,
mamá!
De pronto la pequeña miró a su hermano y se echó a reír.
-Te están creciendo plumas en la cabeza.
El chico no lo podía creer, pero cuando se tocó la
cabeza se dio cuenta de que era cierto. Y miró a su hermana y vio que también a
ella le estaban empezando a salir unas plumitas en los brazos.
El espíritu de la selva, compadecido de los dos
huerfanitos, había decidido convertirlos en pájaros para salvarles la vida. Y es así como
existen hoy los Ayaymama, esos pájaros que son alegres de día y tan tristes de
noche. En cuanto oscurece, comienzan a sonar sus gritos y parece que lloraran
diciendo: «¡Ay, ay, mamá! ¡Por qué nos dejaste, mamá!».
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